UNO
Un día les abrieron la puerta y se fueron. Durante mucho tiempo ellos sabían que la puerta estaba abierta y como perros domesticados, moviendo la cola, entraban y salían sin gruñir, pero un día ya no les dejaron pasar. Lo peor es que les avisaron: “la puerta un día se va a cerrar…”, y el problema no es ése, sino que ahora que ya que están fuera, ¿cómo les dicen que regresen, cuando ya se acostumbraron a la libertad?
DOS
Este año la Cineteca Nacional se sometió a un cambio estético, los hábitos y costumbres de sus asiduos asistentes se vieron alterados. ¡Sacrilegio! Los daños colaterales de esa decisión es que los cinemaniacos que estaban enclaustrados ahí, para disfrutar varias películas por día, les cerraron la puerta y a cambio les ofrecieron una serie de sedes alternas y así meses, desde el segundo fin de semana de enero de 2012. Los viciosos de la libertad buscaban un rincón donde esconderse de los espectros que antes vagaban dentro de la Cineteca Nacional. Muchos de ellos, incluso, tuvieron que aprender a andar de nuevo. Las reglas habían cambiado.
TRES
La noche del jueves, 12 de enero, a escasos días de cerrar la Cineteca Nacional por su remodelación, se proyectó la primera película del cineasta suizo, Alain Tanner, Carlos vivo o muerto (Suiza, 1969) en una retrospectiva de su cine y la belleza de ese filme —en blanco y negro— muestra la parte más dura y loca de la libertad. Recuerdo que en alguna parte del largometraje uno de sus personajes lanza una frase monumental: “Sólo los idiotas no cambian” y en otro momento agrega como antítesis complementaria: “No hay gente estúpida, sino sometida”. Los espectadores podemos percatarnos que ese personaje entiende a la perfección las dos ideas. Once meses después recuerdo esas palabras, ahora que ha vuelto a abrir sus puertas la tan cacareada nueva Cineteca Nacional. Y lo que suceda ahí adentro y acá afuera será ya otra historia, pero desde los ojos de la libertad.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras (@jamonterrosas)