‘Siempre Alice’: Saber perder

Alice (Julian Moore) es una mujer independiente, inteligente, activa; una lingüista exitosa, con una prodigiosa carrera como catedrática, además de ser una madre de familia ejemplar que ha logrado hacer de su familia un canon. Tiene problemas, como todos, pero parecen ser pequeños, simples, fáciles de resolver para alguien de su categoría. Poco a poco, Alice, comienza a olvidar palabras, sentirse desubicada, se le dificulta recordar fechas, y concentrarse en sus actividades. Decide ir al médico, sólo para encontrarse con más dudas que respuestas. Alice es diagnosticada con un extraño, y prematuro, Alzheimer, herencia del padre que, paradójicamente, había decidido olvidar; ahora tendrá que enfrentarse a un nuevo mundo, una nueva vida, una nueva ella que para nada se parece a lo que solía ser; el intelecto comienza volverse torpeza, la familia simples extraños, y los recuerdos viejas fotografías, que se desdibujan cada día.

Siempre Alice (Still Alice; Richard Glatzer & Wash Westmoreland, 2014) es una cinta netamente hollywoodense, con todos y cada uno de los elementos que éste tópico refiere. El guion fluye sin contratiempos, sin espasmos, no hay algún giro dramático que nos sorprenda; sin embargo, no se puede decir que ésta sea una historia plana. Tiene méritos muy puntuales, puntos de inflexión que funcionan, que te mantienen unido a la butaca, justo en los momentos que son necesarios.

Todo se centra en Alice, y es ahí donde está la base para que todo funcione, la interpretación de Moore. La transformación de su personaje es dolorosa, realista y, fundamentalmente, hipnotizante. Es el ojo del huracán, la tormenta gira a su alrededor, pero ella se mantiene calma, en este caso, porque si ni siquiera se da cuenta de las cosas que pasan y eso es desgarrador. El espectador funge el papel de un voyeur que no puede sentir más que compasión por un personaje que, poco a poco, comienza a perderlo todo. Alice/Julian se convierten en un no-humano, en alguien que no es más que un cuerpo andante, que va por el mundo sin recordar, sin entender, sin saber nada de lo que sucede; pero éste cambio no es abrupto, es un lento paso del tiempo, del que no nos percatamos y del que se hace caso omiso. La elipsis manejada magistralmente.

La cámara juega un segundo papel importante, con ella vemos lo que percibe Alice, más no lo que ve;  no hay ni una sola toma subjetiva del personaje, pero siempre entendemos lo que le sucede. Las imágenes hablan por sí mismas, la familia que está dejando de ser una realidad para volverse sólo una fotografía, el fuera de foco de los rededores de Alice, que nos hacen ver lo que ella: nada. Justificar así su exclusión del mundo. Lo que pasa fuera de cuadro es igual de importante, la omisión de lo vital, justo lo que le sucede a la protagonista. Así, vemos como las pequeñas manías se vuelven un problema y las acciones cotidianas son aún peores, son un laberinto enorme del que ya nunca se sale.

Still Alice es simple pero contundente, llana pero abrupta. Es redonda, poco confortable, inalcanzable. Material para Oscar y paraCanal 5, a pesar de eso, logra su cometido: ser dura y franca.

Una cinta que debe mirarse, disfrutarse y seguirse degustando, pues logra lo que muy pocas cintas de nuestra época y de su abolengo: dejarte con un sabor que boca; con una sensación de intranquilidad, de poca calma. Con un dejo felicidad y otro poco de tristeza. Con lo que el cine debería ser, mucho más que una cinta de dos horas.

Por Ali López (@al_lee1)

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