‘Volando bajo’: Los hijos del pueblo

En diversas ocasiones, los elementos más populares de la cultura son analizados bajo una mirada despectiva que los rebaja o los califica como algo de “mal gusto”, cualquier cosa que eso signifique, sólo aceptables para los sectores más bajos de la población. Años después viene una revalorización/apropiación de esos mismos elementos por el estrato más alto y se convierten en pilares culturales, bien vistos y aprobados socialmente, hasta convertirse en moda y oportunismo financiero. Vean las dos últimas ediciones del Vive Latino insertando a Los Ángeles Azules y Los Tigres del Norte en su elenco roquero pachanguero mágico musical. Hay intenciones similares en Volando bajo (2014), de Beto Gómez (Puños rosas, Salvando al soldado Pérez).

Chuyin Venegas (Gerardo Taracena) y Cornelio Barraza (Rodrigo Oviedo) se conocieron siendo unos chamaquillos, y desde el primer momento supieron que iban a ser grandes amigos, casi hermanos. Su gusto por la música los unió aun más y así fundaron Los Jilgueros de Rosarito, una de las agrupaciones más queridas y veneradas por el pueblo mexicano. Sin embargo, en la cima del éxito se separaron para desconcierto de los fanáticos y poco se sabe de ellos desde entonces.

De esta manera, Volando bajo corre a lo largo de dos vertientes. La primera, y más atractiva, una reconstrucción de su meteórico ascenso a la fama por medio de la recreación de entrevistas, videos musicales y reportajes televisivos. Como éste, por ejemplo. Es, en esencia, un mockumentary inspirado por la trayectoria de grupos como Los Bukis o Los Temarios; sobre todo estos últimos, ya que uno de sus miembros, Gustavo Ángel, es uno de los productores. Al mismo tiempo se nos ofrece, en clave de melodrama cómico y sin acercamiento documental, el presente de Chuyin Venegas, su opulenta vida –léase nuevo rico naco– en Francia y los resentimientos por no seguir con la banda.

Son dos frentes que nunca terminan por cohesionar del todo y ese es el problema. Ver a todos con mullet funciona para las recreaciones de los años 80, no así para las escenas desarrolladas en la actualidad, donde el chiste se gasta rápido y fácil, por ejemplo. Además de que el guión y la cinta nunca se definen del todo, ¿es un homenaje a esas bandas?, ¿se trata de abordar su estética con humor sin venerarlas?, ¿acaso una burla a su público?, ¿quizá todas las anteriores?

Esa falta de cohesión termina por desdibujar a los personajes, romper con la propia lógica planteada por la película. Las razones de la renuncia de Cornelio nunca se explican del todo y se reducen a un simplón “le gusta estar con su gente”, como si la gente humilde le tuviera miedo al éxito. Además, Ludwika Paleta ya no aparenta 18 años, ¿o sí?

Volando bajo es, ante todo, una oportunidad perdida. ¿Hay risas? Claro. ¿El objetivo no es pasar el rato y divertirse? También. Pero el potencial de la idea queda a medias. ¿Por qué no hacer un mockumentary a la This Is Spinal Tap (1984)? El material está ahí, hasta las canciones son lo suficientemente pegajosas. La ficticia historia de Cornelio y Chuyin merecía una mejor película. Ellos que tuvieron la fortuna de ser hijos del pueblo.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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