‘Titanes del Pacífico’: El baile de Lovecraft y Hondo

Imaginar que un niño retraído, con notable sobrepeso y gafas, con un conocimiento enciclopédico de monstruos, seres mitológicos, criaturas fantásticas y demás quimeras bajo el brazo entra en interacción con unos enormes juguetes con los cuales se entretiene y comienza a hilar una historia ruidosa y tonta, como todas aquellas fábulas y mitología absurda e incoherente que predomina en el discurso infantil. Éste ahora se dispone a jugar con estos monigotes que ahora están al alcance de sus manos, los admira y manipula con envidiable facilidad. Es en este momento donde la fantasía irrumpe el mundo adulto con estruendo y poderío.

Guillermo del Toro, cineasta tapatío de enorme popularidad en la comunidad geek y desde hace algunos años reconocido auteur, llevaba años sin entregar una cinta en la cual fungiera como director. Desde su celebrado El Laberinto del Fauno en el 2006 y Hellboy 2 en 2008, Del Toro nos ha prometido infinidad de proyectos y se ha visto involucrado como productor o asesor creativo en muchos más, quizá el caso más sonado fue su salida como director de The Hobbit, un sueño húmedo de incontables legiones de fans que nunca verán materializado.

Ahora del Toro entrega una nueva cinta que en fechas recientes se ha visto rodeada de un aura de misterio, complots para arruinar su taquilla, vitoreo y abucheo por igual. Titanes del Pacífico (Pacific Rim), la historia de los Kaiju, creaturas con aspecto de réptil que surgen de una grieta en medio del Océano Pacífico y contra las que los humanos han creado enormes máquinas antropomorfas llamadas jaeger (cazador en alemán) operadas vía conexión neurológica por dos personas. La cinta desde este pequeño preámbulo nos introduce a un mundo donde comienza la tragedia (invasión kaiju), inicia la guerra (reacción jaeger), la guerra se convierte en espectáculo chovinista y patriotero que genera una maquinaria banalizante que a la larga se ve rebasada nuevamente por la tragedia, es aquí donde la nueva geopolítica, edificando muros, se encarga de deshacer a los héroes populares, que a la larga se convertirán en la resistencia armada.

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Es en este mundo donde del Toro mezcla con gracia y rimbombante estridencia una cantidad de referencias que como los kaiju surgen cada vez en mayor tamaño y cantidad. Primero está la  mitología a la Lovecraft (uno de los más grandes héroes del tapatío) con el origen y creación de los kaiju, un tema que resuena dentro del espectro de toda la mitología alrededor de Cthulhu que el afamado, y cada vez más leído, autor estadounidense legó a generaciones de parias sociales, agregando el espectáculo titánico y bruto de las zozobrantes pero amenazadoras coreografías del maestro japonés Ishiro Honda, director de un gran número de cintas sobre gigantes monstruos, sobre los cuales meditó y epitomizó, particularmente en Gojira (1954), cinta seminal del género. Ésta es una danza destructiva, caótica y salvaje, en la que hay un entrenamiento previo, inteligencia y destreza física, así como cantidades insanas de metálica testosterona.

Pero no todo es mitología y transformers con IQ arriba del promedio en Pacific Rim, la ciencia, particularmente una gargantual neurofisiología y sus entramados juegan un papel central en el desarrollo de la cinta, básicamente en la operación de los Jaegers que funcionan de manera similar al sistema nervioso central, dividido en dos hemisferios, pertenecientes a dos entidades somáticas separadas (o sea dos cabrones diferentes) que a través de un vínculo emocional, paridad cerebral y total compenetración llegan a conocer todo el mapa neuronal/afectivo del otro operador. Ya sean hermanos como en Dead Ringers de Cronenberg y sus quirúrgicas herramientas, padres e hijos o potenciales romances, los operadores se unen por la médula. Este mecanismo permite que el veterano Raleigh Becket (Charlie Hunnam, más sabroso que Superman) se adentra en los más oscuros miedos de Mako Mori (Rinko Kikuchi de Babel), una bellísima escena de plasticidad a la anime japonés que nos presenta un elemento básico: una bestia que parece sacada de la cinta coreana de The Host y una desoladora destrucción, los hermosos parajes del trauma, concebidos con inteligencia por Del Toro.

Pacific Rim maneja una amplia variedad de temas y de estilos, claro aspecto que la distancia de otras cintas veraniegas del mismo tipo, en las cuales únicamente se celebra la destrucción, sino que existen contrapuntos y momentos verdaderamente emocionales y de inteligente distinción, en los que Del Toro no diluye el humor y los toques que han caracterizado su filmografía en Hollywood (sigo sin encontrar algo que supere la bella rendición de Doug Jones y Ron Perlman de Barry Manilow en Hellboy II), toque emblematizado en un brillante cameo que no habré de revelar y en la participación de Ron Perlman como Hannibal Chau, traficante de órganos kaiju, personaje embarrado de mal gusto y pérfido encanto. Ni hablar de la gran revelación de la cinta, el gran Idris Elba que hace de su personaje,  Stacker Pentercost, un dechado de bravuconería cool e intimidante y cálido paternalismo que parece gritar a Samuel L. Jackson: move, bitch!

Mucha gente acusa antes de ver y juzga intempestivamente después de haber visto. Pacific Rim tiene tanta relación con Transformers como Lovecraft con Carlos Trejo, autor de Cañitas. Ambos comparten una similitud obvia pero el acercamiento al material es abismalmente diferente, simplemente no existe tal punto. Aquí hay un refinado ejercicio en ciencia ficción, donde la Tierra alberga criaturas con avanzados grados de ingeniería que confrontan y empujan al ser humano a depender en su inteligencia y en lo que hace humano al humano, porque la máquina que nace en una era de dogmas virales y bombardeos sensoriales no es el villano, es la mente que lo opera, que al final debe darse cuenta que sin guerra no existe la necesidad de armas, ni siquiera para ser admiradas.

El niño deja los juguetes en el suelo, exhausto, a su salida otros niños aplauden el espectáculo ofrecido y todos regresan al mundo real, donde existen los verdaderos monstruos y las amorales armas.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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