‘Beautiful Boy’ y la desintegración filial

El camino de las adicciones, muchas veces surgido por la búsqueda de un alivio a la inconformidad existencial, afecta no únicamente a las personas que recaen en su práctica, sino también en los vínculos familiares y sociales que vislumbran la espiral autodestructiva, sus integrantes intentando comprender los ciclos de padecimientos y sufriendo por la incapacidad de salvar al adicto.

Bajo dicha perspectiva, Beautiful Boy: siempre serás mi hijo (Beautiful Boy, 2018) retoma la relación de David Sheff (Steve Carell) y su hijo Nic (Timothée Chalamet), la cual es puesta a prueba por la adicción a las metanfetaminas del joven, alejándolo de aficiones como la música y la escritura, llevándolo a un complicado y tortuoso proceso de rehabilitación en compañía de su familia, en particular, la de David.  

El realizador Felix van Groeningen ejecuta un viaje interno de sobrevivencia, recaída y redención que es eficaz en el retrato del desgaste emocional familiar ante una problemática complicada. El relato resalta recuerdos que contrastan la positiva infancia de Nic y la solidez de sus relaciones familiares con la oscuridad en la adolescencia y la distancia autoimpuesta hacia su entorno en la que no existen sucesos desoladores como motivo para detonar su adicción a las metanfetaminas y otras drogas, pero sí una depresión por las que las utiliza para sobrellevar el peso existencial.

Van Groeningen retoma la elegancia visual, los contrastes claroscuros y la técnica narrativa mostrada en la sólida El círculo roto (The Broken Circle Breakdown, 2012), conformada por el ensamble de la música como el reflejo del estado de emociones que alternan un pasado optimista con un presente que se resquebraja por la latencia de la muerte y la confrontación del dolor bajo las perspectivas de los involucrados.

Sin embargo, la cinta, aunque se beneficia del buen desempeño de Steve Carell y Timothée Chalamet al plasmar el claroscuro en la relación entre padre e hijo, demora en desarrollar un previsible resultado que pierde énfasis en el retrato de la tristeza y devastación personal. El guion de Luke Davis y el propio realizador, basado en Tweak y Beautiful Boy, respectivas memorias de Nic y David Sheff, se torna excesivamente melodramático en una segunda parte reiterativa y demasiado didáctica en el énfasis de las drogas como medio autodestructivo y en el amor como medio de salvación, descuidando también la preponderancia de personajes que buscan brindar su gramo de ayuda en el problema, en particular, las presencias femeninas representadas con la figura materna por medio de Vicki (Amy Ryan) o del apoyo de la nueva pareja de David,  Karen (Maura Tierney).

Sin la meditación existencial de Drugstore Cowboy (1989), la particularidad en estilo de Trainspotting (1996) y de la crudeza de los demonios internos de Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000), Beautiful Boy falla en resaltar emotividad sincera a devastaciones provocadas por la drogadicción, dispersa en su narrativa y sin conectar lo suficiente con la desintegración que atraviesa la familia Sheff ni con la bocanada de esperanza que representa la redención tras tocar fondo.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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