‘Casi un gigoló’: Hombre promedio, amante extraordinario

Letras blancas, tomas de la arquitectura neoyorquina, un poco de jazz, la inconfundible voz de uno de los neoyorquinos más famosos del mundo. Sí, las primeras tomas de Casi un gigoló (Fading Gigolo, 2013) remiten sin duda al cine de Woody Allen –su aparición a cuadro va más allá de una puntada. Es un acierto del director/actor John Turturro separarse de él conforme avanza la trama y no quedarse en el mero homenaje.

Murray (Allen) es una víctima más de la crisis económica y la tecnología. Ya nadie se interesa en libros. Aun cuando sean tan raros como los de su local, la clausura es inminente. Privado de los ingresos de su negocio, Murray le propone a su amigo Fioravante (Turturro) entrarle al negocio más viejo del mundo. Incluso ya tiene una deseosa clienta, su dermatóloga (Sharon Stone). Reticente al principio, curioso e intrigado después, Fioravante terminará por aceptar el trabajito. Así comienza la carrera de este gigoló y su chulo.

Para Turturro, el hombre y amante funcional, que no perfecto, es aquel que sabe identificar los deseos de la mujer –sexuales, amorosos, sentimentales– y los suministra sin perder su personalidad. Así será un amante silencioso y salvaje para aquella que quiere venganza carnal de las infidelidades de su marido, divertido y recio para la curiosa sexosa, comprensivo y amoroso para la viuda reprimida. Hay un amante ideal para cada una, no el adonis metrosexual, sino el hombre que se entiende como tal y abraza esa hombría.

Es por eso que Turturro se despega pronto del cine de Allen. Las citas abundan, claro, pero el sexo es visto como el complemento y no el fin. En diversos momentos de su filmografía, los personajes de Woody entran en crisis cuando el sexo falta o falla, su dolor nace porque ante su ausencia, la curiosidad crece y la vida en pareja comienza a perder sentido. Es un humor imbuido por el dolor y las vicisitudes de la mente. Para Turturro, el trabajo de su personaje como sustituto afectivo/sexual está más cercano a la sanación; es casi un doctor o terapeuta. Su relación con la viuda judía ortodoxa, Avigal (una sensible Vanessa Paradis), lo demuestra. Ella es incapaz de aprehender su femineidad porque se siente incompleta desde la muerte de su esposo. Ella funcionaba en torno a los deseos/pasiones/deberes de él y su ausencia le quitó sentido a su vida. El contacto con Fioravante cambiará eso, llevándola a aceptarse en su individualidad y tomar sus propias decisiones sin estar condicionada por su religión o el fantasma de su relación pasada.

Casi un gigoló es una comedia que está lejos de ser perfecta –personajes secundarios poco desarrollados, procesos religiosos que parecen pertenecer a otra película, un tercer acto con tropiezos– y sin embargo triunfa porque está hecha con calidez y mucho corazón, dos cualidades difíciles de encontrar en la comedia norteamericana contemporánea, atorada en el humor negro/escatologico de categoría C o el más burdo slapstick. Ese es el triunfo de Turturro.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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