¡Deja la botella, cácarooo!

¿Quién no ubica al “cácaro”, ese entrañable personaje anónimo que tenía a su cargo ni más ni menos que la responsabilidad de la correcta proyección de las películas en las salas de cine de antaño y que recibía tremenda chifladera si llegaba a sucederse algún desperfecto durante la función? Junto con las rechiflas pertinentes, era común escuchar gritos a cuello pelado:“¡Cácarooo, deja la botella!”, “¡Cácarooo, suelta a la boletera!” “¡Cácarooo, la pantalla se incendia!”, “¡Cácaroooo!”

El origen del término tiene varias versiones. La más común y difundida aparece en el libro de Guillermo Vaidovits El cine mudo en Guadalajara. De acuerdo a este autor, en el año de 1909, don José Castañeda, empresario cinematográfico tapatío, inauguró en esta entidad una sala cinematográfica cuyo nombre fue Salón Azul. Don José era famoso pues acostumbraba explicar de bulto las películas proyectadas, esto es que hacía ruidos, gesticulaba e inventaba los diálogos entreteniendo al respetable y provocando el grito “¡explíquenosla, don José, explíquenosla, don José!” en cada función, para lo cual se colocaba siempre al lado de la pantalla. Vaidovits narra: “Al tiempo en que don José se ponía al frente de la pantalla para explicar la película, Rafael González (su ayudante) se encargaba del proyector. (…) Así que Rafael al ponerse a proyectar fue presa del nerviosismo en las primeras ocasiones y después, ya que se creyó con práctica en el oficio, era su costumbre quedarse dormido. Entonces don José le gritaba “cácaro” (sobrenombre puesto por su patrón debido a que tenía el rostro marcado por cicatrices de la viruela padecida en su infancia). Con el tiempo, la concurrencia le ganaba este grito a don José ante cualquier falla de la proyección. Y así, el público asistía más con el ánimo de divertirse con las explicaciones de don José y gritándole al “cácaro” que por las películas que se proyectaban”.

Otra versión, extraída de la serie Pasando el siglo en el cine, realizada por TVUNAM, ubica a Monterrey como la ciudad natal de este término, específicamente en La gran terraza Rosita, lugar empleado para realizar proyecciones cinematográficas. Cuenta don Jesús Dávila, habitante de la ciudad y asistente a la terraza, que ésta fue inaugurada el 14 de octubre de 1951 y que en ella, don José A. “Chanqui” Campos gritó por primera vez aquél legendario: “Cácaro, deja la botella”, provocando la risa y popularizando la expresión coreada cada que la película fallaba. Podemos deducir, haciendo una operación muy sencilla, que esta versión no es del todo acertada, pues en Guadalajara se habla del asunto desde 1909, osease, por lo menos 42 años antes que la versión regiomontana.

Por último, otra explicación al origen del coloquial término la conocemos de boca de Roberto Gómez Bolaños (sí, ¡Chespirito!) quien en su libro Sin querer queriendo manifiesta cierto grado de ofensa al comentar que todas las versiones que no citen al cine Moderno, que se ubicaba en la colonia Del Valle de esta capital, son falsas. Él atribuye esta invención a un señor llamado Ángel Ruiz Elizondo, apodado Kelo, quien tenía amistad con el proyeccionista de este cine. La coincidencia con las versiones anteriores es que el proyeccionista tenía una afección dérmica, barros pues, y las cicatrices que habían marcado su rostro dieron origen al apodo.

Es complejo saber cuál de estas versiones cuenta la historia verídica, posiblemente todas tienen mucho de cierto, sin embargo, la autoría intelectual de una manifestación que se volvió parte del show a la hora de ir al cine, pasa a segundo término cuando pensamos que gran parte de la historia de estos entrañables espacios se construye a partir de recuerdos y añoranzas.

Como nota al calce, me gustaría hacer notar la hermandad de esta expresión con el nombre de un envase pulquero, de tinte igualmente coloquial: la cacariza. Llegado de Francia en 1890 como una pequeña taza para servir leche para el café, fue rápidamente adaptada por el ingenio popular y transformada así, de manera socarrona, en un envase para verter un líquido igualmente blanquecino pero más poderoso: el pulmón, pulque, baba de oso, cara blanca, o como guste usted mentarle.

Por: Nelly Rodríguez Tobón*
*Versión revisada y corregida de la escrita en 2010

Referencias bibliográficas:
Vaidovits, Guillermo
El cine mudo en Guadalajara
Universidad de Guadalajara
Gómez Bolaños, Roberto
Sin querer queriendo

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