Mórbido | Desaparecer por completo: La parábola roja

La vista es, quizás, el único sentido que puede predecir a los otros. Con sólo deslizar los ojos en alguna textura podemos imaginar cómo se siente, detonar recuerdos de olores, evocar sonidos tan sutiles como estridentes y tener en el paladar los sabores más exquisitos y abyectos. Es un sentido vital, pero no de manera jerárquica, sino más bien simbólica, particularmente en un mundo contemporáneo que pondera lo visual sobre cualquier otro atributo sensorial, por ello para el protagonista de Desaparecer por completo (2023) –un fotógrafo de nota roja– perder gradualmente los sentidos es angustiante, aunque la posibilidad de perder la vista se convierte en una auténtica tragedia, tal vez la única que no es posible retratar.

La película dirigida por el cineasta mexicano Luis Javier Henaine, conocido entre la audiencia por una versatilidad que hasta ahora solo se había hecho patente en los fértiles terrenos de la comedia romántica con Tiempos felices (2014) y Solteras (2019) –trabajos disímiles temáticamente pero de una tónica similar–, ahora se mueve al género del horror con una soltura y agudeza técnica que solamente era vista en la usanza de los cineastas de la vieja industria del cine mexicano, como Alfredo B. Crevenna, Chano Urueta, Alfredo Zacarías o el prolífico René Cardona, cineasta que dirigió al tío abuelo segundo de Henaine, el comediante Gaspar Henaine Capulina en películas como Capulina contra los vampiros (1971). En Desaparecer por completo, Henaine muestra un oficio cinematográfico diligente y prolijo, sin la vanidad de la autoría fácil, el arribismo temático, ni el desinterés y cinismo de la industria dirigida por los estudios de mercado.

En todo caso, en el discurso del trabajo de Henaine hay una visión crítica sobre estos aspectos de la industria visual contemporánea: por un lado, el fotógrafo interpretado por el siempre confiable Harold Torres –en una primera incursión en el horror más no en el lado oscuro de lo humano– busca ávidamente ser reconocido como un “artista” por la composición y estética de sus fotografías, las cuales tienen visibles resonancias al trabajo del fotógrafo mexicano Enrique Metínides, pero sus esfuerzos son rechazados tanto por las instituciones culturales que validan quién es un artista y quién no, como por su jefe (Eligio Meléndez), quien le insta a que se deje de “joterías” y que sea meramente pragmático en la captura de sus imágenes, las cuales decoran primeras planas de los periódicos que aún forman parte fundamental del paisaje urbano. ¿Qué mayor reconocimiento puede haber que ese?

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El oportunismo carroñero del personaje interpretado por Torres evoca a aquel fotógrafo interpretado por Jake Gyllenhall en Primicia mortal (Nightcrawler, Dan Gilroy, 2014), pero a diferencia de ésta, Henaine está menos interesado en la psicología del personaje que en aquello que le sucede: una suerte de castigo a la vanidad, un ícaro que en lugar de subir al cielo desciende a los abismos más profundos y mórbidos de lo humano para ser maldecido con la pérdida gradual de los sentidos. Un embrujo que trabaja con la misma paciencia y precisión que un feroz buitre que arranca pedazos de carne putrefacta suficiente en cada picotada.

Como sucedía en Malvada (J.M. Cravioto, 2023), en la película de Henaine se trabaja con pautas bien genéricas bien definidas en industrias extranjeras –particularmente la estadounidense– pero aplicando a éstas un sentido local que otorga una dimensión genuinamente local a las películas. Leyendas e historias coloquiales de brujas en pueblos alimentaban la iconografía de Malvada en un sentido abiertamente lúdico, mientras que en el caso de Desaparecer por completo, la brujería y magia negra toman un lugar prominente, así como la relación que ésta tiene con las altas esferas del poder, ricamente documentadas, por mencionar un ejemplo, en la saga de libros Los brujos del poder, de José Gil Olmos.

La pérdida de los sentidos que acompaña al fotógrafo interpretado por Torres se hace patente a la audiencia prácticamente hasta la parte final, específicamente cuando comienza a perder el oído, decisión arriesgada que abona a la sensación de aturdimiento y confusión que también contagia la recta final de la película. Aquí, Henaine libera a la película de un terreno “racional” –en un sentido narrativo– para adentrarse de lleno en una experiencia sensorial que gradualmente nos va dejando sin asideros para “entender” lo que sucede, sino para simplemente compartir el castigo por desear ver más de aquello que tenemos permitido, por querer no solamente saciar el morbo que ánima una parte esencial del carácter mexicano sino explotarlo para tener prestigio y fama. Una suerte de parábola fílmica para aquellos que están viendo y no ven.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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