Pintura en el cine; Richter sobre el lienzo fílmico

Desde que comenzaron los trabajos de remodelación en la Cineteca Nacional, las sedes alternas han albergado su programación, dispersando un poco la cartelera y haciendo menos cómoda la pesquisa de cine de arte en la ciudad. Pero bien que mal, el asunto ha contribuido a que el público se mueva hacia otras salas para ver cine diferente.

Entre esas cartas atractivas que tiene la Cineteca se encuentra la Semana de Cine Alemán, que este mes llega a su edición número 11, con una programación bastante atractiva que estará vigente hasta el 23 de este mes.

El cine alemán se ha caracterizado en los últimos años por poseer un aliento interesante, un ritmo ágil y vigoroso dentro de toda la filmografía europea contemporánea. Pero también es un cine que no es altamente digerible como la mayoría de las propuestas más taquilleras, hay un color bien específico que requiere un poco de trabajo por parte del espectador para apreciarlo de forma más minuciosa.

Dentro de la gama de películas que conforman el ciclo se encuentra programado el documental Gerhard Richter Painting, filme del año pasado de la directora Corinna Belz, quien hace un retrato del afamado pintor germano, uno de los mejores pintores contemporáneos vivos, quizás el más destacado de su generación.

El documental funciona tanto para los amantes de la pintura abstracta del alemán, como para quienes no conocen aún al artista. Es un retrato interesante que, aunque como documental deja mucho que desear debido al ritmo lento y plano en cuanto a su narrativa, nos permite ver la personalidad y forma de trabajo de este pintor.

Gerhard Richter Painting es una de esas películas en las que el personaje termina por sostener un trabajo hasta cierto punto flojo, y que vale toda la pena por el énfasis que hace en el proceso creativo de Richter, personalidad sosegada y compleja que pese a la “intrusión” de su trabajo en el estudio, logra conservar parte de ese “algo” enigmático que se encuentra presente en sus cuadros, los cuales se insertan en la tradición del expresionismo abstracto. Incluso hay partes en donde el artista explica en breves comentarios los elementos en el arte que lo motivan a pintar y hacer trabajos tan imponentes y en apariencia sencillos.

Los documentales nunca han gozado de la popularidad entre el público masivo de cine, el arte abstracto tampoco es moneda de cambio popular y, pese al renombre y encumbramiento de Richter, este filme se encuentra un tanto alejado de ser un documental memorable. Quizás ese sea uno de los mayores tinos de esta película: la discreción y sutileza con la que Richter es retratado, cómo una personalidad de su calibre se nos escurre entre los pasajes personales y cotidianos de su día a día.

Esta película justamente es una analogía justa de los cuadros  de Gerhard Richter, los cuales se nos presentan orgánicos e intuitivos, pero que detrás de ellos hay toda una carrera de trabajo arduo y abierto, por parte de una personalidad que diluye el talento y los clichés milenarios del pintor en una concepción que concentra y resume perfectamente los elementos de la abstracción pictórica.

Decía John Cage que todo podía ser arte, en la medida de que se le asignara una conciencia especial a éste, pero que a su vez requiere de una voluntad. A veces la mayor voluntad y trabajo más arduo para con el arte abstracto es precisamente desproveerse a uno mismo de esa voluntad, del deseo y la expectativa de forzosamente ver “algo” en los cuadros de forma inmediata. Algo muy particular en el filme es el dejar reposar las cosas, tratar de abandonarse y que los cuadros hagan lo suyo.

De igual manera, éste puede ser un muy buen documental si se le deja de ver como una película propiamente estructurada. Probablemente así, esos elementos sorprendentes y conmovedores dentro de la vida y obra de Richter se vean de forma más nítida, si nos abandonamos de las expectativas y apreciaciones, tanto pictóricas como cinematográficas, para dejarse sorprender de forma natural y viva, por el poder del color y el trabajo de un alemán emblemático y grande, sí, poseedor de un lenguaje sutil y universal.

El título de la película denuncia y justifica un poco el trabajo que veremos, que se deja ver complicado e intrusivo al parecer de Richter, pero es justo ahí donde se aprecia de forma precisa la película: Richter solo, detrás de la cámara, sobre el lienzo, aplicando largas plastas de vivo color de una forma hipnótica, capa sobre capa, lentamente. Un cuadro al que le toma algo más que tiempo y dedicación su culminación. 97 minutos que son una línea continua, que pesa sobre lo aletargado de su proceso, para luego convertirse en una pequeña y tímida astilla multicolor sobre el cuadro que explota en el ojo del espectador. Ese ojo que vive en estado salvaje, según Bretón.

Por Ricardo Pineda (@RAikA83)

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