‘Death Note’: Los alquimistas de la nada

Si Death Note (2006) es o no uno de los mejores ánime de los últimos 20 años, puede causar controversia y generar diversas posturas, la mayoría a favor, pero algo en lo que parece que todos están de acuerdo, es que la película que lleva el mismo nombre no es digna del material original en absoluto.

Y es que Death Note simplemente no es: no es una adaptación; no es versión en cine del anime que le da nombre; tampoco es una película de terror, ni una “teen movie”, no es un thriller, o un drama.

No es una adaptación porque no toma las premisas del ánime en las que un chico encuentra por accidente una Death Note, es decir, una libreta donde se inscriben los nombres de los muertos, y que sin querer deja caer un dios de la muerte, conocidos en la tradición japonesa como Shinigami. En la película, este shinigami de nombre Ryuk, personaje entrañable desde los primeros minutos en el ánime, se vuelve un actor circunstancial con poca fuerza y presencia en toda la cinta.

En el ánime, Ryuk nunca hace juicios morales, y tampoco incita a Light, el personaje principal, a realizar una acción u otra. En el largometraje, es quizá la primera gran traición a la original.

En los primeros minutos, Death Note parece tomar el camino de una película para adolescentes porque el guión toma elementos básicos de éstas, como que el chico que recoge la libreta es un rechazado, con problemas en casa, a quien la chica popular y bonita no le hace caso, en una de esas high schools en las que enfrenta al bravucón atlético… etc. Pero no.

Después, cuando llega la primera muerte, la escena parece sacada de una de tantas versiones de Destino final, con una secuencia de sucesos tan inverosímiles que resultan ridículos, incluso para una película de fantasía.

El guión no genera interés ni expectativa, no hace que haya un argumento sólido como para sentir empatía, para adentrarse en la historia.

Podríamos seguir comparándola con el ánime, sin embargo no es necesario. La película no se sostiene por sí misma. Alguien que no haya visto Death Note se sentirá quizá tan desilusionado como aquellos que vieron esa maravilla de 2006.

No hay un solo personaje que abandere la película; ni L ni Light nos hacen estar de su lado, y no es porque los actores sean debutantes, si así fuera, habría que pensar en la novata Anya Taylor Joy (por pensar en alguien muy reciente) y su gran actuación en The Witch (2015).

Tampoco podríamos justificarla porque está dirigida al público estadounidense, o porque la época es distinta. Si ese fuera el argumento, tendríamos que voltear a Funny Games, extraordinaria cinta del maestro austriaco Michael Haneke que debutó en 1997 y diez años después fue adaptada para el público gringo bajo el mismo nombre y con actores ad hoc: Naomi Watts, Tim Roth, etcétera. Haneke utilizó guión, tomas y planos idénticos y fue un éxito.

No se trata de pedir que Death Note sea totalmente fiel al original, tampoco de exagerar o ser purista, pero la película que dirige Adam Wingard, quien ya nos había traído bodrios como You’re next (2011), o el chafísima remake de Blair Witch (2016), simplemente no es digna de llevar el nombre de la franquicia.

Death Note es oro. La película, que nunca se define, se queda simplemente en la nada.

Por Hugo Maguey.

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