Black Canvas | Kind Hearts: Sobre la afabilidad en nuestros días

Kind Hearts (Olivia Rochette, Gerard-Jan Claes 2022) sigue a los adolescentes Billie y Lucas, una pareja en crisis. Dicha crisis es resultado del inminente desenlace de sus estudios de bachillerato. A pesar de que ambos permanecerán en Bruselas, las consecuencias del cambio irrefrenable que supone el fin de una etapa modifican sus anhelos y, con ello, la continuidad de la relación se ve amenazada. La película alterna con afabilidad entre las conversaciones donde la pareja reflexiona sobre sí misma y los momentos en los que los chicos están sin su par. Cuando los jóvenes están con sus amistades, Billie habla sobre Lucas mientras estudia y Lucas habla sobre Billie mientras compone música electrónica. En medio de todos estos diálogos en torno a las relaciones interpersonales o el futuro, Rochette y Claes muestran también la belleza de los instantes que construyen el día a día, más allá de lo que ocupa nuestra atención: una plática en el parque, un perro que en su paseo se recuesta plácidamente sobre el pasto, el viento que mece la copa de los árboles o el rítmico goce del baile durante un concierto de techno.

“¿Qué querían decir con lo “humano”, con la palabra “humanidad”? ¿Es y abarca lo mismo que entendemos bajo el concepto de “humanidad” hoy, en el 2020?”, pregunta un maestro a sus estudiantes en una clase sobre la Ilustración. La inquietud por la especificidad temporal y las divergencias sobre un mismo tema de un periodo a otro atraviesa el espíritu de Kind Hearts, en donde la pregunta es: ¿cómo es el romance entre un hombre y una mujer durante la segunda década del Siglo XXI? La dupla de cineastas se limita a otear una descripción de ese fenómeno, más que a dar una respuesta conclusiva a esa pregunta y siempre toman en cuenta que lo que hoy se entiende por romance quizás no signifique lo mismo en el futuro. Nuestro tiempo habita cada plano del documental, no como una obsesión por la “actualidad”, sino como registro de las particularidades de una época. Prueba de lo anterior son las imágenes de chats, de pantallas con líneas de tiempo en programas de edición y de fotografías en redes sociales, que abarcan todo el encuadre. Este dispositivo no sólo contribuye a la narrativa de la película (los diálogos que se sostienen en el chat, por ejemplo) sino que irrumpen como una suerte de gráficos que marcan la presencia de estos medios como algo inexorable de la humanidad de hoy. Pocas películas han hecho un uso tan inteligente de este dispositivo.

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En cuanto a montaje, Kind Hearts se construye, eminentemente, a partir de planos/contraplanos. Este recurso tan convencional y aparantemente simple alcanza altos vuelos anímicos a lo largo de la película. Los personajes aparecen en solitario la mayoría de las veces; por ello, cada que hay un plano de conjunto o que gracias a una entrada a campo aparecen dos personas juntas, el instante de unión resulta ser algo emotivamente poderoso. Por ejemplo, hay un momento en el que Lucas aparece trabajando sentado sobre la cama; el siguiente plano muestra a Billie trabajando en un escritorio. La contigüidad espacial no es evidente. Los adolescentes bien podrían estar en lugares diferentes. La construcción del espacio (cinematográfico), entonces, parece acentuar simbólicamente la distancia que se acrecenta entre la pareja. Sin embargo, primero el diálogo y después Billie entrando al campo visual para acomodarse junto a Lucas cambian la impresión anterior. Es como si la palabra y el contacto físico evocarán un vinculo que permanece más allá de todo cambio.

El paso del tiempo y las transformaciones que éste provoca son evidentes en la película. Para dar cuenta de ello basta con ver los planos que, sin más indicación que el clima, marcan el paso de las estaciones del año. Kind Hearts abraza la mutabilidad. No en vano, la maravillosa secuencia del prólogo muestra a diferentes personas (los protagonistas incluidos) en las sillas voladoras de una colorida feria. Ahí, la elevación de los columpios que incrementa la distancia con el piso, el aumento en la rapidez del juego, las alteraciones en las luces de neón y la alternancia entre los personajes que aparecen son evidencia del cambio perpetuo. Este juego opera como una suerte de alegoría tanto de las relaciones románticas como de la vida misma: girar por lo alto vertiginosamente con el abismo a nuestros pies, pero siempre envueltos en colores y todo el mundo reaccionando distinto, según su ánimo. Ante la mirada de Rochette y Claes, cada persona tiene una potencia policromática, un corazón afable.

Por José Emilio González Calvillo

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