MIC Género | ‘Bolishopping’ y la cámara sumisa

Cuando en el medioevo la voluntad individual (todavía no se empleaba el concepto “individuo” en el sentido moderno) era otorgada voluntariamente al rey, era con el fin de afianzar la seguridad y protección; poder permanecer en un espacio amurallado y con una actividad económica que permitiera vivir. Con la modernidad, el concepto Estado-Nación (Hobbes, Schmitt) fue construyéndose de tal manera que uno de los principios fundamentales fue el sentido de pertenencia, de lo contrario, al carecer de él, las amenazas bélicas de otros estados en construcción serían imposibles de contener; la gente no defendería su territorio ni su patria. Es importante recordar que en la Grecia antigua, la patria (tierra paterna) otorgaba existencia e identidad al individuo, fuera de ella, su entidad estaba vacía. A finales de los veinte en Europa central, el nacionalismo tuvo uno de los picos más altos en la historia de la humanidad; los partidos alemanes e italianos hicieron uso hiperbólico y acrítico del sentido de Nación; a partir de ahí, se gestó otro ciclo de migración y persecución de exiliados.

Bolishopping, ópera prima de Pablo Stigliani (2013) es una ficción con sustento documental que narra la situación de los inmigrantes en los talleres de costura clandestinos en Argentina. La cámara al hombro de Stigliani sigue a los costureros y al capataz por los laberintos estrechos del taller, siempre por atrás, siempre viendo la nuca, siempre rezagada. El filme de Stigliani expone tres esferas narrativas con determinados encuadres e iluminación: Marcos (un ambigüo y veterano Arturo Goetz)  dueño del taller clandestino; la cámara siempre frente a él y por momentos abarcando a su madre que está en una cama de hospital.  Luis (tímido y obediente Juan Carlos Aduviri) un boliviano que llega a trabajar como costurero; la cámara siempre siguiendo la espalda del  interlocutor,  con prisa, claustrofóbica y  de paleta oscura. Mónica (Olivia Torres), la esposa de Luis, encuadrada en  close ups  que dan testimonio en luz amarilla de su odisea.

Paternal por momentos y violento por otros, Marcos exige a sus empelados (que viven dentro de la misma casa donde está el taller) completar la producción para que pueda pagarles. Hacinados y encerrados, los costureros permanecen en sus máquinas o en sus cuartos porque la ilegalidad es peligrosa y la traición también. Luis lleva a su esposa y a su hija a trabajar con él; Marcos castigará la inocencia del boliviano. En una Argentina (que puede ser México, Estados Unidos, República Dominicana o Turquía) aún quedan resabios (más bien raíces oscuras) xenófobos; una idea mal entendida y retorcida de la identidad, el territorio y las fronteras. A pesar de la globalización y del libre mercado (qué absurdo el mundo que permite circular mercancías entre países y continentes y no  a individuos), seguimos rechazando al diferente, al que no comprendemos, el de distinta lengua; donde no nos reconocemos. Paki, sudaca, boli, palabras con uso peyorativo para los inmigrantes en Inglaterra, Europa y América, rondan en el imaginario y accionar cotidianos. Stigliani nos recuerda que las minorías son específicas, que cada individuo que migra tiene una manera de entender la vida y actuar en ella, que las minorías no son homogéneas; que no es lo mismo ser un migrante hombre o mujer, indígena o mestizo, moreno o blanco.

En una curva argumental, el filme hace patente la labor de las ONG, de su trabajo de investigación, infiltración, defensa de derechos humanos y legalidad; sin embargo, una vena de escepticismo corre en los espectadores, a pesar de las cifras y resultados las instituciones siempre se anegan de la esfera política, cuando deberían equilibrarse en lo social. Politizar el arte no es hacer una moraleja cristalina, ni de salvación, ni una bandera que rebase el argumento, ni sumir al espectador en la butaca con el dedo de la compasión mal entendida; un argumento inteligente de hechura cinematográfica, la burla e ironía a través de analogías bien construidas o un uso de la técnica que detone un subtexto social puede liberar una catarsis o un entendimiento mucho más profundo, originario y crítico en el reconocimiento del otro. La noche lluviosa de Bolishopping naufragó.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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