Entre libros y películas te veas: el cine Bella Época

Los orígenes de la Colonia Condesa, en la Ciudad de México se remontan a la década de los años 20 y 30, cuando se empezaron a levantar un chinguero de edificios en la zona que antaño ocupara el Hipódromo de la Condesa de Miravalle (de ahí el nombre de la Colonia). Su céntrica ubicación junto a la Roma y su aire bohemio e intelectual (algo así como un equivalente chilango de el Soho neoyorquino o el barrio latino de París) la convirtieron desde entonces en el lugar preferido de lo más popof de las clases media y alta de rancio abolengo, juniors de papi y mami, bohemios empedernidos, así como de gran cantidad de turistas de diversas partes del mundo.

Antes del cafecito en las aceras, las exposiciones itinerantes y las pedas en los antros o pubs estilo irlandés al ritmo de la música groove lounge, fue el cine. Diseñado por el arquitecto S. Charles Lee (quién también construyó los cines Lindavista, Chapultepec y Tepeyac) y cuyo lema era: “El show comienza desde la calle”, el cine Lido fue inaugurado el 25 de diciembre de 1942, convirtiéndose rápidamente en el punto de referencia para los vecinos (y no tan vecinos) del lugar.

El único limite para el arquitecto S. Charles Lee era la imaginación (¡y ah pa’ pinche imaginación que se cargaba este cabrón!) La composición arquitectónica del enorme recinto evidenciaba las influencias del entonces tan de moda estilo Art déco y el spanish revival, siendo el elemento compositivo más característico de este inmueble una torre de más de 20 metros de altura, semejante a un minarete que preside la entrada al lugar, la cual se encontraba enmarcada por una gran marquesina.

En el inmueble se proyectaban los últimos estrenos procedentes de Hollywood y solían darse programas dobles dedicados a tal o cual artista o director de la época, con las infaltables (en ese entonces, claro) programaciones de matinée dedicadas a los enanos del hogar. Irresistible la tentación, antes o después de la película, de echarse unos sándwiches acompañados de un gaznate, fumar un cigarro y tomarse un cafecito entre tanto ornamento tan mamón.

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¿Y qué quiere Lupita?

A mediados de diciembre de 1942, un anuncio en primera plana de los diarios de la capital rezaba así: “¿Por qué quiere Lupita que la lleven al Cine Lido? Porque, mujer de gran imaginación, quiere frecuentar centros sociales en los que impera un ambiente que, a más de ser distinguido, eleva la mente y el espíritu a regiones de fantasía…” Este nuevo “Centro de reunión de todas las damas elegantes”, contaba con luz negra, clima artificial, (todo un verdadero lujo entonces) sistema de ventilación, así como con un buen numero de entradas y salidas de seguridad, con capacidad para recibir a 1,325 espectadores. Desde su inauguración, el cine Lido era, junto con el Lindavista, una de las principales manzanitas de la discordia entre productoras y distribuidoras cinematográficas nacionales y extranjeras, las cuales les dedicaban planas enteras en los diarios más importantes del país en las que, de paso, anunciaban los estrenos exclusivos que se peleaban por destinar para cada una de estas salas. El Lido inició sus actividades con la proyección de la cinta A caza de novio (Her cardborad lover), de Georges Cukor y protagonizada por Norma Shearer y Robert Taylor.

Para muchos (entre quienes me incluyo) el periodo de máximo esplendor de esta sala de cine vino durante la década de los 70, cuando el inmueble fue remodelado y rebautizado como Cine Bella Época. Al margen de la programación ofrecida en otras salas comerciales, los criterios que seguían los programadores de este cine eran los de proyectar los grandes clásicos de la época dorada de Hollywood, así como lo más sobresaliente de los años 50 y 60.

Imagínense la experiencia que fue ver en esta chingaderota cosas como Lawrence de Arabia, Lo que el viento se llevó, El Padrino 1 y 2, Doctor Zhivago, Cleopatra, Los Diez Mandamientos, Siete novias para siete hermanos, Cantando bajo la lluvia, Ben Hur (de riguroso visionado de Semana Santa en este cine), algunas películas de James Bond (con Sean Connery), esporádicas funciones de medianoche de cine erótico y un putamadral más, y poder constatar la diferencia encabronada que era entre ver este tipo de películas en su glorioso formato de CinemaScope de 70 mm, y las pinchurrientas versiones que había que soplarse en las diminutas televisiones de aquel entonces.

