One Night In Miami y las 4 esquinas de la habitación

La historia de One Night In Miami (2020), el primer trabajo de ficción como directora de la actriz Regina King, suena de entrada como un viejo chiste: “imagina que Malcolm X, Muhammad Ali, Jim Brown y Sam Cooke entran a la misma habitación de hotel”, si esa idea central no cae en humor involuntario es porque King logra exponer bajo cierto acercamiento pop algunos problemas que ha arrastrado la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos desde los años 60.

Basada en una pieza teatral homónima escrita por Kemp Powers, quien también se encargó el guión, cuenta la velada que comparten los arriba mencionados después de la victoria de Ali –todavía Cassius Clay– sobre Sonny Liston, victoria que lo convirtió en campeón de la máxima categoría del boxeo, en una modesta habitación de hotel en Miami, donde cada uno expone su forma de luchar por la comunidad afroamericana y sus propias limitaciones.

La dinámica planteada por el guión recuerda a la de Insignificance (1985), de Nicolás Roeg, donde se mostraba el encuentro entre Albert Einstein, Marilyn Monroe, Joe DiMaggio, y el infame senador Joseph McCarthy en una habitación de hotel en Nueva York durante los años 50. Si Roeg hizo de su película un espejo de los años 50 para cuestionar la manera en que los Estados Unidos de los 80 se vieron afectados por la Guerra Fría; King intenta una jugada similar usando los 60 para reflejar los turbulentos tiempos en que vivimos, donde la división entre facciones impide, en ocasiones, obtener resultados.

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Como si tuvieran turnos en la salchichonería, uno a uno los personajes nos mostrarán la manera en que su fama, y fortuna en algunos casos, no ha evitado que un gran número de estadunidenses sin su color de piel se comporten de manera racista y los diferentes caminos tomados por los personajes para combatir dicha discriminación y las contradicciones propias de sus decisiones.

Malcom X (Kingsley Ben-Adir), por ejemplo, lleva un par de meses viviendo con la posibilidad de sufrir un ataque de supremacistas blancos, al tiempo que lucha contra otras facciones que pugnan por el poder al interior de la Nación del Islam. El reverendo ve con malos ojos que Sam Cooke (Leslie Odom Jr.) no use su música para crear canciones de protesta cómo Bob Dylan y que el cantante pierda el tiempo buscando agradar fuera de su comunidad. Mientras que para Cooke, la beligerante postura de Malcom X y el uso propagandístico que hace de Ali (Eli Goree), quien está decidido a convertirse en musulmán, no abonan a eliminar el racismo sino inflamarlo.

La cámara de King no toma posturas, ni pretende adoctrinar sobre la mejor manera de luchar por la causa. Su interés parece estar en capturar la manera en que estos hombres/nombres encuentran puntos en común aun entre desacuerdos. Este revisionismo pop aboga por el entendimiento y la empatía, apostando por dejar las preferencias individuales en favor del colectivo. Su fama no es una exigencia de perfección humana, sino el vehículo mediante el cual se puede extender la lucha. Que la perspectiva no ahogue las intenciones.

Es, en pocas palabras, la película que los creadores de Una amistad sin fronteras (Green Book, 2018) creyeron hacer.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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