El nadir del cine cubano encontró en el cineasta Tomás Gutiérrez Alea un ejemplo paradigmático de los valores que lo empujaban: un revolucionario brío con una base tradicional que no rompía la forma de la misma manera que el brillante documentalista Santiago Álvarez (Now!, 1965), sino que mediante un discurso inteligente y elocuente deshacía los mitos de la realidad cubana.
En La última cena (1976), Alea se basa en la anécdota real de un conde en las plantaciones cubanas a finales del siglo XVIII que, para demostrar la “benevolencia” y “superioridad moral” del sistema de esclavitud cubano, durante Semana Santa del Jueves Santo al Domingo de Resurrección interpretará el rol de Jesucristo, mientras que un grupo de sus esclavos interpretarán a los apóstoles. El conde se erige como una figura demagógica que busca demostrar, con cierto aire expiatorio, que la religión justifica la esclavitud.
Alea plantea nociones que tergiversan el ambivalente discurso del cristianismo, canibalizando el Cuerpo de Cristo, desacralizando el lavatorio de pies o convirtiendo el Domingo de Resurrección en uno de Insurrección. La imagen que Alea borda es una sumida en tonalidades cafés y marrones, de una pulcra suciedad, que hace la realidad terrenal de los esclavos contrastar aun más con la decadente demagogia del Conde y generando una tensión con su montaje, segmentado por cada día de la Semana Santa a través de una incomodidad palpable, particularmente cuando el rebaño del Conde cuestiona, de manera burda pero incisiva, la supuesta benevolencia que se oculta en su hipócrita retórica.
La última cena es una parábola religiosa, social y política que se nutre de las preocupaciones de su contexto histórico, en el que la demagogia se encontraba en una etapa temprana que pronto habría de convertirse en crónica enfermedad social, con la ilusión de ser curada a través de un discurso triunfalista y bondadoso, que únicamente agudiza la situación, hallando la libertad únicamente en la muerte. Un esclavo que acepta cenar con su amo está predeterminado a tomar violentamente la cabecera y terminar apaciblemente su cena, sin invitar a nadie más.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)
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