Imposible olvidar los enormes fotogramas de cantidad de luminarias del séptimo arte que resaltaban en el lobby del lugar, las paredes de madera y el color rojo tierra de la alfombra, el agradable aroma de las palomitas se entremezclaba con el del café expreso y el humo de cigarro. A Charles Chaplin y a Cantinflas les tocaba vigilar las puertas de los baños.

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La debacle

Desgraciadamente, tal como fue el común denominador durante mediados de los 80, tampoco el cine Bella Época se salvó de la avasalladora competencia que fue, primero, el cine en video, con un paulatino descenso en la asistencia del publico al recinto y cuya debacle, como la de un putero de lugares similares, llegó a finales de los 90 con el arribo de las modernas cadenas de exhibición en modalidad de Multiplex y su tecnología de punta; y aunque, como en otros, la nueva orientación del recinto se trataba de enfocar en mostrar las recientes producciones del cine internacional de calidad distribuidas por el Instituto Mexicano de Cinematografía, aderezada dicha iniciativa con una campaña mas o menos masiva de spots por Tv (“¡salas y pantallas gigantes!” “¡El cine como mejor se ve!”) esto hizo poco por contrarrestar la situación.

Para 1999, el rendimiento promedio en taquillas del cine Bella Época era tan sólo del 5.75% de su capacidad total (o sea, una mentada de madre, apenas), lo que orilló al otrora espectacular y cotizado “centro de reunión para todas las damas elegantes” a cerrar definitivamente sus puertas a mediados de ese mismo año con la proyección de la cinta Nelly et Monsieur Arnaud (titulada en México El placer de estar contigo) de Claude Sautet.

El 23 de febrero de 1999, nuestro entonces flamante jefe de Gobierno, Cuauhtémoc Cárdenas, adquirió por 90 millones de pesos los cines Futurama, París y el lapidado Bella Época (este último, el más devaluado y barato del paquete, con un costo promedio por sus instalaciones de poco más de 11 millones de pesos) con el fin de promover el cine mexicano, a través de una sociedad llamada Cinemas Nueva Opción, formada por productores y actores relacionados con el cine.

La supuesta iniciativa (promocionada a los cuatro vientos durante una taquiza a dúo por la mucho mejor actriz que senadora María Rojo y por la volátil Chayito Robles) buscaba dividir estos espacios en 26 salas de cine, las cuales se destinarían únicamente a la proyección de películas nacionales clásicas y de reciente estreno (ay, ajá…), quimérico proyecto el cual, (obvio) nunca se cristalizó.

El Bella Época siguió presentando un alarmante aspecto de abandono y descuido durante el lapso comprendido entre 1999 y 2003 en su fachada, a años luz de el de aquél elegante recinto cinematográfico de antaño, en ese momento, un candidato que ni mandado a hacer para convertirse en otra sucursal de Elektra o bien, en otro puto santuario de la fe de “pague por dejar de sufrir”.

Acumuló polvo, basura, telarañas y grafitis en el exterior hasta que el Fondo de Cultura Económica (del cual, hay que decirlo, la mayor parte de sus libros y demás publicaciones no tienen nada de económico) adquirió el recinto el 11 de septiembre de 2003, pagándole por el chistesito la cantidad de 33.3 millones de pesos a los cabrones del GDF, a quienes si bien nunca les interesó remodelar o hacer algo por salvaguardar el lugar, a fin de cuentas y pa’ no variar, supieron hacer un buen negocio con la venta del inmueble al triple de su precio original.

