Uno mismo se encierra y se corta las alas
Fragmento de Uno mismo

Hay una profunda ironía en el hecho de que se celebre a José José a través de lo que liquidó su voz y, eventualmente, su vida: la ebriedad que pierde la conciencia hasta anular la emoción, específicamente, el dolor. Perdóname todo (1995) fue la última película que José José protagonizó en su modesta carrera como actor cinematográfico, que como otros ídolos de la cultura mexicana, más que interpretar a un personaje, parecía buscar a través de sus papeles revelar una faceta, primero para sí mismo y después para la audiencia. Quizá por ello resulta aún más significativa la secuencia inicial de Perdóname todo, en la que solo vemos rostros anónimos, entre ellos el del director Raúl Araiza, escuchar cantar –uno mismo se encierra y se toca las alas– a Ricardo (José José), un famoso compositor y cantante que conoce a la talentosa Teresa (Alejandra Ávalos), entablando con ella una relación tan creativa como tormentosa que remite a la de James Mason y Judy Garland en Nace una estrella (A Star Is Born, 1954), de George Cukor.

Araiza mantiene un tono sobrio durante toda la película, en tensión latente con la inminente embriaguez y labilidad de Ricardo, escenas que parecen venir más del mito erigido alrededor de la vida privada de José José, que de una supuesta “verdad”, que ni siquiera cabe en las recientes declaraciones de Anel, ex esposa de José José, a propósito de la serie televisiva sobre su vida. Perdóname todo es paradójicamente más un trabajo de descarnada ficción que de sinceridad confesional, es decir, que contribuyen más a la creación de un mito que la desnudez del mismo, no muy distante de la exacerbación de Vicente Fernández en El Arracadas (Alberto Mariscal, 1978) o la de Lupita D’Alessio en Mentiras (Abel Salazar, Alberto Mariscal, 1986).

Ustedes los críticos se meten en todo, increpa Ricardo a Alberto Garza (Arturo Beristáin), un incisivo cronista de espectáculos que con particular saña busca el lado sensacionalista de la figura pública, el morbo que completa tabloides y que, para bien o mal, abona a la narrativa de una leyenda. Araiza es particularmente hábil al mostrar que la relación más importante de Ricardo no es con Teresa (Ávalos) ni con ninguna mujer o familiar, sino con su propia figura y el público –hay que renunciar a una vida personal, renunciar al amor–, siendo este el aspecto más trágico de su vida en la que el alcoholismo es simplemente una manifestación.

Así, Araiza convierte a José José en una figura crepuscular, no porque esté en la etapa final de su carrera, sino por lo exitoso que fue –El éxito significa soledad–, así como la forma en que cantar, más que un acto de catarsis, es el resultado de contención, rigor y disciplina. En Perdóname todo, se canta mejor cuando se sufre, no cuando se disfruta ni alivia, creando una relación poderosa con el dolor y la amargura. Como ejemplo vale tomar la interpretación de Te quiero así en la película. Mientras que la versión original, interpretada a dueto con Lani Hall, es palpable un aire dulce y la promesa de una esperanza, en el dueto con Alejandra Ávalos, la canción toma un aire roído, melancólico, tornándose una desoladora condena: te quiero así, sin más ni más.

Aún cuando la película presenta al Príncipe de la Canción en sus momentos más decadentes, Araiza procura mantener a Ricardo (José José) con cierto aire digno, y no es que se justifique su alcoholismo, sino que se entiende que éste forma parte del cantante, la figura y el nombre. La fama establece un trato con un amante caprichoso y lábil, tan fiel como traicionero: el público mismo. La pérdida de la conciencia representa así un escape de ese yugo en este mundo casi faustiano en el que la única señal de Dios se da cuando Alejandra se persigna antes de cantar la primera canción que graba en un estudio, pero ella, así como las parejas de José José, han negado compartir ese compromiso. Quiero querer a mi manera, canta Alejandra en una de las escenas de la película.

Al final, el largometraje regresa a la audiencia que escuchaba a Ricardo en la secuencia inicial, pero no se trata de admiradores, sino de compañeros de dolor, un grupo de alcohólicos anónimos que escuchan atentamente, ya no a Ricardo, sino al propio José José, que en ese momento parecía dispuesto a finalmente romper con ese lazo. En Perdóname todo el público convierte a su príncipe en un payaso, que una vez finado, celebramos con lo que lo destruyó. Todo queda perdonado hasta que vuelva a doler.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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