La primera edición del Festival Black Canvas mostró un compromiso serio con el cine de aires vanguardistas y heterodoxos, además, contó con una sólida programación de la cual rescatamos cinco trazos de cinco países distintos: Estados Unidos, México, Francia, Canadá y Corea del Sur.

  • Buzzard de Joel Potrykus

Desde su trabajo anterior, Ape (2012) –en el que un comediante de stand up hace un faustiano pacto con el diablo–, el cineasta estadunidense Joel Potrykus, quien mereció una retrospectiva completa de su trabajo, ha establecido una rigurosamente laxa política autoral y fílmica desde Michigan, su estado de residencia, desde el cual trabaja en proyectos de bajo presupuesto que emparentan el patetismo y la mordaz mediocridad alojada en una gran mayoría del pueblo estadunidense, emparentando visiones de alguien como  Mike Judge (Beavis & Butthead; Office Space, 1997) con la abismal profundidad de eurocentristas como Michael Haneke o Ruben Östlund.

El nuevo filme de Potrykus presenta a un estafador de poca monta llamado Marty (Joshua Burge), que al sentir que podría ser descubierto por haber hecho un fraude de dos mil dólares –enorme suma para sus estándares– en la empresa en la que trabaja, huye a Detroit estafando gente y usando su “guante de poder” (un guante de Freddy Krugger con control de Nintendo) como arma letal.

Potrykus presenta un filme que rebosa desconcertante ociosidad e ingenua maldad, presentando a Marty y su compañero de trabajo, Derek (interpretado por Potrykus mismo), como adultos absorbidos por un abismo adolescente de indefenso nihilismo. No estamos simplemente ante otro retrato de la Generación X devota al heavy metal y en la transición a la vida adulta, sino ante una bestia social distinta que el cineasta evita denunciar o señalar moralmente, porque forma parte de la misma.

La cultura del ocio presentada por Potrykus es endémica y responde a cambios radicales en los paradigmas sociales y laborales, no solo de Estados Unidos, sino del mundo y siendo el cineasta de Michigan parte de ese fenómeno, su acercamiento es directo, genuino y, hasta cierto punto, amenazante. Lo que Potrykus logra es elevar el Dorito, y todo lo que representa, a una dimensión existencial, en la que el Ello usa la máscara de un caricaturizado demonio.

  • Ruinas tu reino de Pablo Escoto

Tomando como brújula la idea del cine esbozada por cineastas como Pedro Costa, Nicolás Pereda y la dupla Castaing-Taylor/Paravel, autores del abrumador Leviathan (2012), Escoto y su equipo (particularmente su editor Salvador Amores y su fotógrafo Jesús Núñez) parten de una postura muy clara respecto al tipo de lenguaje que quieren seguir y se adhieren, sin someterse, a los códigos establecidos por sus nombrados guías.

Ruinas tu reino básicamente documenta la labor y cotidianidad de un pequeño barco pesquero. La película rebosa en ideas visuales, en su mayoría agudas, estructuradas en dos actos e intercaladas con textos y citas ancladas con precisión. Sin embargo, el peso de los conceptos es tan voluble y caprichoso como el movimiento del barco, lo que hace que el foco del trabajo por momentos se llegue a sentir difuso o divagante.

Escoto y su equipo plantean un acercamiento más material, y quizá por ello fetichista, a la transformación de la captura de imágenes, sin perder cierta esencia lúdica. La intención es no perder la oportunidad de experimentar y probar con diferentes formatos fílmicos (super 16, video, etc), que la excesiva necesidad de pulcritud digital impone hoy día. Las imágenes en Ruinas tu reino son ralas y crudas, aunque no carecen, en sus mejores momentos, de belleza y potencia.

La secuencia de la tormenta o la toma del mar golpeado por el sol cerca del final de la película, por ejemplo, y, no obstante las imágenes pudiesen parecer gratuitas o aleatorias, existe una inteligencia intuitiva que se pone de manifiesto en la elección de intertítulos o citas en las ilustraciones. Hay muchas capas y texturas en este trabajo, oscilantes y variantes como el mar, donde habita su idea más fuerte: el trasnfondo, más allá de los pescadores, es la relación de ellos con el mar y las formas de vida que habitan en sus aguas.

