Una entrevista sobre Desaparecer por completo

El tercer largometraje de Luis Javier Henaine, Desaparecer por completo (2023), tiene como protagonista a Santiago (Harold Torres), un joven fotógrafo que busca hacerse de un espacio en el competido mundo de la nota roja mexicana, pero no sólo eso: desea ser reconocido como artista.

Un caso ligado a la política del país parece ser el mejor camino para alcanzar su objetivo, pero la ambición de Santiago lo hará involucrarse de manera obsesiva con el caso y dañará su relación con la embarazada Marcela (Tete Espinosa), incluso sus sentidos comienzan a desvanecerse poco a poco.

Después de un par de comedias románticas atípicas en la producción mexicana –Tiempos felices (2014); Solteras (2019)–, Luis Javier Henaine se sumerge en el género del terror. Por ello, platicamos con el cineasta antes del estreno de la película sobre su interés por experimentar con otro tipo de historia, los aspectos mexicanos que le dan contexto y los peligros de obsesionarse con lo que apasiona.

Butaca Ancha (BA): Sé que aunque nunca habías dirigido terror, te declaras fan del género. Me da curiosidad qué piensas del cine de horror mexicano.

Luis Javier Henaine (LJH): Creo que debería haber más, hay muy poco. Ahí va. Se están explorando historias y hay directores y directoras que lo están haciendo bastante bien. Hay oportunidad para contar muchas historias de terror en el cine mexicano. Antes tuvimos a Carlos Enrique Taboada y a muchos otros directores en su momento explorando.

Y más allá de seguir con remakes y cosas así, hay oportunidad.

BA: ¿Qué enganchó tu atención de este proyecto? Entiendo que es un guión que se escribió hace muchos años.

LJH: El concepto y la pérdida de los sentidos para mí fue, desde que la escuché la primera vez, algo que dije: ¿cómo no se me había ocurrido antes? ¿Nadie más ha pensado en esto antes? Hay una película que se llama Al final de los sentidos (Perfect Sense, 2011) que también lo aborda, pero como una especie de virus, entonces es diferente. Además, el guión se escribió antes que ésa, es otro género, no es terror sino un drama. De hecho leí el guión y el editor fue el que la recomendó, pero ya que la vi no tenía que ver.

Finalmente, hay miles de historias que se repiten y se repiten, pero es cómo lo cuentas, esa es la diferencia. Eso y el tema con el personaje, Santiago, toda la situación por la que pasa y su relación de pareja con Marcela, sus dudas sobre la paternidad, para mí eso me llamó la atención. Sobre todo porque el personaje tiene su vida en pausa por sus ambiciones artísticas, su prioridad es el trabajo, la profesión, editar sus fotos y hacer sus cosas.

Muchas veces eso nos pasa a todos cuando tenemos un trabajo que nos apasiona, queremos sólo hacer eso. Cuando hago una película, es cueste lo que cueste quiero hacerla. En ésta llevó desde 2017, casi siete años, no completos pero muy intensos.

BA: Precisamente al centro está la pérdida de sentidos que atraviesa el personaje, ¿cómo se construyó esa experiencia sensorial? Va un poco en contrasentido, no es una ausencia de “cosas”.

LJH: Desde que leí el guión por primera vez, pensé: ‘quiero hacer una película sensorial’. Quiero intentar trasladar al espectador a este lugar, tratar de hacerle sentir un poquito lo que está sintiendo el personaje y desde entonces quería hacer esto con el sonido, aquello con la imagen, el gusto, el olfato, etcétera. Hacerlo con lenguaje cinematográfico.

En algún momento había visto Amor índigo (L’écume des jours, 2013), de Michel Gondry, ahí, cuando la vi en el cine, ni te das cuenta porque te metes en la historia, pero la imagen se va oscureciendo, se desatura y cuando lo notas ‘¡en qué momento pasó esto!’ Me quedé con esa idea y cuando leí el guión quería intentar hacer algo así.

