Croissants desde Cannes 2023 – Día 4

La marea de prensa, asistentes y películas va disminuyendo conforme el Festival Internacional de Cine de Cannes se acerca a su recta final y con ello deja más tiempo para reposar la saturación de fotogramas acontecida durante el caótico primer fin de semana. Por lo mismo, se reduce a estas alturas la cantidad de anécdotas acaecidas. Más allá de la forma en la que Aki Kaurismäki mancilló el rígido –y casi monárquico– protocolo francés en la alfombra roja con la presentación de Kuolleet Lehdet, el Festival ha ofrecido pocos momentos memorables, pero por fortuna, han surgido estupendas propuestas junto a las inevitables monstruosidades o nulidades.

En esta charola, una pieza de alta repostería, un pan fresco y dos de la semana pasada. Ustedes decidan.

Le livre des solutions
Dir. Michel Gondry
Quincena de los Cineastas

Cuando ya no hay mucho que decir, es mejor quedarse callado y esperar que algo despierte una pulsión lo suficientemente fuerte para expresarse. Algunos saben esperar a que lo relevante llegue, pero otros, como el francés Michel Gondry, parecen hacerlo por mero ocio. Su nuevo filme, Le livre des solutions tiene como protagonista a Marc (un exasperante y antipático Pierre Niney), quien huye con todo su equipo a un pequeño pueblo de las Cévennes para terminar su película en compañía de su tía Denise (Francoise Lebrun). En el lugar, su creatividad se manifiesta en un “millón de ideas” (cada una peor que la anterior) que lo sumergen en un caos extraño. Marc se embarca entonces en la redacción del Libro de las Soluciones, una guía de consejos prácticos que bien podría ser la solución a todos sus problemas.

Gondry ha tomado un viejo cuaderno de notas, ideas y sketches en primeras etapas de desarrollo para formar una especie de collage en el que se usan conceptos antes que materiales, aunque, no se preocupen, no falta una cuantiosa cantidad de estambre, resistol y pegotitos en sus imágenes. La solvente comediante Blanche Gardin interpreta a la pareja/productora de Marc, pero sus capacidades se ven minadas ante una película enredada e insulsa, que confunde creatividad e ingenio con un ejercicio neodadaísta, que a diferencia de los que saben ejecutarlo con habilidad, carece de inteligencia, provocación y belleza. Gondry recupera lo hecho en la infinitamente superior Originalmente pirata (Be Kind Rewind, 2008) para entregar un pastiche irritante que en lugar de “inspirar” cineastas, los desmotiva.

Firebrand
Dir. Karim Ainouz
Competencia Oficial

Los dramas históricos pueden tener, además de una factura impecable, un ángulo que le permita distinguirse de los muchos que se producen en gran volumen para televisión, los cuales carecen de todo sentido épico y se perciben planos, carentes de cualquier asomo de personalidad propia. Firebrand, del cineasta brasileño Karim Ainouz, pertenece, sin ningún orgullo, a este último grupo de películas. Catherine Parr (Alicia Vikander) es la sexta esposa del rey Enrique VIII (un grotesco Jude Law), cuyas esposas anteriores fueron repudiadas o decapitadas. Con la ayuda de sus damas de honor, intenta desbaratar las trampas que le tienden el obispo, la corte y el rey.

Un lenguaje televisivo, mecánico e insípido, predominan en lo que parece el piloto de una serie creada para una plataforma de segundo orden, aún a pesar del loable esfuerzo de Alicia Vikander y Jude Law (quien utilizó un perfume hecho de heces y sangre durante el rodaje) por darle algo de gravedad y dignidad al asunto. Desafortunadamente, Firebrand apenas alcanza los estándares promedio de una miniserie, sin generar una intriga que pueda mantener al espectador y con un planteamiento visual tan indiferente a sí mismo, que el espectador no puede hacer más que responder de la misma forma.

Anatomie d’une chute
Dir. Justine Triet
Competencia Oficial

Si el caso de Firebrand es el de una película cuyo lenguaje deliberadamente televisivo se ostenta como “cinematográfico”, Anatomie d’une chute –de la cineasta francesa Justine Triet– toma códigos bien establecidos por programas y filmes ambientados en tribunales para crear un envolvente drama que sabe guardar equilibrio entre la solemnidad, el humor y la sagacidad, para explorar la relación de una pareja de escritores, exponiendo con precisión la anatomía de una pareja que llevaba un tiempo destruyéndose. La película, co-escrita por el cineasta Arthur Harari (Onoda, 2021) nos presenta a Sandra (una estupenda Sandra Hüller), Samuel (Samuel Theis) y su hijo invidente de 11 años, Daniel (Milo Machado Graner), quienes viven desde hace un año lejos de todo en las montañas. Un día, Samuel es encontrado muerto al pie de su casa. Se ha abierto una investigación por muerte sospechosa. Sandra pronto es acusada a pesar de la duda: ¿suicidio u homicidio? Un año después, Daniel asiste al juicio de su madre, una verdadera disección de la pareja.

