MIC Género | ‘Carmín tropical’ y la detective de las transgresiones

La literatura no es inocente, eso lo sé yo desde que tenía quince años.
Bolaño

En Carmín tropical (segundo largometraje del director oaxaqueño Rigoberto Perezcano, 2014), París cambia sus cielos y su arquitectura de acero y mármol por las palmeras y burdeles kitsch de Juchitán. La primera secuencia es ya una narración por sí misma: a través de cuatro fotos fijas recorremos la historia de un niño que devendrá muxe. La cámara al hombro hará guiños con una estructura de documental; el espectador se siente cómodo creyendo que la película tiene tonalidades de Quebranto (Roberto Fiesco, 2013), pero pronto saldrá de la zona de confort: el niño de las fotografías es Daniela, asesinada y abandonada en la playa con veintisiete puñaladas que demarcan su muerte. Mabel (un formidable José Pescina, de gran capacidad mimética) regresa de su autoexilio para buscar al asesino. Los muertos están tranquilos, por eso los vivos se revuelven. Mabel nunca se despidió de Daniela cuando se fue de Juchitán con el novio arrebatado; no podía soportar su traición a la persona más querida. “Dicen que tus actos y el pasado siempre vuelven de la mano” recita la voz en off de Mabel mientras la vemos viajar en camión; esa voz acompañará la narración abriendo claves de cine negro (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950). Mabel la detective, la García Madero de Los detectives salvajes, Wanda “la roja” de Ida (Pawel Pawlikosky, 2014), la Will Graham de Hannibal, tratará de reconocer en cada pista descubierta (las últimas fotos que Daniela  se tomó en un hotel llamado Cozumel, antes Delicias), el perfil del asesino. La pesquisa jamás ha sido una labor individual, este filme no será la excepción: a Mabel la acompañan un homosexual melancólico; el Faraón, dueño del bar-cabaret Kinj Kong; el Comandante de la policía Rómulo y Modesto (un amable, “romántico” y obsesivo Luis Alberti), un taxista nayarita que se convertirá en confidente de Mabel.

“A nadie le interesan estas imágenes y recuerdos” le dice el comandante Rómulo a la urgencia de Mabel, pero, ¿qué somos sino memoria, sino restos de imágenes? La fotografía mutilada donde vemos a Daniela abrazada de su asesino (su silueta recortada cuidadosamente) es el único recurso para hacerle justicia; sin embargo, los caminos de ésta son tan absurdos y surrealistas como el Kinj Kong o la cárcel de Juchitán o el Cozumel, nombre de un hotel que nada tiene que ver con el gris y sucio Pacífico. Cada tanto, la narración es atravesada por una secuencia que se va develando progresivamente: Daniela en una pasarela, en una fiesta de pueblo. La búsqueda del asesino pasa a segundo término cuando Mabel acepta salir con Modesto, cuando el amor, cuándo no, nos vuelve “monos sin sentido” elizaldianos. Un viaje en motoneta (cómo no abrazarse a la cintura de quien controla el rumbo) a la playa, coqueteos en una cantina amenizada por un danzón que pertenece al consciente colectivo y completar el ritual llevando a Mabel a su casa y salir de ahí a la mañana siguiente, peinándose la noche.

La cámara abandona a Mabel para ver los fetiches fotográficos de Modesto y sus rituales de depredador. Ese día es el aniversario del Kinj Kong y el número principal es el regreso de la hija prodigio: el muxe que se fue de gira a Veracruz por seguir a un amor que en el fondo era “pendejo” y nunca más cantar. La noche es calurosa y Mabel, el ave de lentejuelas, lleva la sal en sus muslos, en las manos del taxista.

Perezcano es un artesano. La hechura de su filme es de un hilo fino, casi transparente. Su película es una obra abierta que conjuga la fotografía (Alberto Cantú en un despliegue técnico y plástico sumamente cuidados) del documental filmando una ficción, trasladando la oscuridad del cine de detectives a las palmeras tropicales, demarcando la densa psicología de sus personajes con sutiles pero potentes guiños; todo a un eclético ritmo de piano que pasa por el danzón hasta el bolero en francés. Apuesta por la tolerancia sin ser panfletario, denuncia la injusticia de los crímenes homofóbicos sin apelar a la lástima y expone a la muerte como punto de unión sabiendo que es un punto de ruptura. Politización del arte. Cada pista es falsa, cada concepto es transgredido, la estructura ha sido violentada y el espectador ha caído en la trampa, una bella e invisible trampa.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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