La malvadísima naturaleza del ‘Hijo de la oscuridad’

Bastan unos cuadros de Brightburn: hijo de la oscuridad (Brightburn, 2019) para entender las intenciones de sus creadores. En primerísimo plano, la cámara captura una pila de libros sobre maternidad y fertilidad, más de los que cualquier pareja (sobre todo en medio del medio oeste norteamericano) podría necesitar. Al fondo se escucha a una pareja (Elizabeth Banks y David Denman) en plena seducción. A unos segundos de iniciar el coito, algo se estrella en el bosque cerca de su casa.

Es claro que, en su nivel más básico, el interés creativo del realizador David Yarovesky y los guionistas Brian y Mark Gunn es abordar el mito de Superman desde su opuesto: ¿qué sucedería si Clark Kent no fuera un dechado de bondad sino un ser vil sediento de poder? Es un acercamiento similar al planteado por M. Night Shyamalan en El protegido (Unbreakable, 2000), donde Superman crece sin saber de su verdadero poder, la diferencia radica en que su desarrollo se da siguiendo planteamientos propios del cine de horror.

La situación ha sido explorada previamente en los cómics –como en Red Son, donde la cápsula de Kal-El cae en territorio soviético, no americano– y en el cine –Superman III, Batman v Superman–, sin embargo Brightburn parece estar más interesada en cuestionar las imágenes míticas (y sus conceptos) presentadas por Zack Snyder en El hombre de acero (Man of Steel, 2013). Después de todo, los padres del protagonista de Hijo de la oscuridad no son muy diferentes a los presentados por Snyder, ambos matrimonios bien intencionados y llenos de amor para con su adoptado extraterrestre. Crianza no es destino, parecen decir los primos Gunn.

Con esto en mente, Brightburn también podría leerse como un cuestionamiento a las ideas de Snyder como cineasta, altamente influenciadas, como él ha declarado en diversas entrevistas, por el libro The Fountainhead, de Ayn Rand –el sueño de vida de Snyder es adaptarlo a la pantalla–, donde un visionario arquitecto no puede realizarse a plenitud por la hipócrita sociedad que lo rodea. El elegido detenido por aquellos que no entienden, comprenden, su grandeza (recuerden como el padre de Superman en El hombre de acero prefiere morir a que su hijo revele sus poderes porque la sociedad no está lista).

Yarovesky y los Gunn se acercan con esto a hacer un alegato en contra del empoderamiento masculino y, en ocasiones, su determinismo casi mesiánico. A lo largo de toda su vida, Brandon (Jackson A. Dunn) ha escuchado que es especial, el mundo un día será suyo y está destinado para hacer grandes cosas. Las primeras secuencias de la cinta lo muestran como un pre adolescente taciturno, tierno y amoroso con sus padres; esto cambia cuando la adolescencia pega de lleno. Cuando sus intenciones amorosas son rechazadas por una compañera de la escuela, su reacción es violenta. Al notar que su existencia no está libre de reglas, la agresividad (y su instinto asesino) sólo aumentan.

Si su destino era ser especial en el mundo, ¿por qué no habría de tomarlo así sea por la fuerza? Imponerse es, para Brandon, cumplir con lo predestinado. Es en este punto que la estructura del guión se vuelve interesante. Los Gunn parecen haberse inspirado por La profecía (The Omen, 1976), el clásico de Richard Donner –quien adaptó por primera vez a Superman en el 78– donde un padre lucha por comprobar que su hijo adoptado no es en realidad el Anticristo, sólo para ver lo fútil de sus deseos paternos contra la verdadera naturaleza del pequeño.

Si las ideas detrás de Hijo de la oscuridad no terminan por cuajar al 100%, es porque Yarovesky está más interesado en filmar secuencias llenas sonido estridente y sorpresas que en ahondar al respecto. Sustos fáciles y olvidables… como Brightburn.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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