Ambulante | María Sojob, lingüista

Cuando una lengua muere desaparece toda una cosmogonía. Una lengua o idioma no sólo sirve para nombrar y hacer mundo son, en su aspecto más radical, una forma de pensamiento y una potestad para nuestros sentimientos. A Roman Jakobson en alguna ocasión le preguntaron si era verdad que hablaba más de cincuenta lenguas. Sí, respondió, pero todas las pienso en ruso. Nuestra lengua materna es un hogar, como para Jakobson, o podría serlo también. Así, una lengua muerta es una luz que se apaga, un universo lingüístico que se esfuma. Hablar un idioma es un acto político. De ahí que la proliferación del “espanglish” carezca de motivaciones, cultura e identidad (cfr. Chicanismo) y sea más bien un abuso de clase.

Publicada en 1957, Balún Canán, primera novela de Rosario Castellanos de lo que después se conocerá como Trilogía indigenista, es también una reflexión lingüística, así como la muestra viva de los aparatos de dominación del estado mexicano para eso que Yásnaya Aguilar Gil ha nombrado como desindigenismo. En la novela, Castellanos cuenta el enfrentamiento entre indígenas y “ladinos” (o blancos) y cómo es que por imposición gubernamental el hacendado César Argüello se ve obligado a brindar educación a las hijas e hijos de sus trabajadores. El primer conflicto es idiomático. Ernesto, el sobrino y maestro elegido por Argüello, desconoce el idioma tzeltal y las niñas y niños no hablan “castilla” (español). El segundo conflicto es de género. La Nana y la niña Argüello no obstante tengan un papel principal, no tienen nombres propios en la historia, son nombradas a partir de su función en el engranaje masculino: hija y empleada. Brutal novela liminar, muestra el resabio que deja el conflicto ante la imposición idiomática: odio y vergüenza. Odio a las raíces y vergüenza por proferir un idioma que no es el español. La vergüenza lingüística es, primero, fruto de la colonización y, después, sostén de un gobierno. Yásnaya Aguilar Gil ha recordado las cifras aproximadas de la infamia. “En 1820 aproximadamente el 70% de la población mexicana hablaba una lengua indígena como lengua materna y ahora sólo cerca del 6% lo hace (..) podemos ver que la gran mayoría que se enuncia mestiza es población que fue desindigenizada durante los últimos doscientos años.” En Tote_Abuelo (2019), María Sojob se pregunta por su propia orfandad idiomática: su padre y su madre nunca le quisieron hablar en tzotzil ¿vergüenza vigente? En Castellanos como en Aguilar y Sojob la batalla es por una lengua viva, por un multilingüismo que no excluya las lenguas indígenas. María Sojob es también lingüista en resistencia.

Tote_Abuelo, debut en largometraje de Sojob, es la historia de un reconocimiento. Dos inquietudes enmarcan el documental. La no relación con el padre de su madre y el no saber por qué su lengua materna, el tzotzil, tuvo que ser aprendido como segunda lengua. Figura distante, su abuelo es un desconocido. Incluso era un ser temible: “cállense porque ahí viene el abuelo”, “no jueguen porque el abuelo…”, recuerda en una confundida y dulce narración en off en español. Documental bilingüe, Sojob para estar cerca toma la decisión de una lingüista: disfrazar de conversación lo que tiene intención de ser una entrevista. No miente: su cámara es siempre visible. En su mayoría planos fijos, todo sucede en la armonía sonora del tzotzil y la belleza de un tejido. Entre abuelo y nieta hay un pacto más. Sojob está en la cocina con la actual pareja de su abuelo. Mientras él llega, Sojob se permite meter las manos para echar una tortilla al comal. Entre risas, el abuelo aparece en la escena. Y le pregunta sobre el tejido de los sombreros. Si aún los hace o se acuerda. El abuelo confiesa que sí pero que ya le cuesta mucho. Su vista no es como antes, la está perdiendo. Ahí el pacto: el documental es también la historia del tejido de un sombrero. La lingüística cuando es aplicada trata de la enseñanza: con cierta reticencia, el abuelo deviene maestro. Cómo hilar un sombrero es un saber de la lengua y por ello Sojob enuncia su desconcierto: “si pierdes la vista por completo ¿qué va a pasar?”. “Todo habrá acabado”, dice el abuelo.

Sueño en otro idioma (Contreras, 2017), El ombligo de Guie’dani (Sala, 2018) y El sueño del Mara’akame (2016, Cecchetti) son ficciones recientes que han puesto el tema sobre las lenguas indígenas en el centro. En el caso de Contreras, sobre la extinción de una lengua y el desamparo que nos queda. En el caso de Sala y Cecchetti, han pugnado, con encanto y talento y honestidad, lo natural de todo idioma: su existencia. En ambos filmes nadie se sorprende por hablar zapoteco o huichol. Son idiomas como los demás. El desprecio a las lenguas indígenas fue un proceso de imposición cultural. En este cine, incluida también Sojob, hay un freno a eso. Un replantear las cosas, un mirar la diversidad lingüística y mostrar su valor, su sonoridad, su potencia.

Nunca frente a cámara pero sí como conversación en off Sojob entrevista a su madre. Y le pregunta sobre su abuelo. “¿Era muy malo mi abuelo?” “Malísimo, responde la madre, pero no por eso lo odio”. Las razones del corazón. La madre de Sojob salió de casa pronto. La tradición de recibir un trago, pedir la mano y casarse no la seducía. Se rebeló y emigró a la ciudad. La madre debió aprender español. María Sojob encuentra lo perdido: las razones para no aprender tzotzil de su madre. El encanto político del documental está cifrado en dos momentos. En off, con un plano fijo del horizonte y vegetación, Sojob le pregunta “¿cómo se dice en tzotzil amor?” “No sé, dice la madre”. Luego, profieren algunas palabras y coinciden, como en un abrazo lingüístico, que la palabra que sea está ligada a algo que duele o puede doler. Para Sojob se ama en dos idiomas: como se hace en la comunidad y como se usan las palabras en español. El segundo momento es sólo un plano, el último. El abuelo, reticente a enseñar a una mujer a tejer, está sentado junto a su nieta y ésta también teje. Otra vez: lo lingüístico que es testimonio de comunidad, de amor, de pertenencia.

Un aparato ideológico de estado es también la imposición de una lengua como oficial. Es por ello urgente recordar, como nos sugiere Sojob, las palabras de Yásnaya Aguilar: “Las lenguas no mueren, las matan.” María Sojob, lingüista, ha decidido que su descendencia sea bilingüe: amar en tzotzil y en español.

Por JJ Flores Hernández (@JJFloresHdz)
Nuevo San Juan, San Juan del Río, Querétaro,
cuatro, casi cinco, de junio de dos mil veinte

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