De cine a librería

De lo perdido a lo recuperado. Hay que reconocer que, a diferencia de putamadral de casos similares, el Bella Época corrió con mucha mejor fortuna, gracias a la perenne insistencia de buena cantidad de vecinos de la zona que promovieron la protección del edificio y su reutilización como espacio cultural, por lo que el Fondo de Cultura Económica se vio obligado a acatar dichas peticiones, encomendando al arquitecto Teodoro González de León (también vecino de la zona), el proyecto de remodelación del Antiguo Cine Lido, desde entonces conocido como el Centro Cultural Bella Época. (O Librería Rosario Castellanos, pa’ los cuates.)

Con una “modesta” inversión de 111 millones de pesos, el lugar reabrió sus puertas el 26 de abril del 2006. El planteamiento arquitectónico de González de León no pudo ser más asépticamente curioso, el cual consistió en conservar los elementos más característicos (como la fachada y el minarete) liberando un espacio interior de buen tamaño iluminando con tragaluces la omnipresente blancura de las paredes y adecuando algunas partes a los nuevos requerimientos del lugar. Mas cagado aún resulta el gran plafón luminoso diseñado en cristal, que mediante el empleo de formas abstractas pretende crear la sensación de estar debajo de las frondas de una exhuberante selva en blanco y negro… cabe señalar que una parte de esta “obra maistra” venida de la “inspiración” de un tal Jan Hendrix se vino abajo durante una llovizna a pocos días del reinicio de las actividades en el recinto, provocando (según dicen) daños por algunas decenas de miles de pesos.

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La librería o centro cultural (se supone, la más grande de la República Mexicana) cuenta con un acervo de 250 mil libros, una cafetería, una zona para exposiciones y conferencias, una sección de venta de discos y videos (algunos de estos, a precios de asalto en comparación con los precios manejados por otros establecimientos como Gandhi, El Péndulo o inclusive Mixup) y –aquí viene la parte interesante– una suerte de recuperación de la tradición fílmica de este lugar (u homenaje bastante modesto) al haber adaptado una pequeña sala de cine con un aforo de 150 butacas y una extraña decoración interior tipo minimalista en blanco y negro, por eso de no perder la concordancia con el resto.

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Durante el inicio de sus actividades esta nueva sala operó como una sucursal de Cinemanía, o bien, como una no reconocida de la Cineteca Nacional (con una programación idéntica en cada una de sus funciones) no siendo sino hasta diciembre del 2011 que comenzó a funcionar oficialmente como otra de sus sedes alternas.

A su favor, hay que mencionar que este foro cuenta con una pantalla de aspecto 2.45: 1 de muy buen tamaño y asientos razonablemente cómodos, donde cada miércoles programan una cinta dentro de un ciclo permanente denominado como “Miércoles de Cine y Letras”, en el que exhiben adaptaciones cinematográficas de variadas obras literarias en donde, después de cada función, suelen organizar mesas redondas sobre el autor que haya inspirado la película, además de cumplir sus habituales funciones como sede alterna de la institución federal.

Eso sí, la gran jodienda es que, a diferencia de las flamantes y remodeladas salas de la Cineteca (las cuales procuran sacar a relucir los más recientes adelantos tecnológicos de proyección y sonido) este espacio cuenta con un único (y bastante pinchurriento) formato de exhibición en video digital, el cual deja bastante que desear al término de cada función debido a lo anticuado del equipo (algún proyectorcillo de esos que se consiguen por 3,000 pesos en Soriana) a lo que debe añadirse la poca pericia de los cácaros en turno, quienes suelen aventar las películas valiéndoles madre el formato panorámico, olvidándose tiro por viaje de revisar o limpiar los cables de las (monoaurales, al parecer) bocinas, produciendo con ello un efecto similar al de un chinguero de chicharrones tronando por toda la pinche sala a media función.

Con todo y sus bemoles, el Centro Cultural Bella Época se ha posicionado como uno de los espacios más visitados de la Colonia Condesa, gracias a la integración de usos y a la diversidad de actividades que se presentan allí, donde cualquier visitante puede degustar un rico cafecito mientras hojea libros, se aplasta a leer en alguno de sus cómodos sillones o se reúne con amigos para disfrutar de una buena película, aún si para ello es recomendable dejar de lado las exigentes expectativas tan comunes de cualquier cinéfilo tan acostumbrado a los servicios de vanguardia de otros recintos similares.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos (@venimosjodimos)

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