‘El Rey Arturo’: La nueva plebe

Todos los estudios de Hollywood están a la búsqueda de la siguiente gran franquicia, una nueva vaca de la que puedan ordeñar impíamente dinero fácil a través de fórmulas calibradas y ridículamente costosas que puedan garantizar un retorno de la inversión, pero la tarea ha sido hasta ahora infructuosa.

Resucitar, regurgitar, modenizar, rebootear y demás verbos similares han sido aplicados a una apabullante cantidad de propiedad intelectual, siendo la más reciente “víctima” la conocida leyenda del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda.

¿El responsable? El cineasta Guy Ritchie, mejor conocido por ser ex de Madonna, afecto al barroquismo brutalista al estilo Zach Snyder, como quedó asentado en Rock n’ Rolla (2008), y a la híper estilización de lo urbano (Snatch, 2000). Para esta nueva versión del mito de Rey Arturo, prepara una fuerte infusión que se asemeja a la experiencia de ver a un adolescente bajo el influjo de fuertes narcóticos jugar Age of Empires y Warcraft al mismo tiempo en otro monitor está pendiente de la trilogía del Señor de los Anillos, intentando desmarañar la trama de Game of Thrones mientras recita de memoria escenas de Lock & Stock (1998). ¡Mamá, dónde está mi RedBull?

Si creen que el párrafo anterior está saturado, esperen a ver la película, en la que el joven Arturo (Charlie Hunnam en plan MMA), despojado del trono por su ambicioso tío Vortigern (Jude Law ahogado en delineador), se ve obligado a crecer en las calles hasta que encuentra su destino en la forma de la icónica espada en la piedra que habrá de aprender a controlar para afrontar su ventura.

El Rey Arturo: La leyenda de Excalibur es una película que se mueve a un ritmo frenético, azotando a la audiencia con una arrolladora cantidad de elementos que se mueven por igual a revoluciones exageradas o en recargado ralentí, sembrando las semillas de lo que el estudio espera que sea una nueva y exitosa franquicia.

Ritchie rescata el vigor e intempestiva virilidad que han hecho que las películas de Rápido y Furioso se conviertan en un negocio tan rentable, pero su aproximación al material no se decide por un tono en concreto y oscila entre la intriga política, los vicios más gastados del cine de acción, la estética del videojuego, la pubescente modernización de una historia familiar envuelta en un lenguaje y estética de calle y sofisticado arrabal.

Un punto en el que la película encuentra una idea vigente y fortísima, es en la manera que el poder es capaz de corroer vorazmente la humanidad, haciéndonos victimas de un mundo de lindes absolutistas, regresivas y oscurantistas. Desafortunadamente para Warner, a pesar de tener a un Arturo tan carismático y musculoso como Hunnam, el caprichoso éxito financiero seguramente será tan difícil de extraer como la mítica Excalibur para un plebeyo cualquiera.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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