‘La gran aventura LEGO 2’: Las dos caras del bloque

Después del abrumador éxito de La gran aventura LEGO (The LEGO Movie, 2014), Warner Bros. construyó rápidamente una franquicia que a la fecha ha dejad, cuando menos, otra gran película (LEGO Batman, 2016) y otra menos afortunada (LEGO Ninjago, 2016). Sin embargo, ante las menguantes ganancias espera anotarse otro éxito con La gran aventura LEGO 2 (The LEGO Movie 2: The Second Part, 2019). Una entrega más ambiciosa que su predecesora en términos narrativos y visuales que busca crear un peculiar retrato de la colisión de los roles de género tomando como pretexto la guerra entre un puberto casi-adolescente y su hermana menor, interpretada por Brooklyn Prince, la vivaz protagonista de El proyecto Florida (The Florida Project, 2017).

En esta ocasión nuestros héroes de gránulo se enfrentan a la invasión de criaturas tan tiernas como destructivas que han arrasado con sus minuciosamente construidos mundos, de cuyas ruinas han levantado Apocalipsburgo, una ciudad reminiscente de los parajes de Mad Max en la que el siempre optimista Emmet (Chris Pratt) pretende construir una vida doméstica con Lucy (Elizabeth Banks), pero cuando ella es secuestrada por invasores externos, Emmet debe abandonar su inquebrantable optimismo e inocencia para hacer frente a una nueva amenaza: madurar.

Madurar es abrazar la oscuridad en las películas de Phillip Lord y Christopher Miller, no en balde su filmografía, ya sea como directores o escritores, ha estado poblada por colores chillantes, una aguda cosmovisión y una sensibilidad generacional que les ha permitido producir obras rentables y personales. Una proeza cada vez más rara en el panorama actual.  Como en su momento lo hicieron posible cineastas y caricaturistas como Frank Tashlin o Tex Avery, la dupla Lord & Miller usa el gag como un distintivo personal más que como un mero recurso, con el que van construyendo una visión del mundo bloque por bloque. En La gran aventura LEGO 2 madurar es conformarse y por lo tanto, una vía inmediata a la depresión y el agobio, cuyo antídoto yace en lo pueril.

Uno de los puntos más atractivos de estas películas es la forma en la que los guionistas –ellos son los verdaderos autores de la película, aunque la dirección recayó en esta ocasión en Mike Mitchell– conciben la infancia como un periodo subversivo, uno que es capaz de encontrar la naturaleza lúdica en cualquier objeto, incluso en los dominados por la sobriedad del mundo adulto corporativista o la oscuridad de la decepción adolescente. La infancia para Lord & Miller tiene características que no deberían ser abandonadas, particularmente el humor y el color, ambas con importante presencia en La gran aventura LEGO 2 que apunta a una construcción diferente de su predecesora, renegando la fuerte presencia de políticas de género presente en el juego. Aquí, el color revela identidad en medio de un dadaísmo pop híper mercadeable, fácilmente consumible que no oculta los vicios del corporativismo, pero trata de adueñarse de ellos.

Si lo vemos cínicamente, LEGO no es más que otra poderosa corporación que busca posicionar sus productos de forma inteligente en el mercado, pero incluso con esa idea ensombreciendo las películas de LEGO, la dupla de Lord & Miller juegan con las expectativas de un producto frío y encontrar en el absurdo del juego un atisbo de creatividad e ingenio. Si las corporaciones están lejos de desaparecer o ser destruidas, cuando menos démonos la oportunidad de usarlas como un vistoso juguete prohibido para compartir, por que con un puñado de bloques se puede construir una impenetrable celda o un objeto que solo existe en la imaginación.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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