Un paseo por El callejón de las almas perdidas

Dos de nuestros colaboradores discuten sobre el trabajo más reciente de Guillermo del Toro, El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 2021):

@jjnegretec: Lo primero que me gustaría abordar es esta abrumadora etiqueta que le estampan a la película como “homenaje a…” y ni qué decir de ese deleznable y mezquino término “carta de amor a…”. No veo en Nightmare Alley la intención de hacer un homenaje, sino de continuar trabajando en una tradición específica. Así como La noche avanza no es un homenaje a Distinto amanecer (1943), sino que son películas que siguen una serie de principios básicos para delimitarse dentro de un género. Creo que Guillermo del Toro busca eso en la película, lo que me parece una mejora sustancial del mero fetichismo y la pereza metafórica de La forma del agua (The Shape of Water, 2017). Aquí no hay una reverencia al pasado ni una fetichización de la imagen. Del Toro llega con su propio imaginario, distintivo y personal, independientemente de que sea o no del agrado del espectador, a ceñirse a ciertas convenciones del noir y expandir los límites de otras. Un experimento mucho más calculado y mesurado que el estrepitoso engolosinamiento de La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015).

Más allá de esa sobadísima reflexión que reza que en el cine de Guillermo del Toro “el hombre es el verdadero monstruo”, en Nightmare Alley, el cineasta se adentra con mayor curiosidad en los recovecos de Stanton Carlisle, interpretado por Bradley Cooper, con la misma mórbida fascinación que un niño experimenta en la casa de sustos de una feria local. A medida que la película avanza, la tosquedad inicial del personaje se va refinando hasta alcanzar una sofisticación que rivaliza con la del personaje de Cate Blanchett para finalmente llegar al punto de genuino autodescubrimiento. Carlisle es un personaje tan elusivo que su misterio permanece oculto incluso al actor que lo interpreta y al cineasta que lo presenta. Si consideramos el gusto que el cineasta mexicano tiene por un autor como Lovecraft, es tentador pensar que para Del Toro resulta mucho más estimulante permanecer y habitar las penumbras aun cuando sus productores, mecenas y devotos fanáticos le pidan echar toda luz sobre enigmas que solo pueden existir en la oscuridad. Como un hábil roedor mental, Carlisle se oculta tanto de los intentos de análisis de la Dra. Ritter (Blanchett) como de los de la película misma.

Por eso creo que el personaje, y otros aspectos de la película que tendremos oportunidad de comentar, no me dan pie a pensar que estamos ante un simple “homenaje”. ¿Tú qué piensas de las comparaciones que se hacen entre esta y otras películas clásicas del género? ¿Crees que esas comparaciones son justas? ¿Por qué le exigen a Bradley Cooper ser como Arturo de Córdova o Tyrone Power si no es lo que la película pretende?

@pazespa: Vaya, vaya, amanecimos bravas, eh. En efecto, parece un despropósito exigirle a una película ser aquello que no es y cumplir con una lista de deseos de los especialistas y público antes de responder a su propia naturaleza. Al igual que las adaptación del calvario de Jesucristo no son consideradas un remake aun cuando provienen de la Biblia, pienso que es complicado colocar a las dos Nightmare Alleys como un espejo de sí mismas, a pesar de emerger de las mismas páginas o pedirle a Bradley Cooper replicar el sofisticado colmillo de Córdova (¿por qué será que siempre exigimos cosas diferentes y cuando llegan las rechazamos porque no se parecen lo suficiente a lo ya visto?).

El Stanton Carlisle de Cooper (¿cuántos años se supone que tiene en la película? ¿30? ¿50?) es, quizás, uno de los protagonistas más empáticos de Del Toro, un hombre quebrado y, de extraña manera, optimista, deseoso de alcanzar siempre un escalón más hasta que el mundo conjura para demostrarle que sus trucos de cinturita tan efectivos en otros estratos sociales están fuera de lugar cuando el poder y el dinero están por encima de lo humano, como bien lo demuestra la decepción del personaje de Blanchett cuando Stanton pone en evidencia lo poco que ha comprendido de la pista de circo en que decidió participar. No es un tema desconocido para Del Toro, quien una y otra vez (al menos en sus trabajos más personales) retrata humanos incapaces de reconocer que están jugando más allá de sus posibilidades hasta que la arrolladora les está pasando por encima. Podríamos tender una línea desde Jesús Gris en Cronos (1993) –incluso, desde el niño que invoca un demonio para vencer a las matemáticas en Geometría (1987)– hasta Stanton, incluyendo una de sus creaciones más celebradas: la inocente e imprudente Ofelia (Ivana Baquero) de El laberinto del fauno (2006).

Sin embargo, como bien apuntas, ninguno de ellos vive en las sombras tanto como el protagonista de El callejón de las almas perdidas y no creo que sea una casualidad, la última etapa de Del Toro ha estado marcada por un constante, aunque lento, descenso a las sombras y a los claroscuros del alma humana. No sabemos mucho de Stanton porque su verdadero yo se manifiesta hasta los últimos cuadros de la película, después de su infructuoso intento por escalar la montaña social y terminar no donde empezó, sino un poco más abajo: un lugar donde la redención no existe porque una vez que bajas del carrusel no hay forma de conseguir otro boleto, una marcada diferencia con la versión de 1947 en la cual el protagonista encontraba redención gracias al amor como exigía el Código Hays a Hollywood en aquellos años. Me recordó bastante al protagonista de Star 80 (1983), igual porque llevamos un mes hablando de la película final de Bob Fosse o porque, al igual que Paul Snider, cuando Staton se descubre a perpetuidad fuera del glamour y el poder del dinero que quiso alcanzar, decide asesinar lo único que alguna vez verdaderamente amó, en este caso: a sí mismo, para dejar al monstruo libre de toda atadura.

