Black Canvas | Una reseña sobre Un Prince, de Pierre Creton

Cuando parece que el cine ha olvidado la capacidad para asombrar con los elementos más mínimos, aparece una película como Un Prince (2023), del francés Pierre Creton, para demostrar que los logros más bellos del cine ocurren en un solo plano. En una de las secuencias de la película, un hombre joven se levanta de la cama en la que duerme junto a su amante. Al levantarse, éste desaparece de nuestra vista, mientras la cámara permanece fija y su amante cubierto por las sábanas.

En cuestión de segundos, un hombre mucho mayor es quien regresa a acostarse en la cama. Una elipsis temporal tan delicada como la vuelta a la página de un libro rico en relatos e historias que no deja de ofrecer asombro en cada línea. Creton, como el português Manoel de Oliveira, entiende que un relato no se filma desde lo que está escrito, sino desde aquello que la letra despierta en la imaginación, un espacio al mismo tiempo tan difuso y transparente como el castillo en el que se desarrolla la acción de Un Prince.

Pierre Creton lleva varios años trabajando como documentalista, esto lo ha llevado a estar presente en varios festivales internacionales –principalmente en el FID Marseille, plataforma de la mayoría de sus trabajos–, en los que se profesa una relación con la naturaleza y la vida rural que carece de los sesgos y pretensiones romantizantes de otros cineastas cosmopolitas. Obras como Secteur 545 (2005), Le Bel Eté (2019) o Maniquerville (2009) hacen patente una visión distintiva sobre el mundo en la que no existe una mirada que se imponga sobre éste, sino que ocupa, humildemente, el lugar que le corresponde, dejando que su mera presencia lo transforme, como el sol sobre la tierra fértil.

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Creton, además de cineasta, ejerce la jardinería como un oficio que nutre su oficio cinematográfico. En sus trabajos, la puesta en escena es un acto de germinación que se cultiva con una mirada atenta y completamente libre de prejuicios. En Un Prince, Creton presenta la historia de un horticultor, Pierre-Joseph, que cuando tenía 16 años se unió a un centro de formación para convertirse en jardinero. Allí conoce a la directora Françoise Brown, Alberto –un profesor de botánica– y Adrien –su patrón–, quienes fueron determinantes en su aprendizaje y el descubrimiento de su sexualidad. 40 años después llega Kutta, el hijo adoptivo de Françoise, quien se ha convertido en el dueño del extraño castillo de Antiville y parece estar buscando algo más que un simple jardinero.

Como en las películas de su compatriota Alain Guiraudie –como El extraño del lago (L’inconnu du lac, 2013) o Animal vertical (Rester Vertical, 2016)–, Creton es un cineasta abocado a una exploración profunda del deseo y la belleza masculinas que se encuentran por encima de cualquier hegemonía estética o moral. En sus documentales existe una libertad que solamente puede provenir de una persona que tiene una comunión particular con el mundo y la paciencia para apreciarlo.

En Un Prince, Creton adopta la estructura de un cuento medieval, narrado bellamente a diferentes tiempos por el actor Mathieu Amalric y la actriz Françoise Lebrun (La mere et la putain, 1973), en el que una narrativa tan intrincada como una enredadera se topa con fantásticas elipsis temporales, furtivos encuentros sexuales, presencias espectrales y una criatura fálica que sin duda alimentará fantasías y pesadillas por igual.

El oficio cinematográfico de Creton es tal, que la belleza de sus cuadros parece orgánica, hecha casi sin ningún esfuerzo cuando en realidad es el resultado de años de un proceso natural que se ha embellecido con la mano de un fiel compañero.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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