¿Qué se necesita para que una película dirigida por Alejandro Jodorowsky, actuada por Mick Jagger, Orson Wells y Salvador Dalí, musicalizada por Pink Floyd, y con la participación artística de Moebius, H.G. Giger y Dan O’Bannon, se vaya, literalmente, a la basura? Eso intenta respondernos Frank Pavich en su documental Dunas de Jodorowsky (Jodorowsky’s Dune, 2013).
Después del éxito que significó La montaña sagrada (1973) el director chileno creyó que el mundo del cine le permitiría hacer lo que fuera, así que, lleno de ambición, se dispuso a crear lo que su corazón e intelecto le dictaban, sin tomar en cuenta el parco y ruin mundo de la cinematografía industrial. Dune, ideada en su totalidad por Jodorowsky a partir del texto de Frank Herbert, pintaba no sólo para ser la cinta más deslumbrante de ciencia ficción, si no para ser la cinta más espectacular de la historia. Jodo tenía ya el plano a plano del film en su mente, y con la vibra mística que acompaña su vida, fue poco a poco reclutando a los guerreros que lo acompañarían en la guerra por sacar Dune a flote.
Ahora todos los participantes deciden romper el silencio, hablar del proceso creativo, y de cómo Alejandro los fue influenciando e inmiscuyendo en su forma de ver el cine, así como de la estrepitosa caída anímica que sufrió todo el crew al enterarse del carpetazo que sufrió la cinta por medio de las casas productoras más importantes. Dune influyó en la historia del cine aun sin ser filmada, y en este documental se revelan los cómos y porqués.
Conociendo la condición actual del Jodorowsky de nuestros tiempos (más cercano a la parafernalia de la psicomagia, que a la creación artística), me temía que el documental fuera un culto al ego del propio Alejandro. Para mi fortuna y la de todos, Dunas de Jodorowsky no va por ahí. Es cierto que se centra en la visión y acción del director, pero no juega el papel de protagonista; este papel lo toma la película jamás realizada. Pavich le da su peso específico a todos los miembros involucrados, otorgándoles una voz propia, ajena a la de Alejandro, y que gira entorno a su participación, la cinta, y no a lo que Jodo hacía. Primer acierto.
Y aunque el documental no sale jamás de la escaleta clásica de este género (entrevistas, voz en off, edición sencilla), muestra frente a la pantalla un involucramiento total. Se logra que todos los participantes muestren interés y entusiasmo por lo que relatan, (sobre todo Jodorowsky, que explota en varios momentos), creando con esto un lenguaje amigable, universal y que entusiasma. Segundo acierto. Porque el film termina siendo no sólo para fanáticos del cine jodorowskiano; también lo termina siendo para los fans del cine en general. Hay tanta pasión en crear una cinta, Dune, que es inevitable que se contagien las sensaciones expresadas a cuadro. El cine se vuelve un personaje, y uno entrañable, así se nos involucra, sin jamás llegar a lo lacrimógeno ni fanfarrón, como cabría esperarse. Tercer acierto.
Jodorowsky’s Dune tiene poco de experimental, surrealista, psicomágico o pánico, pero encantará a los seguidores del octogenario director y por la misma razón es comestible para los cada vez más detractores del mismo. Pues aquí no hay una cinta hecha para montar estatuas, alabar genios y santificar vacas sagradas; aquí hay una cinta anecdótica, de una historia que vale la pena escuchar, pues devela muchas de las respuestas acerca del cine, su arte, su industria y los avatares propios de esta fatídica relación.
Por Ali López (@al_lee1)