
En este sentido el reparto es perfecto para las labores de convencimiento: Jeremy (Jude Law), migrante inglés en busca del sueño americano y dueño de un café, se enamora de la descorazonada, herida y pobre Elizabeth (Norah Jones), quien arriba, noche tras noche, a su establecimiento buscando consuelo a su desamor. Decidida a transformar su vida, Eli emprende un viaje sin lograr soltar el hervor que cocinó con el comprensivo Jeremy.
Entre huevos revueltos y tragos –restaurantes y bares– se gana la vida, no sólo a base de trabajos mal pagados, sino literalmente autocomplaciéndose al mirar las patéticas imágenes de Rachel Weisz , apasionada adolescente atrapada en la esposa de un policía alcohólico, y de la jugadora compulsiva, fría y escrupulosa Natalie Portman, en lo que pretende ser un trayecto por las vías del autoconocimiento. El recorrido es casi tan innecesario como la aparición de Cat Power como la exnovia del coffee boy.
No podría pedírsele a un filme del estilo My Blueberry Nights más de lo que a un pedazo de delicioso pastel: que sea rico, dulce y que no te mate en el intento de deglutir o de un episodio de hipoglucemia. Tampoco podría suponerse que el filme, aunque falto de sustancia alguna y con un argumento pobre, no pueda llegar a complacer al –cualquiera que sea y donde sea que esté– espectador con la necesidad de rascar la picazón del meloso reencuentro con el –así llamado por la autora– amor de cafetería.