Mórbido | Riddle of Fire: Juego de fuego

El tiempo discurre de forma muy distinta cuando se es niño. La percepción de éste se distorsiona al punto que ya no es sólamente la duración lo que se transforma, sino también lo que acontece y cómo acontece, tal vez por ello la infancia admite la fantasía no como una alternativa a la realidad, sino como la realidad misma. Esta noción ha estado presente desde la literatura infantil clásica hasta fenómenos recientes, como el uso de herramientas propias de las redes sociales, en las que niños y niñas encuentran medios para ficcionalizar su existencia. En este ámbito es donde se desenvuelve Riddle of Fire (2023), ópera prima del joven Weston Razooli –oriundo de Utah– que se presentó en la pasada edición de la Quincena de Realizadores del Festival Internacional de Cine de Cannes y que llega a nuestro país gracias al Mórbido Film Fest.

Tomando como inspiración auténticos hitos, como Cuenta conmigo (Stand by me; Rob Reiner, 1986) o Los Goonies (The Goonies; Richard Donner, 1985), la película de Razooli mantiene un contacto más estrecho con ejemplos contemporáneos: The Florida Project (2017), de Sean Baker, los documentales de Roberto Minervini, el cine de los Hermanos Safdie –específicamente su bello cortometraje The Black Balloon (2012)– y con The Sweet East (2023), película que toma como punto de partida la estructura narrativa de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.

Riddle of Fire encuentra cabida junto con estas películas principalmente por un ojo sociológico –que es más incidental que deliberado–, así como una visión lírica de los rincones marginales de los Estados Unidos, sin necesariamente romantizar la pobreza o minimizar problemáticas sociales. El punto de partida no podría ser más anecdótico y fácil de asociar a experiencias propias: un trío de niños en algún lugar de Wyoming, Virginia, en lo que bien podría ser un día de descanso en fin de semana o un verano sin clases, se dispone a disfrutar de una prolongada sesión con un videojuego, cuando se percatan que la televisión ha sido bloqueada por la madre de dos de los niños.

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Los tres intentan desesperadamente descifrar la contraseña sin éxito alguno. La madre se encuentra convaleciente y los niños invaden su cama esperando obtener la ansiada clave. Ella les dice que es necesario que pasen tiempo fuera de casa, ellos insisten en jugar “un ratito nada más” y se ofrecen a preparar un alimento que ayude a la madre a sentirse mejor como condición para obtener lo que buscan. Ahí comienza la aventura.

A diferencia de otros cineastas contemporáneos que pretenden un enfoque más cínico o irónico, de aire revisionista, sobre distintos géneros cinematográficos, incluyendo el “infantil”, Razooli –en estrecha colaboración la actriz Lio Tipton, quien también aparece a cuadro– opta por ceñirse a una estructura clásica, que no busca incisivamente la novedad sino que la encuentra en la espontaneidad propia de sus protagonistas. Por momentos, son genuinamente ellos quienes deciden el curso que la película habrá de tomar, dotándola de una cualidad bucólica que es finamente acentuada con la fotografía, con una cualidad física y casi táctil que solamente el formato fílmico puede ofrecer.

La decisión de hacer la película en fílmico no es solamente un capricho estético, sino que tiene coherencia con la manera en la que Razooli arma su relato. Los elementos fantásticos se integran finamente con los reales y así una repostera que vive sola se puede convertir en una poderosa hechicera, un vago en un temible ogro o una pequeña niña en una sagaz hada.

El tiempo y el espacio se suspenden para emular aquella sensación que se tiene cuando se lee un cuento por espacio de unos minutos u horas en los que pueden pasar hasta décadas. En una época marcada por lo efímero y la dispersión, Riddle of Fire entiende que la permanencia yace en la tradición que se renueva en su mismo ejercicio, creando un espacio –literario o fílmico– en el que se puede habitar, perderse literalmente en el tiempo y regresar al mundo con la esperanza de encontrar sorpresas, belleza, fealdad y un sentido de aventura, justo como lo encuentran los tres pequeños protagonistas de la película. Ahí está el verdadero “acertijo de fuego”, que en cuanto se consume, deseamos volver a encender.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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