Chantaje emocional spielbergriano

Albert Narracott (Jeremy Irvine) es un testarudo joven de la campiña inglesa. Su padre adquiere en un acto de insensatez un bravo potro no apto para los trabajos de una granja con el que Albert entablará un vínculo especial y superará todos los obstáculos que el destino les ha preparado, incluyendo la venta de su improductiva granja y la Primera Guerra Mundial. Ésa es la historia de Caballo de Guerra (War Horse, 2011), la nueva cinta de Steven Spielberg.

La pasión de Spielberg por hacer cine es innegable, cada fotograma de Caballo de Guerra es una constancia de ese amor por la cinematografía. A nivel técnico War Horse es perfecta, aunque dicha perfección no quita que sea un melodrama que raya en el tremendismo. Cada situación de desdicha sólo es superada por la siguiente. Ni María la del barrio sufrió tanto para ser feliz.

La historia de Joey, el caballo –la verdadera estrella del filme–, y Albert es realmente trágica, tanto que deriva en un chantaje emocional. Aquí el público
suelta la lágrima de cocodrilo porque resulta imposible mantenerse impávido ante tanto sufrimiento. Las exclamaciones en voz alta de los asistentes resultaron muy reveladoras en ese sentido, comenzaron como leves y esporádicos quejidos hasta convertirse en gritos hacía la pantalla, “’¡otra vez, no!” exclamó una viejecita que ocupaba una de las butacas de adelante –“ternurita”, pensé–.

Dentro de ese tremendismo que brota a cada cuadro las escenas de guerra se cuecen aparte, son un deleite y por sí solas bien valen una entrada de cine –a precio de miércoles, claro–, están a la par de la secuencia del desembarco en Normandía de Salvando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1999).

Jeremy Irvine hace un buen trabajo como protagonista de la película, su problema es que Joey le roba todo el protagonismo, aunque no debería ser un obstáculo para que continúe exitosamente su carrera, a actores con más camino les ha pasado, como a James Franco superado por un simio en El Planeta de los Simios: Reevolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011); James Belushi rebasado por un perro en K-9 (1989) o a Whoppi Golberg dominada por una horrible botarga de dinosaurio en Theodore Rex (1995).

A diferencia de su otro estreno este año, Las Aventuras de Tintin (The Adventures of Tintin, 2011), donde el Spielberg, que ve el mundo como un niño –un adolescente en el caso de Tintin– regresaba y se divertía con esa idea, en Caballo de Guerra no hay un objetivo claro sobre lo que busca el director, más allá de la motivación de hacer la suficiente cantidad de Oscar Clips y lograr alguna nominación a la ceremonia más prestigiosa de Hollywood.

Felicidades, Steven, lo lograste.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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