‘Man of Steel’: La inconformidad

Whoso would be a man must be a nonconformist
Ralph Waldo Emerson

Hay una tendencia en nuestros días a elevar los productos de la cultura popular al nivel de los grandes textos, las grandes sinfonías. En nuestro frenesí consumista buscamos justificar nuestras compras como fuentes de belleza y verdad inagotables, superiores al pedazo de carbón que el empaque bonito y los colores brillantes nos vendieron. Somos irresponsables ante el canon no porque lo neguemos –esa es tarea de rebeldes, como los modernistas y su “make it new”–, sino porque lo ignoramos.

Pasmados por el intenso rojo de la capa de Kal-El, desconocemos los nombres de Heracles, Edipo y Moisés, cuyas tribulaciones preceden –decir que inspiran sería arriesgado– al héroe all-American favorito de muchos. Es evidente que también el equipo creativo tras El hombre de acero (Man of Steel, 2013) sufre de estas lagunas, pues reduce la ya pequeña estatura mitológica del personaje a una religiosa mediante el abuso de la imaginería cristiana ad nauseam, que cae en el exceso vulgar cuando hasta una ballena evoca la cruz.

Sin embargo, dado que la base anecdótica de la cinta es la que todos conocemos, el mito individualista americano sobrevive junto con algunos arquetipos a pesar de la visión reduccionista de los cineastas. Esto lo notamos desde el primer recuerdo de Kal-El: vemos una bandera americana agitándose contra el viento, que corta de inmediato al instante cuando el protagonista descubre sus poderes. Esta secuencia dice mucho a pesar de ser tan corta, pues liga directamente la identidad nacional con las capacidades de Kal-El, que coinciden con su extraordinaria soledad por ser, más que un extraterrestre, un inadaptado, un inconforme.

Esta condición es la que atrae el bullying, síntoma del colectivismo de entre el cual el protagonista se alzará como un übermensch filantrópico, el individuo de Emerson y Thoreau que, ante un mundo ingrato e incluso indigno de ser salvado, no duda en hacer lo correcto. Kal-El no es sólo una afirmación individualista, es el consuelo de los diferentes: los últimos serán los primeros. La prueba: un bully al que salva en su niñez acaba trabajando en un iHop mientras Kal-El salva la Tierra.

El destino de hazañas de Kal responde a su pregunta “¿Por qué soy tan diferente de ellos?” y la expande hacia el “cómo” antes de responderla. Mientras el adolescente común lucha por entender y liberar su sexualidad, Kal asimila su condición de forastero para encontrarse a sí mismo; lee a Platón para informarse de la virtud y construir al héroe moderno, lejano de la mañería de Odiseo y del desenfreno de Heracles, de quienes se distingue en que, al menos hasta donde termina esta cinta, no tiene final trágico.

Un individuo máximo requiere de una compañera similar y la encuentra en Lois Lane, quien da el giro más interesante en el universo de Superman: su carácter, lejos de la doncella en apuros a la que estamos acostumbrados, va en contra de la expectativa con una fuerte determinación, casi masculina, que la hace destacar como a la Medea de Jasón, quien, antes de asesinar a sus hijos en la tragedia de Séneca, es un miembro fundamental de la tripulación del Argos. Los arquetipos sobreviven en Man of Steel bajo la polución del cliché y el diálogo basado en one-liners.

Por otro lado, el antagonista de la película, el General Zod, es la cara viciosa del individualismo: mientras que Kal-El simboliza la virtud y lo que Erich Fromm llamó productividad, es decir, una mente individual sana que ama al hombre y trabaja por el hombre, Zod es una representación de la inadaptabilidad; es el individuo enfermo que se alza en su comunidad con un ánimo destructivo, pues lucha basado en una necesidad de ser reconocido. Es un neurótico, un megalómano y, lo peor en el mundo de Superman, es antiamericano.

El contraste en la americanidad de los personajes se resume cuando el padre biológico de Kal, Jor-El, pregunta “¿Y si un niño aspirara a ser algo más grande?”. Jor-El explica que su hijo fue diseñado para elegir, para no conformarse, lo cual lo convierte en un hijo de los padres fundadores de la Unión Americana, quienes crearon un Estado que facilitara la búsqueda de la felicidad y, en este caso, la posibilidad de asumirse como un héroe. 

El ideario americano es cuantioso en salvadores y sus luchas son similares, tanto, que sobrepasan el punto de la coincidencia y se empapan del cliché, como durante la pelea entre Zod y Kal El –uno entrenado con las más avanzadas técnicas y el otro, hijo de la intuición–, que refleja el duelo Ivan Drago vs. Rocky Balboa. Por supuesto, en ambos casos la tradición all American vence y se convierte en lógica: “Crecí en Kansas”, dice Kal-El cuando le preguntan por una razón para nunca atacar a su patria. El último paso en su proceso hacia la integración de su individualidad americana es asumir su ciudadanía mediante un empleo socialmente responsable: periodista.

Por supuesto, todas estas nociones de la individualidad americana no reflejan tanto cómo es ese pueblo, sino cómo aspira a ser, una característica que se remonta a su origen: ya existía el país, al menos en términos ideales, antes de ser fundado por los peregrinos. Parte de la americanidad, entonces, está en la posibilidad de moldear el futuro como Kal-El.

Esta tendencia es evidente en la creación americana más acrítica, más nacionalista, pues se crean íconos por necesidad, lo cual les resta el estatus mitológico. Mientras los brutales héroes de la antigüedad nacieron ya sea de la alegoría política, religiosa, histórica o de la mezcla de ellas, la madre de todos fue la contemplación, mientras que el “mito” americano, como Superman, nace de la búsqueda por sintetizar el ideal.

A pesar de que Kal-El viene a ofrecer la salvación, al igual que Moisés y Edipo, en una canasta a la deriva, y a pesar de su condición semidivina y su enorme fuerza, como la de Heracles, resulta que Superman tiene más relación con el Nuevo Testamento que con el Antiguo, es decir, es más una creación religiosa que mitológica y, por tanto, la alegoría cristiana de Man of Steel resulta la más apropiada. Ello, sin embargo, no implica que no pudiera dársele un giro a la historia para elevarla al nivel mitológico con un crimen o una irresponsabilidad, pero en un mundo tan material, donde importa más la ganancia en taquilla que la credibilidad artística, la complacencia seguirá reinando e irónicamente los inconformes seguirán sin interesarse en Kal-El. Quien se supondría que fuera el rey de los individuos, es sólo el siervo de las masas.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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