Nomi Malone, interpretada por Elizabeth Berkley de 23 años, actriz de la serie Saved by the Bell, es una chica que escapa de Nueva York para buscar éxito en Las Vegas. La ciudad espectáculo por antonomasia obliga a Nomi a escalar por encima de las personas que encuentra a su paso para posicionarse como una bailarina reconocida. Pero no cualquier bailarina. Con eventos desafortunados y otros francamente incomprensibles, Nomi conoce a Molly Abrams (Gina Ravera), que trabaja en el Hotel Stardust. El hotel tiene una parte central en la trama de la película. Ahí conoce a Cristal Connors (Gina Gershon), estrella consagrada, y a su novio Zack Carey, interpretado por Kyle MacLachlan, futuro agente Dale Cooper en la serie Twin Peaks.
Ganadora de varios Razzies o anti-Oscars, Showgirls, obtuvo las peores críticas en el momento de su estreno. Hoy se puede especular su sitio en la historia del cine sin mucho esfuerzo ni remordimiento. Si para la crítica de la década de los noventa la película era un proyecto fallido que asume el error como uno de sus valores más consensuados, el epíteto de película de “culto” le imprime un aura que no deja espacio para la indiferencia. Raúl Ruiz, cineasta chileno, escribió que cada película por muy mala que sea tiene al menos 5 minutos buenos. Tiempo para que los nuevos espectadores, o los revisitantes de la película de Paul Verhoeven decidan si esos 5 minutos son una exageración o el ejemplo perfecto para ilustrar cómo una película no es un objeto de arte cerrado, sino móvil, que cambia de acuerdo a campos culturales que no siempre son visibilizados de primera instancia por la crítica del momento.
Doce monos de Terry Gilliam, La Haine de Mathieu Kassovitz y Dead Man de Jim Jarmusch son algunas de las películas que se estrenan en 1995. Estas tres películas acontecen en una cine-atmósfera que irradia un prestigio a través de la autoridad de sus directores. En una distribución paralela, las películas Basic Instinct, Striptease o Leaving Las Vegas buscan encontrar en sus narrativas una temática similar a Showgirls, pero esta última funciona en otra línea formal, que en su momento fue condenada y hoy parece subvertir esas miradas críticas. El mismo Jarmusch considera a Showgirls como una crítica de la sociedad norteamericana y la considera una película de culto. John Waters la define como “divertida, estúpida, sucia y perfecta. Será maravillosa basura para siempre”.
La fotografía de Jost Vacano –el mismo detrás del lente en Robocop (1987) de Verhoeven– es digna de los aparadores más exclusivos de las Vegas y supone una cámara pulida que juega con los exteriores decentemente. Pese a que el guion empobrece de sobremanera las intenciones de cada personaje, la película tiene signos sociales que describen y representan un motor obsceno, raíz que impera a través de la mercancía eje: el dinero. “Primero haré que te acostumbres al dinero, después haré que te lo tragues”, dice el proxeneta que se encarga del club nocturno de media tinta donde empieza a trabajar Nomi.
Showgirls aumenta la artificialidad del deseo y el placer para obtener el éxito –siempre veloz y efímero– en una sociedad viciosa que consume y produce a costa de cualquiera un intercambio desigual y un despojo de cualquier voluntad soñadora. Paul Verhoeven, cuando se da cuenta que la crítica despedaza su película y esta obtiene un premio a lo peor de la década en 1999: “Era una película de strippers y Las Vegas, ¿qué esperaban que hiciera?”
Por Carlos Rgó (@Rgock)
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