Cannes | La sucia fe: Benedetta, de Paul Verhoeven

Tengo aquí en mi bolsillo, y gracias a Dios que no puedes verlas,
imágenes lascivas, sucias, obscenas.
Me da vergüenza decir esto: postales francesas.
Me las vendió un hombre de barba negra…
Un extranjero frente a tu propio instituto inocente.
Burt Lancaster en Elmer Gantry (Brooks, 1960)

La fe no es una cuestión de verdad más que de convicción o, a veces, de obstinación. En la película Elmer Gantry (1960), un carismático predicador (Burt Lancaster) convence a todo un pueblo que los milagros hechos por una fanática religiosa (Jennifer Jones) son en verdad eso: manifestaciones de una divinidad tan pura que su cuestionamiento resulta un acto de blasfemia. Esa relación parece dirigir la dinámica que se urde al centro de Benedetta (2021), el trabajo más reciente del neerlandés Paul Verhoeven, donde el cineasta funge como ese vivaz predicador mientras que su protagonista, la Hermana Benedetta (Virgine Effira), se convence tanto del papel asignado que toda autocrítica se diluye en visceral fanatismo.

Tomando inspiración del texto Immodest Acts, de Judith Brown, que es más bien una recopilación de notas de diario, Verhoeven presenta la historia de una joven monja que comienza a experimentar vívidas e intensas visiones en las que Jesús se comporta más como John Wick que con la sobriedad y solemnidad que el salvador del mundo precisa. Las visiones se intensifican con la llegada de la joven Bartolomea (Daphne Pataki), una joven de feral energía que Benedetta ayuda a entrar al convento ante la renuencia de la Madre Superiora (Charlotte Rampling).

El deseo rápidamente se apodera de la relación entre Benedetta y Bartolomea a medida que las visiones se convierten en señales inequívocas (y quizá falsas) de que Benedetta está destinada a ser una santa, tomando el lugar de la Madre Superiora. Verhoeven oscila entre tonos y temas con pericia, rebosantes de ironía y polémica agudeza, tal como hizo en Showgirls (1995) o en la estupenda Die Vierde Man (1983), superando en fineza la maestría mostrada en Flesh + Blood (1985).

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Benedetta expone la naturaleza financiera y sexual de la institución religiosa, tan rapaz como la industria, el entretenimiento o el Estado, todos blancos de anteriores trabajos de Verhoeven, aquí adquieren una vigencia peculiar al integrar el tema de la peste negra en tiempos de pandemia, sin necesidad de usar cubrebocas. La ansiedad por el apocalipsis inminente y la histeria colectiva se dan cita en Benedetta, con brutal violencia física e intensa energía sexual, fácilmente podrían ser acusadas de explotativas, pero, al final, encuentran un cauce genuinamente revolucionario.

Aunque no reniega totalmente de su filiación con el nunsploitation, al mostrar ingeniosos diseños para dildos que harían sonrojar al mismísimo Luis Buñuel, el principal interés de Verhoeven –que durante muchos años y películas yacía en la figura de Jesucristo– radica en cuestionar y satirizar a la Iglesia con la sardónica inteligencia mostrada desde los inicios de su carrera. Benedetta es la culminación de una fijación, la admisión del riesgo inminente en su contemplación y devoción. Como cualquier otra película de cineasta viejo, es un cuestionamiento audaz y puntual de todas la filmografía que le precede, a la manera de Clint Eastwood, Roman Polanski o Jean Claude Brisseau. Sería precipitado afirmar que ésta es su obra cumbre, al menos da la impresión de ser una concentración sucinta de lo que Verhoeven es como cineasta, ambición que innumerables directores persiguen durante años conseguirlo.

Es indispensable mencionar que la actriz Virginie Effira le da a Benedetta una cualidad que difícilmente podría encontrarse en otra actriz: un cinismo tan pulcro que resulta virtuoso. Effira modula su voz, manipula su cuerpo y dirige su mirada con un poder que hace convincente el hecho de creer que Dios mismo habla a través de ella, aunque la seguridad llega a tal punto que no sabemos si estamos más bien –como con Jennifer Jones en Elmer Gantry– ante una manifestación de rabiosa vanidad y, sobre todo, extraña gracia. Benedetta es la historia de la negación de un martirio, la criminalización de un amor ilícito y la denuncia de la fe, tal como es instruida por la Iglesia: como un acto y una imagen más lasciva y obscena que el gozoso desbordamiento del placer del cuerpo.

Paul Verhoeven no busca fieles, ni devotos.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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