  • Nocturama de Bertrand Bonello

El activismo y el materialismo contemporáneo se funden en un fuego artificial, como ese fuego debordiano (In girum imus nocte et consumimur igni, 1978) que consume lentamente los impulsos de un grupo de jóvenes parisinos que cometen una serie de actos terroristas en la más reciente película del consumado formalista francés Bertrand Bonello (Saint Laurent, 2014), y que después de lograr su cometido en un primer acto prodigioso en su uso del espacio urbano, reminiscente de la virtuosa puesta en escena de Jacques Tati en Playtime (1967), se refugian en un aséptico y opulento centro comercial en el que lentamente va surgiendo la oscura fuente que los motiva: el ocio.

Bonello demuestra un control autorial absoluto, desde sus finas composiciones visuales hasta la composción de un score recargado en sonidos electrónicos, pero la película se sostiene en la creación de dos elipsis narrativas, ambas de caos y control que se invierten convirtiendo lo lúdico en político y viceversa hasta que la elipsis se cierra con abrumadora violencia. Los adolescentes de Nocturama han sido comparados con los autómatas modelos de la película Le Diable Probablement (1977), de Bresson, pero en estos últimos permeaba un notorio desencanto nihilista, mientras que en Nocturama ese hueco es cubierto con el juego adaptativo que la producción neoliberal ofrece, estos jóvenes aman tanto como desprecian el mundo en el que viven, uno de sofisticado materialismo, un sistema opresivo tan meticulosamente diseñado que solo puede ser destruido, completamente, por sí mismo.

  • Prototype de Blake Williams

El uso del 3D ha sido explotado para fines estrictamente comerciales, con sus posibilidades visuales y formales inutilizadas o reducidas a la gratuidad del efectismo visual que infla los números de taquilla. Sin embargo, desde que Godard se interesó en el formato con su cortometraje Les trois disastres (2013), y que siguió con las posibilidades extra visuales de Adios al lenguaje (2014), han surgido obras como Prototype (2017) que llega de la mano del agudo crítico canadiense Blake Williams y que toma como clara influencia para articularse las dos incursiones de Godard en el uso del 3D, así como las posibilidades físicas del audiovisual expuestas por el maestro canadiense Michael Snow (Corpus Callosum, 2002). Williams abre con fotografías en rotoscopio de la devastación provocada por un huracán en Galveston, Texas a inicios del siglo pasado a la que siguen imágenes, más o menos recurrentes, de monitores de video cóncavos, con imágenes estáticas, se construyen y son probados.

El trabajo de Williams parte de la descomposición material de la imagen convencional (o bidimensional) a través de un dispositivo visual en el que imágenes provenientes de distintas fuentes son convertidas en objetos visuales híbridos. El uso de la profundidad de campo, espacios negativos y el flujo libre de imágenes junto a un punzante diseño sonoro crean, por momentos, una sensación de asombro y novedad óptica similar a lo que provocaron los primeros cortometrajes de Lumiere en su audiencia. Los balbuceantes pero articulados pasos de una nueva forma de crear imágenes.

  • Geu-Hu de Hong Sang-soo

Días, encuentros, soju, juegos con el tiempo y la memoria, cineastas y malentendidos. La filmografía del cineasta coreano Hong Sang-soo se ha estructurado alrededor de estos objetos o situaciones cotidianas para articular una serie de ideas alrededor de la identidad y su alteración a través de las relaciones de pareja o hipotéticas posibilidades temporales. En Geu-Hu, Hong nos presenta a Areum, una joven que se prepara para su primer día de trabajo en una pequeña casa editorial reemplazando a una mujer con la que su nuevo jefe, Bongwan, tuvo un apasionado romance. La película comparte un estrecho vínculo con los trabajos recientes del cineasta francés Phillipe Garrel (L’amant d’un jour, 2017) en la austera disección de los bruscos giros en las dinámicas de pareja y en el uso de un elegantemente orgánico blanco y negro.

En esta, su tercera película este año y estrenada en la competencia oficial del Festival de Cannes, los intercambios entre los protagonistas comienzan de manera banal, saludos y preguntas casuales que llevan a las acostumbradas conversaciones y encuadres rohmerianos de alcances filosóficos –¿qué es lo real? ¿cómo se siente? ¿las palabras pueden describir lo real?– hasta hacer erupción en arranques de llantos, celos y coraje. Como en otras películas de Hong, el tiempo es maleable y caprichoso pero nunca en detrimento de una narrativa coherente y transparente, un milagro del cielo, como la nieve que cae en la cara de la musa de Hong, Kim Min Hee, en el más bello cuadro de la película y probablemente de todo el festival.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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