En el botadero la encuentras así: ¡Soy libre!
Pregunta por ella: cuando quieras ver versiones extendidas de los vídeos de Yuri o cuando tu videocasete de La Papa sin Catsup se termine fregando de tanto rebobinarlo.
Valor agregado: Pedro Romo como la “enfermera, psicóloga y madre” del personaje de Yuri; y el estilacho de Omar Fierro: de playeras del Cici a cosplay de Raúl di Blasio y, desde luego, ¡Yuri en blackface!
La fama, tan caprichosa, elusiva y efímera, suele crear un aura de espejismos que distorsionan la percepción que se tiene de una persona y volverse, para quien la ostenta, una llamativa y vertiginosa celda en la que se gira y gira sobre una trayectoria aparentemente distinta, pero que en realidad llega al mismo punto.
La cantante veracruzana Yuri, jarochita de picoso carisma y talla Verónica Castro, era a inicios de los años 90 una de las estrellas de mayor éxito en México, su carrera fue catapultada por la otrora poderosísima maquinaria mediática de Televisa y un par de éxitos, comenzando el meteórico ascenso de canciones como Osito Panda, pieza que habría de ambientar innumerables juegos de sillas en fiestas infantiles.
Con la intención de capitalizar el éxito alcanzado a nivel televisivo, Televicine, la rama fílmica del gigante mediático, lanzó en 1992 la película ¡Soy libre!, en la que la apodada “Madonna mexicana” busca dejar atrás el voraz monstruo de la fama para conseguir el amor al lado de un mediocre pianista de bar interpretado por ese mostacho ambulante llamado Omar Fierro.
Dirigida por el eficaz Juan Antonio de la Riva, la película toma elementos puramente anecdóticos de clásicos como A Star is Born (1954), del maestro George Cukor, y adopta una forma mucho más cercana a la estulticia de Siempre en Domingo (1984), de René Cardona, gracias a las secuencias musicales de las canciones de Yuri, escenificadas con la misma complejidad y virtuosismo de los números musicales de En Familia con Chabelo, aunque eso sí, las coreografías vienen cargaditas de mucho “vogue” y pose acá fina.
La película se construye sobre el romance entre la vivaz cantante y el torpe pianista tomando como base los pilares fundamentales establecidos por Lubitch o Wilder, modernizados para las audiencias noventeras en hitos como Mujer bonita (1990), pero que tienen una veta más interesante en el yugo de la fama. Particularmente a la luz de lo que pasó en la carrera Yuri, quien abandonó todo para que Jesucristo fuera su manager y, unos años después, regresar a los escenarios con una imagen inspirada en la trasgresión pop de Lady Gaga, que a lo mucho la hizo ver como una versión femenina de Piolín envuelta en estoperoles y rodeada de desnudistas andróginos. ¿Ash, que le sucedió? ¿fue el apagón?
El mensaje final es desolador: alcanzar los sueños y el éxito profesional es demoledor cuando no tienes “amor” y sobre todo si eres una simple muchacha de provincia. Se trata de elegir tu cárcel: el idilio del satinado pianista interpretado por Omar Fierro o el yugo de un macho, posesivo pero cariñoso, interpretado por Luis Uribe, que parece salido de un festival de día del padre y que tiene la mejor línea de toda la película: ¿Eres mi novia o la novia de toda América? En cualquier caso, la libertad del personaje de Yuri es tan efímera como cualquiera de sus canciones, aunque las cante con todo su corazón.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)