La sobriedad es una propiedad que el cine contemporáneo, acostumbrado al ramplón exceso, desdeña con ignorante petulancia. Sobre todo cuando se maneja en los medios audiovisuales actuales, de pobrísima cultura visual. Cuando un filme se presenta con una ostentación tan sobria como la del más reciente trabajo del relativamente “desconocido” cineasta estadunidense James Gray, se aprecia un trabajo de una delicadeza palpable, de una profunda sensibilidad y de un rescate de viejas tradiciones fílmicas.
Extranjero en su propia tierra, Sueños de libertad (The Immigrant, 2013) fue recibido con tibieza durante su estreno en el Festival de Cannes del año pasado, pero su seriedad fue deshaciendo esperanzas de alcanzar candidaturas en los pelones de oro, por lo que fue relegado a estrenarse mundialmente durante la primavera y verano, donde su tenue brillo se vería injustamente opacado. El filme narra la historia de Ewa Cybulska (Marion Cotillard), una inmigrante polaca que llega a Nueva York en 1921 y que termina recurriendo a la prostitución para subsistir, viéndose románticamente conflictuada entre dos hombres: su pusilánime padrote (Joaquin Phoenix) y el primo de éste, un mago (Jeremy Renner).
El filme de Gray plantea un triángulo sutilmente metafórico sobre valores claramente estadunidenses –Gray ya había desmenuzado en filmes como Little Odessa (1994) o The Yards (2000)– en el que Ewa, una brutalmente vulnerable Cotillard, representa la ingenuidad y el candor del inmigrante, seducida por la verborrea y las promesas de un noble y paternal timador que la empuja a la explotación carnal y confundida por la pantalla ilusionista de un mago. Gray plantea una visión de la inmigración cercana al dulce cinismo de Chaplin, con toques estilísticos de Leone y una narrativa tan limpia y eficiente como la de Griffith o Abel Gance.
Cotillard presenta un trabajo de interpretación tan suave y delicado como si bordara una sofisticada tela con cada gesto y movimiento de Ewa. No menos empática que la ambigua compasión presente en la actuación de Joaquin Phoenix (frecuente colaborador de Gray), que, como es costumbre, encuentra el matiz en el negro más profundo. Renner entrega un desempeño sólido como el mago Emil y completa el bien trazado triángulo. Por otro lado, el impecable diseño de producción y la candorosa fotografía de Darius Khondji hacen que “América” se convierta en un sueño y paraje cenizo, opulento pero menguante, una especie de reino decadente que espera un apabullante incendio, o que acaba de sufrirlo.
La concepción de la “libertad” en sepia no presenta una realidad maniquea en la que el inmigrante es la víctima, sino una compleja manipulación. Su pasividad ante el engaño, revuelta con la necesidad y el anhelo, crean una situación que debilita a la ya mermada mujer, cuya belleza se extingue a medida que el filme de Gray avanza y cuyos hombres no tienen otra salida más que explotar lo que su cultura les ha enseñado, los mismos fundamentos del entrepreneur estadunidense, quien vende la libertad en atractivo y mágico paquete, adornado con sombras, luces, colores e ilimitadas oportunidades, pero no existe una libertad mágica, sólo la ilusión de la misma.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)