‘Tiempos felices’: Anacronismo amoroso

Alguien me dijo una vez que en el momento en
el que te paras a pensar si quieres a una persona,
ya has dejado de quererla para siempre.
Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento

A veces terminar una relación amorosa parece imposible. La compasión, la nostalgia por tiempos mejores, el miedo a la soledad, lo viejo por conocido, inmadurez para aceptar el compromiso y más intervienen para bloquear cualquier intento de despedida. ¿Encontraré algo mejor? ¿Merezco algo mejor? ¿Cuánto tiempo estaré sin sexo? Esa turbulenta etapa de la vida es analizada/retratada por Luis Javier M. Henaine en su ópera prima, la comedia romántica patética Tiempos felices (2014).

Max Quintana (Luis Arrieta) desea concluir su relación de años con Mónica (sorpresiva Cassandra Ciangherotti), la rutina y las manías de su novia lo han orillado a pensar que es la mejor opción, sin embargo al ser un pusilánime es incapaz de alcanzar su objetivo. Una y otra vez el momento es postergado o malinterpretado por su falta de pantalones para ejecutar sus deseos. Los consejos de sus amigos, un par de jocosos peluqueros, tampoco funcionan. Desesperado decide registrarse en el servicio de una misteriosa compañía, Abaddon, que promete finalizar su relación en cuanto firme el indestructible/inviolable contrato.

Como muchos directores jóvenes, M. Henaine quiere dejar claro de donde vienen sus referencias y dónde están sus gustos, hay ganas de demostrar la cinefilia. Así Tiempos felices, estética y narrativamente, es un coctel donde igual conviven los guiños a Wes Anderson (el de Los excéntricos Tenenbaums), Michel Gondry (el de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos), Woody Allen (el de Hannah y sus hermanas) o Richard Ayoade (el de Submarine) con alusiones a la comedia romántica protagonizada por Manic Pixie Dream Girl de principios de siglo, de 500 días con ella ((500) Days of Summer, 2010) a Garden State (2004). El acierto del joven director es intentar usar sus referencias como la gasolina de su película y no sólo como un homenaje, una repetición/calca de fórmula ad nauseam, como sí lo hacen la mayoría de las comedias románticas hoy día (cof cof Martha Higareda cof cof).

Haciendo eco de su héroe Woody Allen y, una de sus obras maestras, Hannah y sus hermanas, el protagonista de Tiempos felices vive insatisfecho e inseguro, su pareja ya no le produce el cariño/amor/deseo de antes, además la rutina anuló/apagó su deseo sexual, que Max sólo recobra cuando coquetea con su guapa cuñada (decorativa Bárbara de Regil). Él es un producto de su tiempo, ¿si el mundo no sabe qué quiere por qué yo sí?

Es un punto a favor del guión dotar a sus protagonistas de profundidad emocional, aun cuando los personajes secundarios no pasan del boceto, y envolverlos en una clara caricatura de su realidad amorosa. La entrega de sus actores es clave para humanizarlos, Arrieta es un hombre patético y entrañable por dosis iguales –¿quién no ha estado en su situación?–, y Ciangherotti sorprende con su habilidad para cambiar de tono sin caer en el ridículo. Para reforzar la caricaturización, la cinta presenta visualmente un anacronismo tecnológico y estilístico que imposibilita establecerla en un tiempo específico, cualquier cafetería de la Roma/Condesa babearía por ese diseño de producción.

Madurar es poder mirar atrás sin arrepentirse, entender que sin importar el amor entre dos personas la convivencia no debe ser un suplicio sino un goce, la felicidad no es aguantar. Siempre quedarán en la memoria los tiempos felices.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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