Nos hicieron noche, la comunidad permanece

“Tu hija es una pollita y mi hijo un gavilán pollero
él no ha metido la pata ni que la meta quiero
por eso vengo a rendirla con un afecto sincero”

Nos hicieron noche (2022) documenta la cotidianeidad de San Marquitos, un pueblo en Oaxaca que no está reconocido por el gobierno y tampoco se encuentra en ningún mapa. Sus protagonistas son una familia local y, en especial, Doña Romualda. La abuela y jefa de la familia se dedica a hacer los rosarios de los velorios, cuidar de su rebelde nieto Adonis y contar las historias del pueblo. Ella, con sus pies bien plantados sobre la tierra y el carácter de un toro, es el pilar sobre el que no sólo se sostiene la familia –como suele suceder en México– sino también este documental. En la boda de su hijo, mantiene viva una tradición lanzándole rimas a su consuegra para luego ofrecerle un pavo.

Cuando Romualda tenía 15 años, un ciclón categoría 5 terminó con su pueblo, los habitantes de la comunidad entonces tomaron lo que les quedaba y cruzaron el Río Verde para asentarse más arriba y rehacer su vida en un pueblo nuevo, al que llamaron San Marquitos. El agua del río les llegaba hasta el cuello, pero era aquello o ahogarse en los restos de su comunidad.

La visión de José Antonio Hernández, director de Nos hicieron noche, sobre San Marquitos es un relato que resulta casi naturalista, absorbiendo por completo al espectador en un mundo desconocido incluso por la oficialidad. Una boda, un velorio, un romance que termina y las travesuras de Adonis son el relato principal, que culmina con la fiesta anual del pueblo, escenas coloridas, fiesteras y divertidas donde las mujeres cargan con una canasta de flores mientras dan sorbos a una cerveza. Sólo las imaginaciones de Adonis sobre diablos con atuendos iguales a la Danza de los diablos nos aleja de un cuadro completo de la vida cotidiana y terrenal.

Es un filme que parece no querer sentarse a esperar que el espectador sienta misericordia por la pérdida del pueblo, sino retratar el jolgorio y las risas. El niño Adonis es travieso y hace pasar corajes a su abuela, ambos inician el documental cuando Adonis le desobedece y se mete al mar a surfear. Su abuela, naturalmente, le tiene miedo al agua.

A través de la cámara se retrata la vida y la naturaleza, que no estipula en situarse lejos o cerca de aquello que documenta, a veces miramos debajo del agua, a veces a los ojos de Romualda o nos colocamos casi como espiando el rompimiento entre Rosita y su novio sentados en la arena.

Sin embargo, es el sonido lo que abre la película y también lo último que permanece, es un filme que nunca se queda callado y es ese trabajo de Chino Ortega lo que termina por amarrar bien la historia. Desde el sonido de los pájaros hasta la música regional acompañan todo el tiempo a Romualda, con su rostro duro pero amable, a través del pueblo.

En Nos hicieron noche se viaja junto con el hijo de Romualda a San Marquitos, donde ni la catastrófica modernidad ni la lluvia han logrado apagar la tradición oaxaqueña, y es el cine quien lo mapea.

Por Romina Hernández (@RomHer17)