‘Ant-Man’: Entretenimiento en miniatura

Marvel prosigue con su entrega anual de los superhéroes de su firma en el obligatorio cumplimiento de las fases prometidas en su arco narrativo. Después de los aplausos a la irreverencia de Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014) y el cuestionable e irregular recibimiento de Avengers: La Era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015), llegó el turno a las peripecias de Ant-Man: El hombre hormiga (Ant-Man, 2015), alcanzando de paso la finalización de la segunda etapa marveliana.

Scott Lang (Paul Rudd) es un ex convicto recién salido de prisión que busca alejarse de su pasado criminal para iniciar una nueva vida y ganarse el derecho de visitar a su hija. La falta de oportunidades laborales por sus antecedentes lo orilla a ejecutar un atraco a un acaudalado científico. El hombre en cuestión es Hank Pym (Michael Douglas), quien le dará a Scott una coyuntura para encontrar su lado bueno al ofrecerle convertirse en Ant-Man, alguien capaz de reducir su tamaño y de adquirir gran fuerza. Así, con la ayuda de Hope (Evangeline Lilly), se darán a la tarea de realizar un plan para salvar al mundo del ambicioso científico Darren Cross (Corey Stoll).

A pesar de las dificultades que atravesó el Hombre Hormiga en encontrar un espacio digno con la prematura salida del realizador inglés Edgar Wright (Scott Pilgrim vs the World, Una noche en el Fin del Mundo), en Peyton Reed encontró el sustituto que pudo llevar a cabo cumplidamente el proyecto. Aunque conocido por el frivolismo de las porristas en un concurso nacional en Triunfos robados (Bring it On, 2000) y también por insulsas comedias como Viviendo con mi ex (The Break-Up, 2006), encuentra también, como el propio Scott, una nueva oportunidad para hacer mejor las cosas.

Preservándose el crédito de Wright en la autoría del guión junto a Joe Cornish, Adam McKay y el propio Paul Rudd, Reed, familiarizado con el manejo del humor, lo prepondera en el relato sin eclipsar la médula de la historia a través de los gags del estelar con su carismática banda de maleantes (que podría llamar la atención dentro de su diversidad étnica), o un poco paródica en los sucesos que atañen a otros integrantes del Universo Marvel, alejándose de la oscuridad de otras aventuras de la camada como lo fue la secuela de Thor.

La acción ofrece también una visión diferente a la acostumbrada en otras entregas de Marvel, conjugándose la diminuta perspectiva de Ant-Man entre hormigas y objetos o la pelea entre el héroe y Yellowjacket, con la del tamaño del mundo real, intercalando también acontecimientos relevantes en el anterior timeline con el fin de preparar el terreno a la fase tres.

Con la sencillez en la narrativa, en el desarrollo de los personajes y en la reiteración (un tanto cayendo en el cliché) del peligro que la ciencia representa si se tiene una ambición cegadora, la cinta  adquiere una identidad propia con respecto al resto de superhéroes más populares como Iron Man o Capitán América gracias a su ligereza en tono y sin sacrificar su amenidad. A su vez, agrega la importancia de los vínculos familiares, específicamente el del padre y una hija. En los casos de los estelares, distantes por circunstancias adversas, muy en el fondo añoran la restructuración de su relación, siendo la redención la clave para unir fuerzas.

Aunque la pregunta de cuánto se preservó en realidad del material original de Edgar Wright estará en el aire por mucho tiempo, Ant-Man es una entretenida odisea entre encogerse y agigantarse gracias a carismáticas actuaciones, a un liviano pero simpático sentido del humor que adquiere coherencia conforme el relato avanza y a una amigable transición en pos de defender lo que se ama.

Pequeño en tamaño es el Hombre Hormiga al igual que su debut fílmico en comparación de otros protagonistas de otras creaciones de Stan Lee, pero logra dejar su huella… muy a su manera.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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