El segundo día de competencia del Festival Internacional de Cine de Cannes arrancó en medio de rechiflas, abucheos y la ocasional mentada al convertir la proyección de Okja de Bong Joon-Ho, película al centro de la controversia Netflix/Cannes, en un auténtico desmadre, uno de esos momentos de polémica gratuita a los que el festival es tan afecto.
Aquí las impresiones de las películas en competencia:
En la vena de Steven Spielberg o Guillermo del Toro, sin dejar de lado su propia idiosincrasia, el cineasta coreano Bong Joon-Ho expone en Okja dos niveles lectura, ambos con una marcada tendencia anticorporativista. Incluso, la película puede ser percibida como el resultado de la desagradable experiencia de Joon-Ho con el magnate mediático Harvey Weinstein en el manejo de su película anterior: Snowpiercer.
Okja es la historia de una niña coreana que junto a su abuelo cría una criatura conocida como “super cerdo”, animal de deseo de un enorme emporio alimenticio. La película tiene vasos comunicantes con la vejación que sufren las películas, o cualquier obra artística, en manos de distribuidores y una inmensa lista de intermediarios que termina por corromper y deformar la visión personal de cualquier director.
Sin embargo, y curiosamente, la película no deja de ser producto de un enorme consorcio mediático, aunque es evidente que existe una libertad creativa similar a lo que una producción de “bajo presupuesto” podría ofrecer. Con vertiginosas escenas de persecución, una delirante banda sonora, terroristas políticamente correctos y un deleznable Jake Gyllenhall como una suerte de Steve Irwin en ácido. Okja afina las limitaciones de Snowpiercer como sátira social y potencia su mensaje como un llamado a apreciar cualquier creación, independientemente de su origen y de su presentación.
El cineasta húngaro Kornél Mundruczó ha mostrado a lo largo de su carrera una peculiar fijación con la alegoría y la metafora de corte sociopolítico. Desde trabajos como El hijo de Frankenstein o su largometaje previo Hagen y yo, que le diera el premio grande en la sección Un Certain Regard en el 2014. Mundruczo parece confundir el efectismo con la contundencia y el artificio con arte, padecimiento que también aqueja a nuestro compatriota Alejandro González Iñárritu.
En su nueva película, La luna de Jupiter, Mundruczó toma la historia de un joven migrante y un doctor que después de explotar descaradamente sus poderes “biblícos”, busca protegerlo después de ser incriminado en un atentado terrorista.
La alegoría fácil y obvia mueve el relato de Mundruczó en direcciones tan elípticas y cerradas como las habitaciones en las que su personaje principal levita y desafía la gravedad.
Irrepochable desde el punto de vista técnico, La luna de Jupiter es débil y vacua en sus ideas y confía excesivamente en su espectacularidad y vigencia para poder colgarse un halo de “grandeza” y “poder”. Otro falso y arribista profeta en la Costa Francesa.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)