55 Muestra | ‘Los canallas’: El derrumbe

La ironía de los castillos de naipes se halla en su construcción. Las cartas se acomodan con un cuidado paternal, creador, consciente de la fragilidad de la estructura pero ciego al derrumbe que las acecha porque en la concepción está la mentira. Este edificio es sólido, indestructible. La inevitable caída sólo confirma el engaño hacia nosotros mismos. El castillo de naipes es juego y advertencia. No es que no veamos venir la caída, es que no la queremos ver, y, por ello, en la retrospección las cartas desparramadas adquieren sentido.

Marco Silvestri (Vincent Lindon), protagonista de Los canallas (Les Salauds, 2013), de Claire Denis, un capitán que no se hundió con su barco, ha vivido lejos de su familia porque no ha querido ver, como su hermana, Sandra (Julie Bataille), a los canallas del título en casa. Para ambos, el suicidio de Jacques (Laurent Grévill), esposo de Sandra y gran amigo de Marco, así como la vida de drogadicción y abuso sexual que lleva Justine (Lola Créton), hija y sobrina, son culpa del escalofriante Edouard Laporte (Michel Subor). Es lógico, por fácil, que el magnate con expresión perversa haya corrompido a Justine y que tenga relación con la decadencia de la fábrica de zapatos Silvestri, lo que aparentemente lleva a Jacques a matarse. Y así nuestro Jasón regresa para enfrentarse a este Midas que pervierte cuanto entra en contacto con él, y, en el camino, encontrarse con su Medea, Raphaëlle (Chiara Mastroianni), en una dinámica de arquetipos donde la expectativa es duda y la desgracia, certeza.

En Los canallas, Claire Denis construye una trama compleja que desvela sin prisa y sin piedad. La edición no respeta la linealidad del tiempo para expresar trauma y destino. Las visiones del pasado y el futuro conviven con el presente porque a Denis la destrucción de los Silvestri le parece inevitable. Si la tumba ya está cavada, la huida es ilusión. El derrumbe de la familia y quienes la rodean, como el del castillo de naipes, se vislumbra desde el comienzo y al final tiene sentido porque para Denis el núcleo de los Silvestri es corrosivo e inmutable. Marco reconoce esta idea cuando estalla contra su hermana. “¡¿Así es mi familia?!.. Qué bueno que me divorcié, así mis hijas no estarán contaminadas”. Denis encierra esa polución dentro de los Silvestri cuando muestra que el nuevo portero de Raphaëlle está cubriendo a su tía porque “es familia”. Entonces no todas las familias son embriones de tragedia, sólo ésta.

La sordidez de imágenes como Justine caminando desnuda en la calle mientras su vagina sangra, o los vestigios de la perversidad en el club donde Marco y Sandra descubren que Justine es violada, son relativas sólo a una familia como ésta, donde Sandra, más que Marco, se niega a aceptar su complicidad y culpabilidad en el sufrimiento de su hija. Para Sandra, Laporte, la policía y el doctor que cura las graves heridas de Justine son culpables de todo este dolor, pero de nuevo alguien nota la negligencia en los Silvestri. “Los problemas de Justine no han terminado, algo anda mal en su familia”, sospecha el doctor. Qué tan cerca, lo revela el perturbador final, donde Claire Denis fuerza a Sandra a mirar y a aceptar. Sólo Marco se atreve a desvelar el misterio y a pagar por su descubrimiento.

Al final, para Denis, la supervivencia, la inmensa tortura de permanecer vivo, es el castigo más grande; el testimonio es loza, y la muerte, alivio. Los canallas no es fácil de ver ni de discernir; su estructura, un paso adelante de la edición sicoanalítica de White Material (2009), oculta, confunde y sentencia, pero es un llamado a la consciencia tan necesario como escalofriante. Denis nos exige enfrentar la verdad antes de que la muerte la oculte y la maquille la negación.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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