Las protagonistas de Atrás no hay relámpagos (2017), el penúltimo trabajo de Julio Hernández Cordón, parecen vivir sin ninguna preocupación, en un eterno estado de ligereza. Están una para la otra, listas para eludir cualquier problema que la vida les ponga enfrente. Lo importante es vivir el momento, lo demás puede esperar. A final de cuentas, es imposible alcanzar el horizonte.
Así gastan sus días Sole (Adriana Alvarez) y Ana (Natalia Arias) en la calurosa Costa Rica, hasta que un día, mientras juegan entre un lote de coches –”¿te imaginas lo que es coger en este carro?”–, encuentran un cuerpo. El vehículo pertenece a la abuela de Sole, el escándalo es inevitable. En cualquier otra cinta, el descubrimiento daría pie al suspenso, al inicio de un drama criminal o a un thiller. No aquí.
Como ha quedado demostrado en la filmografía de Hernández Cordón, su interés como realizador no está en ceñirse a un género o una narrativa controlada. Su cámara, en manos de Nicolás Wong, deambula junto a las protagonistas, libre, sin preocupaciones como ellas. La película cambia constantemente de registro, el hallazgo del occiso da pie a momentos que recuerdan al Tercer disparo (The Trouble with Harry, 1955), de Alfred Hitchcock, pero pronto el deambular de los cuerpos crea ecos del anterior proyecto del director, Te prometo anarquía (2015), o a la ópera prima de Jazmín López, Leones (2012), donde un grupo de jóvenes recorría un bosque interminable.
Atrás hay relámpagos fluye y fluye. El mundo alrededor del amistoso grupo de las protagonistas parece urgirles a tomar conciencia de su lugar en el universo. Padres que exigen respuestas, responsabilidad y rectitud, parecen existir en otro plano existencial, lejano a las patinetas, los paseos nocturnos o la vitalidad de pedalear una bicicleta.
En ese sentido, se conecta en más de una manera con Te prometo anarquía. Donde los protagonistas eran un par de muchachos, que también mantenían una relación platónica homoerótica y tenían pocas preocupaciones por los resultados de sus acciones. No obstante, si aquella cinta tenía una mirada melancólica, similar a la de un recuerdo amorosamente olvidado, Atrás hay relámpagos mantiene un toque juvenil en su mirada.
Al final, Julio Hernández Cordón parece decirnos que como todos, Sole y Ana tendrán que madurar. En su retrovisor una tormenta se acerca: la adultez. Podrán pisar el acelerador a fondo o correr hasta tocar la orilla del mar, sin embargo, no hay manera de escapar. Eventualmente tendrán que girar y dar la cara a la turbulencia. Lo imposible es ignorarla por siempre.
Por Rafael Paz (@pazespa)