Ambulante | Photophobia: visor para vencer al miedo

Ivan Ostrochovský y Pavol Pekarčík presentaron, en la edición número ochenta del Festival Internacional de Cine de Venecia de 2023, su drama documental Photophobia, sobre los estragos en la población de Ucrania tras la mediática y controvertida invasión rusa. La historia sigue a Nikita, con 12 años de edad y mucha curiosidad por descubrir el mundo, en conjunto con su familia mientras sobreviven a los bombardeos de su ciudad en la red subterránea del metro.

El tema central –a pesar de la resiliencia, la esperanza y la tenacidad– es el miedo y las formas en las que la humanidad, en momentos de crisis, intenta mitigarlo. La cámara, en buena parte del filme, tiene la delicadeza de parar durante algunos minutos para observar detenidamente las conversaciones de los refugiados, que ven sus cotidianidades rotas ante una pelea desencadenada por los orgullos lastimados de dirigentes insaciables.

La soledad es una constante, aún cuando los protagonistas se encuentran rodeados de compatriotas, y eso pasa factura a la salud mental. Las infancias no pueden dejar de creer en el poder de un mundo que sigue en movimiento y tampoco frenar sus ansias por entender lo que sucede alrededor, pero esta guerra les pone un alto infranqueable.

El documental tiene un ritmo exacto, adecuado para una historia enmarcada en un conflicto bélico. Uno de sus recursos más interesante, es el de los visores: algunos niños del refugio bajo tierra recurren a fotos viejas para no perder el sentimiento de arraigo y las presentan ante la audiencia como una forma de contextualizar que esta, la de los escondites, no es su vida “real”, es solo un momento, una etapa pasajera, como un juego tedioso y complicado que ha durado demasiado y tiene implicaciones en las personas y sus modos de ver las acciones de otros jugadores.

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De esta forma, Nikita comienza a dejar perder su mirada en las paredes, a la espera de un cambio igual de impactante que el estallido de la guerra. Pero la incertidumbre es brutal; los anuncios a través de los megáfonos no son buenas pistas, solo avisan si la comida llegará o lo que se tiene que hacer con las mascotas, pero no dicen nada sobre las casas, las rutinas, los hábitos, los amigos de antes, el silencio que no olía a muerte.

Algunas fotos de los visores de los que hablé hace algunas líneas están intervenidas con columnas de humo y llamas amenazantes, que están en diálogo constante con una de las preguntas esenciales para los ciudadanos atrapados en el conflicto: ¿Qué es realmente imprescindible? En tiempos en donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos, diría Páez, lo que es importante no solo es lo que quita el hambre o la sed, sino lo que puede devolver la paz que alguna vez reinó en el corazón.

Photophobia es un documental que se preocupa por las consecuencias de los civiles, que sí quiere permitirse escuchar sus testimonios no como respuestas incómodas, sino como una progresión de hechos que abarca más de un mes bajo tierra. Las calles, junto al pasado, se convierten en objetos de deseo, mientras Nikita piensa cómo llenar el diario, que tendría mucho más silencio que ganas de expresarse, que la doctora del refugio le recomendó llevar para mantenerse activo y saludable.

Y entonces los sobrevivientes comienzan a reflexionar acerca de qué elementos los hacen seguir siendo ellos mismos, que hace falta para volver a sentirse plenos, sólidos, reales. La gente se ocupa haciendo nuevas comunidades, normalizando charlas sobre muertos y derrumbes, atrayendo la tecnología para reemplazar los huecos materiales y espirituales que las bombas dejaron en sus mentes. Esta pieza se siente como una conversación constante, prudente y necesaria sobre la desesperación y la pérdida de los anhelos humanos.

Sin duda, vale la pena exponerse a los 70 minutos de una guerra que pasa a los interiores de cada víctima y cada pariente muerto, perdido entre los escombros de un mundo gris, frío, envilecido.

Por César Cárdenas (@gabolarios7)

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