Claire Denis camina al lado del Sena. Sus facciones de mujer franca y severa se atenúan con el frío. Se pregunta quién contará la historia esta vez. Siempre es el otro el que lo hace, pero a veces es la historia de uno mismo un poco, también. Denis no piensa en alguien en especial, sólo contempla detenidamente al otro, lo múltiple y complejo: negros, ingleses, latinos, europeos. Para la autora de Les salauds (2013), toda imagen es subjetiva y puede ser seductora, hipnótica, sugerente, para más adelante ser directa y sin concesiones, oscura y muchas veces cruenta.
La cineasta francesa, a quien el tiempo entre filmaciones, los escasos premios y el público selecto no le hacen mella, ha dicho hace apenas un par de meses que el cine puede liberarte de la violencia latente del mundo. Denis se caracteriza por no voltear de lado a lo que le sucede como persona y eso afecta tanto a su proceso, como al resultado final de su cine, evidenciándola como un ojo crítico de la condición humana.
Para quien ha dedicado toda su carrera al cine, y que a sus 67 años dirigiera uno de sus mejores trabajos a la fecha (la ya mencionada Les salauds), la concordancia entre el cine que se hace y la realidad que se vive es algo indisoluble, que se funde además con la fotografía y la música, una atmósfera totalitaria que parece venir de lo sumamente habitual.
Denis, hija de funcionarios públicos y habitante de colonias francesas a lo largo de su vida (Burkina Faso, Camerún, Senegal), sabe de qué va el colonialismo, tanto en naciones o grupos, como a nivel individuo. En más de una ocasión, la cineasta ha dicho que su cine (27 producciones, de las cuales 11 son largometrajes) habla siempre de eso. Ya sea bajo la forma de dramas enturbiados con diferencias raciales, políticas y sociales, o a través de historias sórdidas y perturbadoras, en donde los asesinos, sádicos y opresores adquieren un matiz más familiar, gravemente cercano.
El cine de la autora de Sangre caníbal (2001) oscila entre la sofisticación y las escenas fuertes; entre lo bello y violento inserto en lo cotidiano. Deja que las cosas sucedan y que se presenten como revelaciones a rajatabla, o como un lado prohibido del cuarto que la luz no devela. A Denis se le puede ver algunas veces caminar por el Sena, pensando en lo que aprendió como asistente de dirección de Jim Jarmusch en Down by Law, o con Wim Wnders en Paris, Texas, y cómo abrevó claramente de ambos a inicios de su carrera, para luego refinar su estilo personal y maduro.
Denis tardó cinco años en sacar a la luz su primera película (Chocolat, 1988), tiempo en el que el dinero, el convencimiento de los productores y los embates de género fueron los obstáculos a vencer, para dar paso a un cine que no pierde brío. El de Denis es un estilo que ha venido ratificando que lo suyo es un golpe seco y contundente a la mandíbula, implacable al tiempo que se nos revela frágil y humano.
Para esta directora, los personajes lo son todo. Denis ve cómo viven y se las arreglan sus protagonistas con los agandayes de la vida. Piensa mucho en ellos y también en Faulkner; sus historias cuadran con lo que la directora desea contarnos. Claire podría ser la heredera cinematográfica del escritor estadounidense, ya que en ambos la forma es el contenido. Todo el tiempo se están diciendo cosas que revelan otras tantas. Un cine para estar atento. No hay polaridades: sus personajes albergan maldad, a través de lo natural, de tipos que sí existen fuera de la pantalla, estelarizados, bien por un Vincent Gallo pasado de rosca en Sangre Caníbal, un joven Grégoire Colin envalentonado y violentamente enamorado en Nénette et Boni (1996), o un político cruel y pervertido, como lo es el ex galán Michel Subor en Les salauds.
El cine de Denis es uno muy literario, no sólo por el parangón claro con William Faulkner; tampoco por su ocasional referencia clara hacia ciertos textos. La complejidad de los actores que pesan sobre las historias a veces está desprovista de opciones, mas su carácter y determinación inciden fuertemente dentro de estas historias, mismas que la cineasta parisina nos sabe contar de forma clara. Claire recrea y engaña de forma natural, sin demasiados adornos; de repente aparecen encuadres que son un todo con la música.
Vale la pena destacar que tiene además un tino musical tremendo, el cual le brinda un peso crucial a las atmósferas que recubren cada escena con su oscuro manto. Tal vez por su cercanía con Jarmusch, la colaboración perfecta con el grupo británico Tindersticks, quienes son sus excelsos cómplices recurrentes en la confección de soundtracks, o por esa inclinación nata de Denis hacia la vivacidad y lo emotivo en el arte. Aquella secuencia del baile de “Hey Gyp” de The Animals, en el capítulo que dirigió en el 93 para la serie televisiva Tous les garçons et les filles de leur âge… es sencillamente increíble.
Denis hace también documental, televisión, escritura de historias para la pantalla. Se ha dedicado así a la producción y la asistencia de otros directores. Es, en suma, una orquestadora refinada. Logra ser excelsa e involuntariamente poética, de forma casi simultánea frente a una ráfaga de violencia, abuso y sometimiento del otro. Su cine es de ese que tiene claroscuros que no titubean; se trata de un cine maduro que no necesita ser de denuncia para poner el punto claro sobre la llaga de las cosas. Es contundente en su discurso y sorprendente en el cuidado de su confección.
La también directora de 35 Rhums (2008) y White Material (2009), con frecuencia habla desde alguien más, pero ese otro canaliza la voz de otros tantos, personajes monstruosos por dentro e incólumes en su exterior. La mirada de Denis resulta honesta por ser también deliberadamente ambigua, por crear sin detonar del todo, por hacer de un camino una vía distinta y retorcida. No hay un simbolismo demasiado evidente. Sin embargo, sí hay un ritmo, técnica y orquestación de elementos que la hacen única, grande por discreta y cruenta sin resultar gratuita, por decir sin mencionar y tratar al público que ve sus películas de forma inteligente, cuestionándolos y retándolos a temas que le son cercanos.
Alguna vez le preguntaron a Faulkner si el cuento “Una rosa para Emily” estaba basado en un personaje o una idea, a lo que el autor contestó: ‘Vino de la imagen de una hebra de cabello en la almohada. Era una historia de fantasmas. Simplemente la imagen de una hebra de cabello en la almohada en la casa abandonada’.
Por Ricardo Pineda (@Raika83)