Cabos | The Whale, esconder la tristeza

A lo largo de The Whale (2022), largometraje más reciente del místico industrial espiritual Darren Aronofsky (Pi, el orden del caos, El cisne negro), el protagonista de la película recurre una y otra vez a un ensayo sobre Moby Dick como herramienta para calmar su presión arterial –además de otras muchas dolencias que acompañan su obesidad mórbida–. En aquellas líneas, escritas por una joven estudiante de secundaria, la autora explica que, para ella, Ismael –personaje central de la novela– dedica buena parte de su tiempo a hablar de ballenas no porque éstas le interesen si no como una medida de distracción para evadir su “triste historia”.

La dinámica descrita por la chica hace eco del desarrollo de la película misma. Sí, al centro de esta historia está un hombre cuyo peso es una distracción de las emociones que lo han llevado a este punto –tanto para los espectadores como para los personajes que entran a su pequeño departamento–. Charlie (Brendan Fraser) ha decidido comer hasta acabar con su vida por la tristeza de no haber podido ayudar a su pareja, quien tiempo atrás se suicidó tras una fuerte depresión. Recurrió la comida, pero la elección es fortuita –”siempre fui grande, sólo dejé que se saliera de control”–, pudo haber seleccionado cualquier otro vehículo para conseguir su objetivo.

Digamos que The Whale se acerca más al terreno de Adiós a las Vegas (Leaving Las Vegas, 1999) –el retrato de un hombre que optó por terminar sus días a través del prolongado martirio del alcoholismo sin reparos– que a la emotividad de Distancias cortas (2015), cuyo discurso tiende a lo motivacional.

La película –adaptación del dramaturgo Samuel D. Hunter de su obra homónima para la pantalla– se puede colocar junto a trabajos anteriores de Aronofsky como El luchador (The Wrestler, 2008), no sólo por la conducta autodestructiva de su protagonista, sino por el deseo de reconstruir la relación con su hija como último acto de redención antes de llegar a su destino.

Esta nueva propuesta del director no cae en el tremendismo más cruento –como si lo hacía Réquiem por un sueño (Requiem For a Dream, 2000), por ejemplo– gracias a la empatía generada por la actuación de Brendan Fraser, que es suficiente para evitar las fáciles condenas que podrían asociarse a la fatal determinación de su personaje. El protagonista podría acudir con un médico, por supuesto, pero eso no remedaría la ausencia de aquel que está en ausencia permanente.

Por ello, quizás, el personaje más importante en la trama es Alan, la pareja de Charlie, a quien nunca vemos por obvias razones, pero cuya existencia transformó radicalmente la vida de todos los involucrados, desde el hombre que encontró a un alma afín, a la hija que se quedó sin padre, la hermana consagrada en asistir a Charlie en su martirio calórico o hasta el misionero que visita el departamento para ofrecer salvación a través de su culto “apocalíptico” y termina por ser salvado.

The Whale busca poner en primer plano el sufrimiento de su protagonista no por shock, sino para encontrar en su dolor la humanidad suficiente para enfrentarnos con el bagaje que cargamos en la carne.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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