‘¿Qué voy a hacer con mi marido?’: La búsqueda del otro

El amor es una tentativa de penetrar en otro ser,
pero sólo puede realizarse a condición de que la entrega sea mutua.
Octavio Paz, El laberinto de la soledad

La atracción no es amor, es sexo. Dotados de razón, los humanos reconocen la existencia y por ello pueden amar; pueden perderse en una búsqueda del otro porque sólo una bestia ignora quién está en el espejo. El amor, sin embargo, es un fin complejo porque es oportunidad y límite: sin amor el hombre se frustra en su búsqueda de la dicha; con amor se frustra su libertinaje bestial, la satisfacción de los sentidos, sin cuidado del otro. El sexo es una herramienta que consuma o derrota al amor; que lo permite, pues de su energía proviene la atracción, o que acentúa la soledad, porque el hombre-objeto no ama.

Salvador Elizondo sostenía que la sexualidad es un asalto a la razón; su pensamiento nihilista va encaminado a la crítica del humano como esclavo de su instinto, mientras que en su amigo Octavio Paz observamos una fe en el sexo como síntesis de entrega espiritual. Ambos tienen razón porque de la intención de la caricia depende el convertir la piel ajena en un objeto de masturbación o en un otro.

Aunar a este diálogo el nombre de David Frankel, director de cintas como El diablo viste a la moda (Devil Wears Prada, 2006) o Marley y yo (Marley and Me, 2008), parecería un intento forzado por incluir a un peso ligero en la pelea del siglo si no hubiéramos visto sus últimas dos cintas: El gran año (The Big Year, 2011) y, sobre todo, ¿Qué voy a hacer con mi marido? (Hope Springs, 2012). A lo largo de la obra de Frankel  se puede apreciar una voluntad ajena al melodrama cómico tan requerido en taquilla: en sus películas hay un instinto tragicómico que se niega a anular la separación, la muerte y la infelicidad. Aunque al final triunfa la esperanza, en el cine de Frankel no vemos la satisfacción de la fantasía porque la periodista y el chef de El diablo viste a la moda obtienen el trabajo pero no terminan juntos; el perro de Marley y yo genera fuertes lazos en su familia pero muere; el necio observador de aves de El gran año termina sin esposa, mientras su rival no cumple su meta pero encuentra el amor. En la vida son unas por otras, nos explica el director.

¿Qué voy a hacer con mi marido? es una culminación de esa vena dramática no sólo gracias a sus variaciones de tono, que van de un pesimismo brutal a una esperanza conmovedora, sino porque nos habla con una honestidad lacerante. Ya sea que veamos a Kay (Meryl Streep) y Arnold (Tommy Lee Jones) hiriéndose en el sofá del doctor Bernie Feld (Steve Carell), encontrando la responsabilidad de su fracaso matrimonial en ambos, o a la pareja consumando sus fantasías eróticas o románticas, Frankel expresa el amor como una rendición mutua.

marido2

Es doloroso ver a Arnold refugiarse en la ira cuando expresa sus deseos sexuales, más complejos que los de Kay, y estallar cuando dice que “es muy difícil hacerlo con alguien que no quiere”, tanto como duele ver a su esposa a punto de quebrarse ante este neurótico obsesionado con los altos precios de un restaurante. Frankel nos regala una Annie Hall (Woody Allen, 1977) con un lenguaje considerablemente menos complejo en cuanto a la técnica, pero igualmente verdadero. Si algo evita la maestría en la obra de Frankel es su selección de canciones pop, que vulgarizan las emociones pero atrapan a un público mayor bajo la guisa de un entretenimiento sencillo.

Sin embargo la distribución de responsabilidades evita la fuga de los espectadores. Frankel manipula a la audiencia con gran habilidad, pues al principio pareciera que el conservadurismo lo mana Arnold, envuelto siempre en su trabajo y en sus programas de golf, mientras Kay aparenta ser la única interesada en salvar el matrimonio. El miedo a abrirse, a rajarse, como explicara Octavio Paz, se aloja en el hombre, incapaz de salir de su zona de confort hasta que revela su intensa frustración con la inocencia sexual de su esposa, que culmina en una intensa escena donde, como tarea del doctor Feld, Kay fracasa en hacerle el sexo oral a su esposo en un cine. Ella termina huyendo, decepcionada por provocar la represión de su esposo. Esto, claro, no anula a Arnold como un hombre tan tímido que cuando organiza una fantasía romántica para su esposa, se rinde ante el miedo y le deja creer a ella que ya no le atrae.

Los vaivenes de la pareja son manipulación, sí, pero sobre todo son la complicación, muy cierta, en el intento por abandonar la comodidad. Al imaginar la felicidad del otro Kay y Arnold mantienen una apariencia de orden ante un caos interno. La terapia del doctor Feld, explicada por él como romper la nariz para permitir la respiración, busca extraer ese autoengaño para enfrentarlo y transformarlo. Frankel nos muestra más que nada un proceso en el que la pareja se expone el uno ante el otro, y supera el discurso de Ingmar Bergman, quien reduce el amor a deseo, o de Michael Haneke, quien halla el amor en el homicidio. David Frankel cree que el amor es posible pero exageradamente difícil.

La propuesta de ¿Qué voy a hacer con mi marido?, esclarece Frankel en el divertido final, se basa en soltar el prejuicio, en comprender al otro y en entregarse a sus deseos, con la confianza de que seremos amados de igual forma. El doctor Feld le insiste a Kay en “complacer al hombre que amas” porque la comunión es la pérdida del yo en el otro; es la confianza de que yo es otro, y es el resultado de una introspección profunda y una convicción de que uno más otro es uno.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

    Related Posts

    El misterio del aire: Los puentes de Madison
    ‘Beautiful Boy’ y la desintegración filial
    ‘Los oscuros secretos del Pentágono’ y la libertad de expresión
    Cabos – Día 1: ‘La batalla de los sexos’
    ‘Five Came Back’: La diva infilmable
    61 Muestra | ‘Café Society’: Monótona variedad

    Leave a Reply