Una revisión del Programa 5 del 16° Shorts México

El Programa 5 de la 16° edición del Festival Internacional de Cortometrajes: Shorts México presentó 3 trabajos de una directora y dos directores mexicanos; a continuación una breve mirada sobre este ecléctico programa:

Rondó por el placer (Laura Miranda, 2021), tesis fílmica la directora mexicana egresada de la ENAC, recorre tres aristas que emergen de un fuego en común: el reconocimiento y la búsqueda del placer. En tres variantes –en tres cantos–, Miranda coloca su mirada en tres mujeres de distintas edades: Ana, Julia y Raquel.

Miranda expone desde el inicio sus búsquedas: la cámara recorre con paciencia de artesana una fila infinita de mujeres de las que se desprenden las tres protagonistas y una chelista; el tiempo como la alcoba del silencio y la pausa. En su primera copla, Ana construye un diálogo con su propio tacto; diálogo que se materializa a través de una pieza (Mothership, Mason Bates, 2011), donde las cuerdas en tensión son las que llevan la voz y que terminan por reventar en la secuencia más experimental del cortometraje. El diseño sonoro se vuelve aquí una alquimia que hace sonar cada burbuja evanescente, ligera e inalcanzable; un constante perseguir que cuando se alcanza, se destruye en otras formas, en otras texturas. El tacto como conocimiento.

El canto se reanuda a través de Julia, que lo une con la exploración de los espacios a través de la danza. Las decisiones de la cámara se mantienen sólidas: los acercamientos que vimos en Ana, los encontramos en Julia. El erotismo y la creación, pareciera decirnos Miranda, se gesta en lo pequeño, en lo sutil; ahí donde la forma pierde sus límites encontramos texturas; texturas que se beben entre ellas y no sabemos si hay piel, flores, constelaciones, lunares, sudor, agua, burbujas o tela. La cámara acaricia con la mirada, la cámara encuentra su propia voz.

Para el último canto, la directora rompe con sus propias reglas y construye una narración lúdica que reivindica lxs cuerpos relegados de lxs ancianos. Raquel aligera el camino de la exploración de la que venimos; su contraste vuelve necesaria la profundidad. Este respiro, en donde el rigor plástico no languidece, nos va preparando para un el final que nos regresa al espiral, al eterno movimiento en el que se espera encontrar el propio fuego, la ciencia oculta del deseo, la creación, la materialidad y la disrupción.

Los jotos no van al cielo (Juan Briseño, 2020), segundo cortometraje del programa, narra la iniciación de Santiago (por supuesto) de su vida sexual y el amor. Con una estética que por momentos busca más replicar que rememorar la década de los noventa, Briseño nos va llevando de la manita a través de personajes que de tan marcados parecen caricaturas. La dicotomía del cortometraje estriba en que Santiago es homosexual y sus padres –fervientes mochos– no lo saben, por lo que su exploración se desarrolla en su casa de campo (por supuesto) en el verano (por supuesto) de 1996.

Los jotos no van al cielo es un album, un pastiche de videos de memorias de MTV, nostalgia del amor primero, del reconocimientos de lxs cuerpos y referencias al cine bebido en la adolescencia. El corto, ganador de la Competencia de Pitching de Cortometraje Shorts México 14 edición, se desarrolla acompañado de Wonderwall (Oasis), Alright (Supergrass) e Iris (The Goo Goo Dolls) –por supuesto–, en donde lo más memorable es la actuación de Andrés León (Miguel) y que el papá de Santiago podría ser el doble de Quadri.

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El programa cierra con El sueño más largo que recuerdo (Carlos Lenin 2021), cortometraje que pareciera explorar las aristas que el director colocó en La Paloma y el Lobo (2019). Tania (Paloma Petra) bien podría ser un desdoblamiento de Paloma –la voz que no se desglosó en su largometraje del 2019– que se desarrolla aquí con filo y con sequedad pero también con ternura.

El vínculo entre El lobo y Tania es la ciudad desierto, la ciudad frontera, la ciudad violencia. ¿Cómo se reconfiguran el arrebato, las desapariciones, los asesinatos? ¿Cómo se vive con la ausencia de los que ya no están? Lenin pone en juego los elementos que vimos en su trabajo previo, pero en una relectura, en una exploración que busca expandirse. Para sobrevivir al terror de lo cotidiano se invoca al sueño; esa herramienta que inventa realidades, que olvida lo necesario y que matiza la materialidad.

En el sueño más largo que Tania recuerda ve a su papá, pero su voz no la encuentra; de puro rostro está hecha la tristeza. Convocar los recuerdos como se convoca el sueño para descansar del sabor a tierra seca, de metal oxidado. Convocar el olvido para descansar el corazón, para vivir un poco del presente. Convocar, sobre todo, a la voluntad, que toma forma de movimiento: si Paloma, si Tania se mueven de la ciudad sangre, entonces, tal vez pueda encontrar formas de agua, caricias de nube, praxis de lumbre.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna)

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