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Quería jugar con el sonido también así y, de repente, se estrenó El sonido del metal (The Sound of Metal, 2019), cuando estábamos en preproducción de la película, no sabía de ella pero ya tenía la idea de cómo hacer el sonido. Es una película de Hollywood, ganó un Oscar, no tiene nada qué ver, no me desanimó y seguí con mi idea.

Quería algo similar, aunque no es lo mismo, platicando con el de sonido, José Manuel Enriquez, él tenía sus dudas, no estaba seguro y le daba miedo que no entendieran la película, que los sacara de la historia. Y me entraron las dudas, pero siempre dije ‘no, hay que ir a las últimas consecuencias’. Es una película que se presta para arriesgarse y experimentar, a estar con el personaje todo el tiempo. Así que al final dije ‘no importa, que pase lo que tenga que pasar’.

Con la imagen pasó algo similar, jugamos con el aspecto de la película. En trabajos anteriores me gustó usar el aspecto panorámico, con lentes anamórficos, muy horizontal, porque tenía varios personajes a cuadro. Aquí era un único personaje a seguir en toda la historia, casi siempre está solo. Quería cambiar y hacer algo que tuviera que ver con la película.

Los elementos que eliges tienen que estar directamente justificados con la historia, lo que hice fue que la cámara que usamos tiene este aspecto de full frame, el sensor completo de la película emula el aspecto de 35mm. Decidimos el fotógrafo, Glauco Bermudez y yo, usar ese 35mm porque sería la foto que tomaría Santiago, si la imprimes tendrá el mismo aspecto el encuadre. La imagen del cuadro está en 3:2 que va de acuerdo a lo que hace el personaje, por eso es más cuadrada y menos horizontal.

No te das cuenta, porque es muy sutil, pero se va cerrando.

BA: Esta es una película ligada a la CDMX, a lo mexicano. En especial a las fotografías de Enrique Metinides y la política mexicana. En el caso de él, ¿por qué crees que sus fotografías se mantienen vigentes?

LJH: El núcleo de la historia siempre fue para mí la relación de Santiago y Marcela, ese es el corazón. Los demás elementos: la nota roja, la brujería, la medicina, la política, la espiritualidad, las energías, todo eso, de alguna manera es el contexto y un reflejo de nuestro país. Son cosas cotidianas que vemos todo el tiempo en todos lados, le ponemos más o menos atención, pero ahí está.

Quién no ha dicho ‘me siento mal’, ‘me enfermé’, ‘me pasó esto’, y le contestan ‘hazte una limpia’. Son cosas que están en nuestra idiosincrasia, tenía claro que la película tenía que suceder en México y tenía que ser una cosa muy mexicana. Cuando tuvimos las funciones en Estados Unidos me pregunté: ‘¿tendré que explicar lo de la nota roja?’ Sentía que no tienen algo como eso, aunque hay algunas cosas. Y cuando lo explicaba, la gente se sacaba de onda, no entendían que su profesión era retratar muertos, accidentes. Lo mismo con la brujería, al hablar con gente de allá, nadie lo creía, que un personaje dijera ‘te doy el teléfono de mi bruja’. Les causaba mucha curiosidad, aquí es algo muy cotidiano, todos tienen un brujo de cabecera o que hace limpias. Allá no sabían de qué estaba hablando.

Esas cosas muy mexicanas, no funcionan mucho allá. Es complicado.

En el caso de Metinides, sigue vigente porque es un artista hecho y derecho. El ojo que tenía y lo que lograba retratar con sus fotos, nadie más lo ha replicado. Es muy complicado. Tenía cierta sensibilidad para ver la belleza en la tragedia, no cualquiera lo puede tener. Sus fotos son impactantes. En la película hay dos homenajes a un par de sus fotografías más famosas, no las puedes dejar de ver. Hay muchas fotos en periódicos de nota roja en los puestos de revistas, unas son muy grotescas y fuertes, pero las de él tienen algo hipnótico. Captura la belleza, encuadre, composición, lo que elige y sus decisiones estéticas.

Metiéndonos más en su historia personal, es algo que tenía desde niño. Nació con esa habilidad y talento para esto. Como todo, cuando naces con ese don, eres vigente siempre.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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