Si algo, pienso, no permite afianzarse al Nightmare Alley más reciente es cierta contención ante la podredumbre humana, tal vez porque Hollywood no lo desea (y al final esta es una película industrial en todos los sentidos), Bradley Cooper es demasiado carismático para ser verdaderamente repugnante o porque, simplemente, para Guillermo es un paso más en el proceso emprendido después de Titanes del Pacífico (Pacific Rim, 2013) y ésta no es la mazmorra final de su recorrido. Aunque Ezra Grindle (Richard Jenkins) no tiene la intimidante presencia de Richard Strickland (Michael Shannon) en La forma del agua o la cruel saña de Vidal (Sergi López), antagonista de la pequeña Ofelia, es sin duda uno de los personajes más perversos en la filmografía de Del Toro, un confeso feminicida que ante el mundo no es un evidente engendro sino un millonario excéntrico más, lejos de cualquier castigo social. Lo que me hace preguntarme… ¿qué pensaste de las sesiones de psicoanálisis de la doctora Ritter?

@jjnegretec: Las únicas psicoanalistas que se parecen a Cate están ubicadas en la zona de Polanco/Lomas y cobran 2000 pesitos por sesión, lo único que conozco de sus métodos son sus sistemas tarifarios. Pero en términos de la fascinación por el psicoanálisis que se esgrime en la película, me recuerda particularmente a la forma en que dicho sistema se metió en los estratos más privilegiados de la sociedad estadounidense de los años 30 y 40. Me vienen a la memoria Notorious (1946), de Hitchock, o la estupenda Whirlpool (1950), de Preminger, como piezas representativas mientras que en México tuvimos a Bustillo Oro con esa mórbida revisión de Oscar Wilde en Retorno a la juventud (1954) y el eterno Buñuel con Él (1953). Me parece llamativo el contraste (o más bien, la falta de él) que Del Toro ofrece entre el ambiente carnavalesco y el cosmopolita, que se asemejan en su ingenuidad y asombro ante los carismáticos timos de Carlisle, así como la manera en que ambos entornos le ofrecen una plataforma a éste para, como bien apuntas, jugar más allá de lo que puede y poder expandirse vorazmente.

Por otro lado, me interesa mucho lo que dices respecto a la exigencia de “cosas diferentes” y su posterior rechazo cuando no se parecen a lo que ya hemos visto. Esa objeción resuena mucho en la recepción que ha tenido la película en general, que enfatiza las “deficiencias” que ésta presenta respecto de otras películas y del trabajo de Guillermo del Toro en general. Aunque existen ciertos temas e imágenes que se podrían asociar a cierto estilo que Del Toro maneja, Nightmare Alley tiene el ímpetu de esas viejas películas que como dije al inicio, no trata de homenajear o emular directamente, sino trabajar bajo las pautas ya marcadas por ellas. Creo que el afecto que Del Toro tiene por este género, que tanto le estorbó en The Shape of Water, aquí se mantiene a la distancia necesaria para poder hacer una película que existe bajo derecho propio, un poco como lo que hizo Tim Burton en Ed Wood (1994) aunque ésta última ya encontró un estado de consagración que la película de Del Toro quizá alcance con los años, siempre resulta prematuro afirmar que será así, pero existen elementos para poder sospecharlo al menos.

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Finalmente, cuando traes a colación Star 80 –movimiento que me parece audaz– me revela otra faceta de la película en la que no había reparado: la ardua batalla por superar la exclusión. Parece que Del Toro se identifica entonces en más de un sentido con Carlisle. Ignoro cómo fue la relación con su señor padre, pero se nota un esfuerzo notable por maravillar y jugar con las expectativas de un público ávido de asombro para mantenerse cobijado por la intensa luz de los reflectores. Quizá también, con el tiempo y el poder acumulado en Hollywood, Memito ha visto cosas tan deleznables como las que pululan en la película de Fosse y, hasta cierto punto, me gustaría pensar que el fracaso en la industria, al menos en su composición actual, representaría la oportunidad de liberarse y evitar ser devorado por ese monstruo para el que actualmente trabaja. ¿Estaré pecando de pesimista? Aunque no tengas tantas virtudes como Toni Collette, tírame las cartas, Rafael, ¿me estoy equivocando en mi predicción?

@pazespa: El asunto siempre es que las cartas sólo le hablan a quien busca en ellas una respuesta o un augurio. Quizá tus pensamientos respecto al trabajo de Del Toro se relacionan con qué vendrá después (más allá del archirreconfirmado proyecto de Pinocho auspiciado por Netflix; y su posible interés en realizar un documental sobre Michael Mann como apunta IMDB, que suena… ¿interesante!) y cómo seguirán avanzando su cine e intereses.

Ya que hablamos de cartas, la disminución de la presencia del tarot en la versión de Del Toro me parece es una de las grandes distinciones con su predecesora del 47, que aprovecha varias veces los símbolos de las cartas no sólo para advertir al público y al protagonista de la historia sobre lo qué vendrá, sino para definir a Stan como un hombre sin escrúpulos. Eso hace a la primera adaptación más esotérica y, hasta cierto punto, más emocional que la de Del Toro. Su Stan es un hombre ansioso de mejorar su vida –salir de la exclusión provocada por la pobreza– que no sabe cómo controlar su ambición hasta que las cosas se salen de control.

El tiempo dirá si, como dices, se puede revalorar este momento de Del Toro –cuyas cualidades en ocasiones se ahogan por las loas de su nutrido grupo de porristas– o si El callejón de las almas perdidas fue un paso más en una de las filmografías más interesantes y complicadas de predecir.

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