Triet, quien ya había explorado derroteros contemporáneos para el cine clásico en su cinta anterior Sybil (2021), toma más que inspiración del título de la enorme Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1958), del gran Otto Preminger, y afortunadamente no trata de emularlo, lo cual sería totalmente fútil, sino que toma del mismo no una idea formal, sino la manera de cómo estructurar el tiempo y dar la cadencia necesaria para una película desarrollada en su mayoría en una corte tribunal.

Sandra Hüller es conocida por ser una hábil actriz que sabe encontrar una faceta empática en personajes nefastos, como quien busca tesoros en un montón de desperdicios –lo hizo en Toni Erdmann (Maren Ade, 2016). En Anatomie d’une chute hace que la vulnerabilidad a la que es expuesta la intimidad de su personaje no sea solamente un gesto de explotación, sino uno de total transparencia, no para demostrar su inocencia, sino para recuperar la confianza de su hijo. Todo eso, más el uso de una versión instrumental de P.I.M.P., de 50 Cent, hacen que la disección de Triet, con sus evidentes limitaciones, se lance al vacío y aterrice firmemente en la tierra.

Kuolleet Lehdet
Dir. Aki Kaurismäki
Competencia Oficial

Hace algunos años le preguntaron al cineasta finlandés Aki Kaurismäki sobre consejos o recomendaciones dirigidas a cineastas jóvenes. Su respuesta fue contundente: humildad, cinefilia y soledad. Tales cualidades definen su cine, Kuolleet Lehdet, su obra más reciente, no es la excepción: un hombre y una mujer se enfrentan al reto de conectar a pesar del mundo y de sí mismos. La sencillez de la trama, así como de la forma en la que Kaurismäki desarrolla el relato, tienen un aire decididamente chaplinesco que evita ser trivial a través de un recurso imposible de aprender, uno que solamente se genera de forma empírica y cotidiana: alma. Si bien el cine de Kaurismäki siempre ha sido melancólico, dicha emoción tiene cualidades esperanzadoras al descubrir la belleza que ésta genera. Para el cineasta finlandés, sin melancolía no hay esperanza, por lo que ella es necesaria en un mundo agobiado por guerra, muerte e indiferencia.

Muchos han comentado que Kaurismäki está rehaciendo Nubes Pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996), pero aquí las alusiones tocan directamente al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania de una forma directa a través de boletines de radio –tal como sucedería en cualquier película del cine clásico–. Esa vigencia, acentuada con el comentario sobre las paupérrimas condiciones laborales que reinan en el mundo, denotan una conciencia social que está completamente lejos de todo arribismo tan recurrente en los festivales internacionales europeos. Kaurismäki es un cineasta de enorme franqueza, pero no de crudeza. En Kuolleet Lehdet ciertamente hay un trabajo menos estilizado en términos plásticos (algo similar a lo que sucede con Cerrar los ojos de Víctor Erice), pero eso no quiere decir que no sigue existiendo un fuerte sentido estético en términos de composición y montaje.

Es evidente que el interés de Kaurismäki yace en las personas con las que trabaja, más que como colaboradores, como personas y tal cualidad se transmite también en la parquedad pero profunda efusividad de sus personajes, por ello es que no necesitan decirse demasiado para saber que hay un amor profundo, como tampoco se tuvieron largas conversaciones y, a veces, se emitió palabra alguna en las películas de Charles Chaplin o F.W. Murnau para enamorarse profundamente y hacer ese vínculo no solamente creíble, sino estremecedor.

En una de las secuencias de la película, los personajes principales, bellamente interpretados por Alma Pöysti y Jussi Vatanen, acuden a un cine a ver Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die, 2018), la de Jim Jarmusch. A la salida, dos personas discuten que la película remite a Bresson y Godard (un chascarrillo a expensas de la cinefilia que también endiosa a los cineastas). Acto seguido, los personajes principales hacen explícito su deseo de volver a verse frente a un póster finlandés de Brief Encounter (David Lean, 1945). La mujer anota su número telefónico en un pedazo de papel que el hombre mete al bolso de su chaqueta, pero el papel cae y una ventisca se lo lleva. Son momentos así de simples los que construyen la grandeza de una película que es congruente con lo que su director pregona: modestia, humildad y soledad.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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