Las clases de meditación suelen interpretarse como un método para calmar la mente y eliminar el estrés. No obstante, la atracción hacia los preceptos sagrados suelen provocar reacciones extremas en sus creyentes. No quiero ser polvo (2022) entremezcla un drama que tanto muestra la crisis familiar y la sensación de abandono como la atracción por los temas místicos.
Begoña (Bego Sainz) es un ama de casa que mantiene una relación distante tanto con su esposo Roberto (Eduardo Azuri), como con su hijo Iván (Iván Löwenberg, director de la película). Además, percibe cansancio ante el paso del tiempo y la monotonía. Todo cambiará cuando se entere durante una de sus clases de meditación que el mundo se tornará en tinieblas por tres días.
Löwenberg construye un drama en el que muestra la rutina de Begoña, quien mantiene un ritmo de vida inerte, percibe indiferencia hacia su persona y busca atención en su entorno. El exceso de trabajo de Roberto le impide mantener una estrecha convivencia y su hijo añora cursar una maestría en el extranjero que lo lleva a mostrar indiferencia hacia su madre. Para lidiar con su soledad, la mujer acude a la tumba de sus padres y toma clases de yoga y meditación, aspectos que también tendrán un cambio conforme se aproxime la fecha del apocalipsis.
De forma paulatina, el relato entremezcla con el drama tintes de comedia hacia el aspecto místico. En la institución que acude la protagonista se pregona a la paz interior y la creencia de la abundancia como las formas absolutas para el despertar espiritual, uno que hace decidir a Begoña en prepararse para sobrellevar los supuestos días en tinieblas. Löwenberg satiriza también a la dificultad de la generación millenial por lograr la estabilidad económica y su independencia, así como a los pensamientos de charlatanería en torno al holismo y las creencias esotéricas.
La inminencia apocalíptica en el relato desarrolla y cambia la psicología de Begoña, quien comienza a interactuar de forma más cercana con su entorno social. Aunado a ello, ella misma busca mejorar de manera individual, mostrando más empatía con las personas, entre ellas el cuidador del cementerio (José Manuel Poncelis). Así, la trama muestra un par de giros argumentales que terminan por acentuar en la dualidad de los grupos místicos, la supervivencia y la fuerza de las creencias personales.
Si bien No quiero ser polvo demora en el desarrollo de su premisa, es un correcto relato metafórico que, al equilibrar comedia con drama, sátira y aspectos apocalípticos, muestra el impacto de las crisis emocionales, la búsqueda del bienestar personal, la ambivalencia de los dogmas esotéricos y el paso del tiempo.
Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)