‘Fuerza mayor’: Cuestión de hombría

A diferencia de la feminidad en una mujer, la masculinidad en el hombre es algo que se encuentra en constante cuestionamiento. Casi a diario, desde las situaciones más mundanas, como cargar un objeto pesado, hasta asuntos más serios o incluso peligrosos, como enfrentar a un agresor. El hombre siempre tiene que comportarse a la altura de lo que le exige ser miembro del género. Cuánto alcohol puede beber sin perder el control, cuántas mujeres puede cortejar y llevar a la cama, y así otros rituales de demostración de hombría son constantemente realizados. Es condición humana, sin duda, parte de la información genética heredada de nuestros ancestros. El ser humano estará viviendo con mayor civilidad en teoría, pero la fachada de la hombría sigue siendo una forjada por viejas costumbres. Estas hacen que de igual manera sea fácil de vulnerar una frágil armadura que puede ser derribada de un soplido, poniendo así la hombría de un individuo en cuestionamiento por sus semejantes: su familia, sus amistades, su pareja y sus hijos.

Ruben Östlund dirige y escribe una tragicomedia que decide explorar este asunto desde un punto de vista humanista. Se ha comparado la cinta del sueco con la obra de gente como Haneke, pero Östlund no odia a sus personajes o a la audiencia, para el caso. La historia empezará como una tragedia, se volverá un drama, pero jamás una máquina de tortura insensible hacia los personajes. Es un análisis del género masculino y su rol en sociedad, hecho con ingenio y cierta pizca de humor negro y ácido.

Una familia de suecos clase media alta disfrutan sus vacaciones en las nevadas montañas francesas. Nada fuera de lo común ocurre hasta cierto día en que una explosión controlada produce una avalancha. Esta es observada por la familia, Tomas (Johannes Kuhnke), el esposo, informa a sus dos hijos y a su esposa Ebba (Lisa Loven Kongsli) que no hay nada de que preocuparse. Que la avalancha, fruto de las detonaciones, no se acercará demasiado al mirador en el que se encuentran. Sin embargo, la avalancha se acerca más y más, y en un instante de pánico y confusión Tomas huye, dejando a su mujer e hijos solos frente al polvo de nieve que cubre el lugar.

No ha pasado nada, todos están bien y sin rasguños o heridas, pero algo sí ha quedado en mal estado: la confianza de Ebba en Tomas. No sólo abandono a sus seres queridos en un momento de aparente crisis; encima insiste en negarlo. Lo que parece ser una discusión trivial que pasará al día siguiente se convierte en un elefante blanco que desvanecerá toda la paz de la familia ante la mirada de una pareja de amigos que también los acompañan en el hotel, y la de un conserje de semblante cansado. Pareciera que este último ya ha presenciado esta anécdota en el pasado con diferentes familias.

A partir de aquí la cinta podría tomar muchos rumbos. Östlund podría hacer y deshacer a sus personajes y meterlos en algún otro giro complicado. Sin embargo, este los deja desenvolverse con fluidez, permitiendo a la audiencia ser parte de este drama tan íntimo. Östlund quiere entender lo que mueve a cada personaje a reaccionar de la manera que lo hace, y cómo lo asimilan los demás. Es un interés genuino en los procesos de este partido de tenis emocional. El marido lanza la bola y la mujer la regresa más fuerte. Los cargos son casi peores que ser acusado de un asesinato o un robo. La sensación de que tu esposa ya no te considera un buen marido, y aparte cuestiona tu hombría es algo que toca fibras muy particulares en un hombre. Lugares que pocas películas tienen la convicción y osadía de explorar, sin trucos ni espejismos. La dirección de Östlund es mesurada, muy pulcra y concentrada en ciertos aspectos. Generalmente vemos a los personajes a distancia, cual si fuera esto una puesta en escena. Cuando la cámara se enfoca en los rostros se queda ahí, mirándolos sin juzgarlos. No hay algún ángulo forzado que pretenda generar un drama artificial. Esta es una de esas películas donde los silencios sí importan, donde sí tienen su peso en el desarrollo del guión.

El segundo acto cuenta quizá con demasiadas situaciones muy convenientes a nivel de guión. Generalmente criticaría esto como flojera, pero en este caso es Östlund atreviéndose a responder las preguntas que él mismo plantea con la cinta. Eso es algo que tampoco muchos se atreven a hacer. Es muy comodino, y hasta cínico, deducir que la naturaleza humana es puramente egoísta; lanzar una interrogante de por qué los humanos podemos ser así y no hacer más con la pregunta. Creer que los seres humanos realmente no damos para más me parece tonte e ingenuo, y cada vez me encuentro más y más fastidiado con cintas que desean celebrar el cinismo como si fuera la bandera de un nuevo movimiento social. No lo es, no puede serlo, y quien lo crea necesita reconsiderar sus ideas. Los seres humanos seguimos siendo sin duda animales temerosos de nuestro entorno, de los demás, e incluso de nosotros mismos. Esto no significa que no podamos aprender y transformar lo que somos y lo que pensamos como sociedad. La película desea que podamos ser más críticos de nuestras acciones y pensamientos, que dejemos a un lado las tonterías y estereotipos de género, y empecemos a aceptarnos como somos. Ese es el primer paso para una vida con mayor paz y tranquilidad. Fuerza Mayor es una pequeña lección de humanidad, una que nunca es demasiado tarde de aprender.

Por Rubén Martínez Pintos (@SartanaDjango)

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