Un día de “bromas” en el 8º Los Cabos

La última jornada de la octava edición de Los Cabos International Film Festival estuvo marcada por tres bromas. Un par de adolescentes intentan vengarse de la nueva novia de su padre sin prever las consecuencias de sus actos. Una sátira intenta ridiculizar a los nazis y su propaganda. Y, por último, una celosa esposa intenta vengarse de su marido. ¿Quiénes habrán cumplido su cometido?

En Jojo Rabbit (2019), Taika Waititi (Thor Ragnarok) retoma algunos de los temas que han dado forma a su carrera: lo complicado de crecer y el sentimiento de no encajar con tu entorno. Ambas vetas temáticas se aplican a una sátira sobre el nazismo, donde los villanos son caricaturas y sus víctimas no son sólo los judíos perseguidos por el régimen de Hitler, sino aquellos que creyeron en sus palabras sin percatarse de las verdaderas acciones detrás de estas (por cierto, un mito previamente eliminado por los libros de historia).

El protagonista del largometraje es el inocente Jojo (Roman Griffin Davis), un alegre muchacho deseoso de unirse a las juventudes hitlerianas. Su deseo de pertenencia no le permite ver cómo el régimen alista a los niños para morir en las trincheras, donde se les exige un deseo ciego de defender al nazismo. Jojo ve el mundo como un juego, después de todo es un niño, al grado de que su mejor amigo imaginario es el mismísimo führer, Adolf Hitler (Waititi), quien le infunde ánimos a todo momento y lo impulsa a seguir con su intención de convertirse en el mejor soldado posible. Como en esa legendaria sátira sobre el fascismo, Starship Troopers (1997), en la Alemania diseñada por Waititi sólo puede ser ciudadano aquel que entregue su vida a las armas.

El conflicto al centro de Jojo Rabbit se da cuando el pequeño protagonista descubre al interior de su morada a una joven de origen judío, Elsa (Thomasin McKenzie), quien, por obvias razones, vive recluida entre las paredes de la casa. Su aparición sacudirá los cimientos de la educación de Jojo y lo hará cuestionar la validez de las lecciones del régimen en su vida, porque, al parecer, no es suficiente con ver todos los días nuevos ahorcados en la plaza del pueblo.

La mezcla de intenciones, por un lado contar cómo madura el niño y burlarse de la extrema derecha, podría acercar la película a producciones como El Gran Dictador (The Great Dictator, 1940), donde el nazismo es ridiculizado sin perder de vista lo cruel (y absurdo) de su gobierno; sin embargo, el resultado es más cercano a La vida es bella (La vita è bella, 1997), la cinta que le valió el Oscar a Mejor Película Extranjera a Roberto Benigni, donde también se cuenta la maduración que vive un infante durante la Segunda Guerra Mundial, en otro mundo con pocas áreas grises.

Al acto de equilibrio propuesto por Waititi le falta acidez en su fórmula, mala leche en contra de un régimen que se profesionalizó en asesinar, cuya organización militar no era ejecutada por torpes soldados deseosos de ir a batalla ataviados de lentejuelas. Los nazis del realizador son tan ineptos que bajo ninguna circunstancia podrían resultar atemorizantes, son víctimas, más que villanos, por la manera en que son mostrados.

Más eficientes en sus bromas son los adolescentes de The Lodge (2019), donde Veronika Franz y Severin Fiala exploran algunos miedos relacionados a la maternidad y sus frutos, de manera similar (en este caso, mejor lograda) a como lo hicieron en Dulces sueños, mamá (Goodnight Mommy, 2014). Aquí, Grace (Riley Keough), sobreviviente de un culto suicida, es obligada por su prometido a pasar un fin de semana en una alejada cabaña en el norte de Estados Unidos, aislada del mundo deberá convivir con los dos hijos de su pareja (Jaeden Martell y Lia McHugh), quienes la culpan del reciente suicidio de su madre.

El planteamiento rápidamente recuerda al de El resplandor (The Shining, 1980), donde durante una nevada un padre de familia pierde los estribos ante las limitaciones de su talento como escritor y las obligaciones de la paternidad, sin embargo Franz y Fiala van más allá de las meras referencias tejiendo un relato que aprovecha el claro aislamiento en que se encuentran los actores para jugar con las expectativas de los espectadores.

Los chicos inician con Grace, sin que ella lo sepa, un macabro juego donde la realidad, la pesadilla y las mentiras se mezclan, ¿lo que vemos es causado por el medicamento de Grace, es real o se trata de un elaborado engaño cortesía de sus hijastros? Esta dinámica recuerda al trabajo anterior de la pareja y a cintas recientes como La bruja (The VVitch: A New-England Folktale, 2015) o Unsane (2018), de Steven Soderbergh. Grace experimenta un gradual descenso al desconcierto, donde sus experiencias anteriores, en apariencia superadas, brotan como los seres sobrenaturales que acompañan a Jack Torrance (Jack Nicholson) en su descenso a la locura.

Franz y Fiala ven la maternidad como un caldo de cultivo para nuestros miedos, no sólo por la presión de conectar con los hijos (naturales o impuestos), sino por los problemas que nuestras fobias y problemas podrían causarles. Aidan y Mia no son hijos de Grace, no obstante su reticente comportamiento está marcado por las decisiones de sus padres y, en especial, por la resolución de su madre (Alicia Silverstone) de quitarse la vida. Ansiedades que asfixian.

El día cerró con la proyección de Perdida (2019), donde José María de Tavira (Arráncame la vida) interpreta a Eric, un impetuoso y perfeccionista director de orquesta cuya esposa, Carolina (Paulina Dávila), desapareció sin dejar rastro. La policía sospecha de Eric, sobre todo por su reciente ligue con Fabiana (Cristina Rodlo), una mesera que sin muchas dilaciones se ha instalado en la aislada casa del músico, donde un par de extrañas situaciones insinúan que el espíritu de Carolina aun ronda por el lugar.

El proyecto más reciente de Jorge Michel Grau (Somos lo que hay, 7:19) detrás de la cámara es un remake de la cinta colombiana La cara oculta (2011), donde las pasiones humanas y la venganza se desbordan a consecuencia de una broma mal ejecutada, una lección que revelará la verdadera naturaleza de la pareja, punto que trae a la memoria la Perdida (Gone Girl, 2014) de David Fincher, cuyo trabajo estético reverbera a lo largo del de Grau.

De manera similar a The Lodge, Perdida propone a sus espectadores un juego donde lo real y las sugestiones de los personajes (con la pareja, lo sobrenatural) se intercambian de manera bastante fluida. Fabiana desea que las sospechas de la policía sean mentira con la esperanza de concretar su relación con la estrella de la sinfónica, como Carolina busca que los coqueteos de su pareja no sean más que eso. Ambas son víctimas de poner sus esperanzas en el mismo hombre, un sujeto desinteresado en otra cosa que no sea su trabajo.

La prueba, la broma, diseñada por Carolina pondrá a descubierto la verdadera naturaleza de todos los involucrados, desde el egoísmo cotidiano de Eric, hasta el virulento comportamiento de las autoridades encargadas de investigar la desaparición o el férreo interé$ de Fabiana por Eric. Los varios giros de tuerca en Perdida minimizan el impacto de su final, el cual hace eco del de Gone Girl, porque el terror no es descubrir de lo que es capaz tu pareja sino el nunca haberlo sospechado.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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