Hay películas que parecen pensadas para complacer sin preocupaciones. Fabricadas con el objetivo de sentarse en la butaca, relajarse y sentirse bien cuando las luces vuelven a encenderse. Su misión, parece, se limita a eso, su búsqueda se reduce a provocar un buen rato, sin ofender a nadie de los presentes al mismo tiempo que deja satisfechos a la mayoría. Comodidad a buen recaudo. Una categorización sin afán de menospreciar el trabajo detrás de la cámara, su fin es entretener y nada más. La batalla de los sexos (Battle of the Sexes, 2017) es una de esas cintas.
La película retrata los meses previos al famoso partido entre Billie Jean King (Emma Stone), la número 1 del ranking femenino en ese entonces, y Bobby Riggs (Steve Carell), un antiguo campeón adicto a las apuestas que gustaba promocionarse como un machista profesional. El tema es, como podrán deducir en esas pocas líneas de trama, muy pertinente para los tiempos que vivimos, por eso el largometraje intenta jugar al comentario político (la igualdad de sexos) y a la comedia dramática en iguales dosis (la incipiente relación de la protagonista con una mujer; el fallido matrimonio de su contrincante).
El resultado es muy cercano a lo logrado por los directores, Valerie Faris y Jonathan Dayton, en su trabajo más celebrado: Little Miss Sunshine (2006). Por lo mismo, el resultado de la trama, aun sin conocer la historia, resulta bastante predecible. El guión de Simon Beaufoy opta siempre por la decisión más obvia sin arriesgar de más, la sensación es similar a subirse a la misma montaña rusa por vigésima vez, las curvas y bajadas no dejan de ser divertidas pero la sorpresa es casi inexistente.
La pareja de realizadores encuentra su mejor momento en la íntima relación de Billie Jean King con su estilista, donde la inseguridad de la estrella del tenis puede aflorar y entenderse por completo. Stone logra hacer de Jean un personaje empático, lleno de fragilidad fuera de la cancha y agresivamente tensa dentro de ella. Lo mismo sucede con Carell, quien encuentra la manera de capturar las debilidades sociales de Riggs cuando no está intentando ser el centro de atención gracias a alguna bufonada.
La batalla de los sexos es una comedia disfrutable, inocua, más cercana al resultado de un estudio de mercado y a la posibilidad de aprovechar el ambiente político actual para obtener algún prestigioso premio que a la verdadera reflexión sobre la situación de la mujer en el pasado/presente. Después de todo, como la misma película lo demuestra, un partido de tenis no fue capaz de resolver el problema a fondo, sólo alcanzó para fabricar un buen úmero de sonrisas y un espectáculo digno de horario estelar.
Por Rafael Paz (@pazespa)